Por Jerónimo Ríos/Latinoamérica21
El Ejército de Liberación Nacional llevaba a cabo su primera acción pública el 7 de enero de 1965, cuando un pequeño municipio del departamento de Santander llamado Simacota es tomado por un reducido elenco de guerrilleros que proclamaban su ideario revolucionario inspirado en la Revolución cubana. Algunos de estos habían hecho parte del reducido contingente de colombianos que había vivido de cerca, en Cuba, la experiencia revolucionaria y de la cual exportaron la idea de que un foco guerrillero oportunamente concebido como germen de la insurgencia podía precipitar la idea misma de revolución.
Así, se concebía que el corredor que comprendía la ciudad de Barrancabermeja y el municipio de San Vicente del Chucurí ofrecía las condiciones idóneas para la conformación de una guerrilla: presencia de capital foráneo, esencia extractiva por la ubicación de la industria petrolera, sindicalismo y movimiento universitario eran elementos que están presentes en sus primigenias bases de apoyo.
Sin embargo, la impronta ideológica de mayor enjundia se desarrollaría con la llegada a la guerrilla, eso sí, por muy poco tiempo, dado su trágico desenlace, del sociólogo y sacerdote Camilo Torres, a finales de 1965. Éste será el valedor de la imbricación de los postulados marxistas que enarbolaba la guerrilla con la teología de la liberación que tan importante será para el desarrollo de su corpus ideológico, especialmente, a lo largo de la década de los setenta.
Desde sus inicios el ELN transita por importantes dificultades, producto de sus debilidades operativas, del desencanto con el liderazgo autoritario de su máximo responsable, Fabio Vásquez Castaño, y porque la guerrilla está a punto de desaparecer, cuando en 1973 se produce un operativo en torno al municipio antioqueño de Anorí que deja consigo la pérdida de dos terceras partes de su estructura. Razón por la cual, la guerrilla se posiciona sobre enclaves periféricos, alejados de la presión del Estado, entre los que destaca, entre otros, los departamentos de Arauca o Norte de Santander.
Es así por lo que, en 1980 se constituye uno de los principales frentes armados del ELN: el “Domingo Laín”. Como punta de lanza del conocido como Frente de Guerra Oriental, experimenta un notable crecimiento operativo, tanto en hombres como en recursos, gracias al descubrimiento de petróleo en la región, alrededor oleoducto Caño Limón – Coveñas. Una infraestructura crítica que nutre de ingresos a la guerrilla, por el activismo sobre el capital extractivo presente en la región.
Tanto es así que desde entonces el ELN ha sido el actor predominante, junto con las FARC-EP, no sólo en Arauca, sino de otros departamentos como el mencionado Norte de Santander. Allí no sólo se enfrentarán ambas guerrillas durante la década de los noventa, sino que deberán confrontar con el proyecto paramilitar que transcurre desde finales de los noventa, y hasta mediados de los 2000.
Más allá de otros escenarios con presencia tradicional del ELN, como han sido los departamentos de Antioquia, Bolívar, Chocó, Cauca o Nariño, el oriente colombiano, y en particular, Arauca y Norte de Santander, se ha erigido como un verdadero feudo para la guerrilla. Allí no sólo se encuentra la que es hoy la estructura más poderosa del ELN, sino que igualmente está al frente de la misma una de las posiciones más beligerantes de la guerrilla: su comandante Gustavo Aníbal Giraldo, alias Pablito.
Aquél se trata de una de las voces que más se ha distanciado de los intentos negociadores transcurridos en la última década. Cuando se trataba de generar mecanismos de confianza mutua y ciertos guiños que pusieran en valor la voluntad de la guerrilla por negociar, el Frente de Guerra Oriental hacía de las suyas. Esto es, mostrándose como la estructura más activa y operativa en lo que a combates, acciones armadas y secuestros se refiere.
Dicha situación, en realidad, no hacía sino mostrar tres elementos que imposibilitan cualquier posible negociación de paz. Primero, que el funcionamiento del ELN, más allá de autoridades centrales y jerarquías de mando, opera de manera descentralizada, sobre intereses y las relaciones de poder de carácter local. Segundo, que el ELN nunca ha tenido clara su posición ni la hoja de ruta con la que abordar un espacio de diálogo como el que efectivamente ha llevado a cabo las FARC-EP.
Tercero, que existe una brecha generacional entre un viejo mando político ubicado hoy en Cuba, y una nueva generación de líderes, más jóvenes y beligerantes, cuya acción en el “terreno” dista de la perspectiva que concurre entre la comandancia clásica de la guerrilla.
El ELN de hoy poco tiene que ver con la otrora pureza ideológica que le caracterizaba. Su mayor nivel de violencia, su proximidad al negocio cocalero y aurífero, y su impronta criminal dificultan que pueda ser percibido como un grupo armado con una motivación política que aspira a la transformación política. Desde hace años su activismo ha ido ganando enteros, sus escenarios de influencia han crecido sustancialmente, y el número de efectivos ha pasado de los 1.800, en 2010, a más de 3.000 en la actualidad, erigiéndose como actor hegemónico en algunos escenarios en donde las FARC-EP se desmovilizaron.
Además, hoy en día -y durante mucho tiempo atrás- hay plena constancia de que existen campamentos del ELN en la frontera con Venezuela. Algo que indirectamente implica para el Ejecutivo chavista disponga de un aliado en estados como Táchira o Apure, que son de marcada impronta opositora. Como actor paraestatal, el oriente colombiano ofrece al ELN inconmensurables réditos provenientes de la extorsión, el contrabando y el narcotráfico, lo cual le consolidan como garante de la actividad delincuencial de este escenario. Incluso, hay testimonios que aseguran que hay connivencias cuasi-formales entre el ELN y la Guardia Nacional Bolivariana o el sistema de inteligencia nacional.
Con independencia de que ello cuán cierto sea, cabe presumir que guerrilla y Gobierno pueden disponer de una agenda de beneficios mutuos que, cuando menos, racionalmente, deben intentar mantener. Ello, aun cuando se trata de un contexto hostil en el que existen otros grupos criminales de menor calado, y al que se suman otras estructuras como la disidencia de las FARC-EP comandada por los destacados líderes guerrilleros “Iván Márquez” y “Jesús Santrich”, además de tensiones con la Guardia Nacional de Venezuela -recuérdese que, a finales de 2018, en un enfrentamiento con el ELN, tuvo cuatro bajas en su haber.
En conclusión, el ELN se encuentra en la actualidad en una situación cómoda, de reacomodo territorial y operativo, y respecto de lo cual, Venezuela sirve de escenario invaluable. Ello, habida cuenta de las ventajas estratégicas, de repliegue y de obtención de recursos que proporciona a la guerrilla, y que a su vez desincentiva cualquier marco negociador.
De este modo, y aun cuando el gobierno venezolano no reconoce al ELN como su aliado, sí que encuentra en él un potencial apoyo, especialmente, y también, dadas sus desavenencias con el gobierno colombiano de Iván Duque. Un Ejecutivo que, todo sea dicho, incumple, retrasa y torpedea en todo lo que puede el Acuerdo de Paz con las FARC-EP y que, por otro lado, es igual valedor de una política de confrontación respecto de la que sólo hay un perdedor, que es el de siempre: la población civil.
Jerónimo Ríos es cientista político. Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Investigador de posdoctorado e investigador principal del proyecto «Discurso y expectativa sobre la paz territorial en Colombia». Doctor en Ciencia Política por la Univ. Complutense de Madrid.
www.latinoamerica21.com, un medio plural comprometido con la divulgación de información crítica y veraz sobre América Latina.