En 2018, tiene lugar una primera controversia comercial entre la República Popular China y los Estados Unidos de América. La administración Trump impuso aranceles por 50.000 millones de dólares a productos originarios de la China continental, bajo la aplicación de la Ley de Comercio de 1974, aprobada por el Congreso estadounidense y promulgada el 3 de enero de 1975. La ley se propuso auspiciar un sistema económico de alcance global que fuese equitativo, no discriminatorio y libre, así como estimular la competencia razonable entre la gran nación norteamericana y el resto de los países del mundo —incluidos los del bloque comunista—, que a su vez impulse el crecimiento, mientras mitigue las habituales discrepancias, siempre concurrentes en las relaciones de intercambio. La § 301 del Trade Act a que hacemos referencia, autoriza al presidente en funciones a imponer medidas o aplicar sanciones a países u organizaciones de comercio extranjeras que implementen prácticas mercantiles inaceptables, pudiendo incrementar los aranceles vigentes a las importaciones de mercaderías que arriben a los puertos y aeropuertos territoriales. Los argumentos de la administración Trump hicieron énfasis en el historial de prácticas supuestamente desleales, el presunto irrespeto a la propiedad intelectual y la conminada transferencia de tecnología estadounidense a sus competidores chinos. En señal de protesta, los chinos impusieron aranceles a más de cien productos estadounidenses, incluyendo frutos agrícolas.
Así las cosas, desde 2018, Donald Trump ha sido un consistente defensor de aranceles que intentan reducir el déficit comercial y estimular la manufactura de origen norteamericano —make America great again ha sido su lema— para crear empleo local y suplir las exigencias del mercado interno —acusando igualmente las oscuras intenciones de ciertos socios mercantiles—. La contienda de aranceles, de suyo termina impactando las economías de los países implicados, elevando los precios a nivel del consumidor y afectando la buena marcha —en términos económicos—, tanto de productores primarios como de unidades de transformación industrial y de servicios.
Lo cierto del caso es que en aquellos años iniciales de la primera administración Trump (2017-2021), tuvo lugar una desapacible colisión entre Estados Unidos y China, resultante en la imposición recíproca de aranceles y amenazas de sanciones que confluyeron en una tregua y reanudación de las negociaciones entre ambos países. Ya para el cierre de 2019 —según datos aportados por calificadas agencias de noticias—, el sector manufacturero industrial norteamericano había experimentado una fuerte caída atribuida por los analistas, a la confrontación comercial. También los datos oficiales sobre el crecimiento económico de China mostraron una sensible caída —la tasa más baja en las últimas tres décadas—. De ello resultará el Acuerdo bilateral —económico y comercial— de 2020, referido a los derechos de propiedad intelectual, la transferencia de tecnología, el sector agroalimentario —producción y manufactura—, los asuntos financieros y los procedimientos de evaluación de desempeño y resolución de conflictos, entre otros. Comenzarán a otorgarse mutuas exenciones arancelarias, al punto que ambas partes regresarán al estadio de socios comerciales a nivel mundial.
La recientemente iniciada —segunda— administración Trump, tal como hemos observado, ha planteado nuevamente una controversia mercantil, esta vez extendida a dos de sus principales socios comerciales: Canadá y México. Se han impuesto aranceles de 25% a las importaciones de productos mexicanos y canadienses —en el caso de la energía proveniente del Canadá, el gravamen quedó limitado a 10%—. Los líderes de ambos países se han mostrado dispuestos a buscar y encontrar soluciones ecuánimes a estas imposiciones unilaterales del gobierno norteamericano.
Por su parte, China ha revelado su inclinación a discutir y acordar soluciones, siempre y cuando la materia sea tratada en igualdad de condiciones —los aranceles para con los productos importados del gigante asiático, se han elevado a la fecha en 20%—. Como era de esperarse, China ha reaccionado creando sus propios impuestos a ciertas importaciones originarias de los Estados Unidos. A juzgar por las palabras de sus voceros, China está plenamente dispuesta a asumir los retos y consecuencias de una nueva confrontación comercial con Estados Unidos —aunque su visible moderación, ciertamente deja espacio a la negociación y posibles acuerdos bilaterales—. Téngase en cuenta que Xi Jinping continúa liderando el partido gobernante y la administración en funciones, lo que se traduce en garantía de continuidad de las políticas públicas —no es el caso en Estados Unidos, como demuestran los hechos—.
Cabe destacar que mientras ocurren estos desencuentros y actuaciones unilaterales de la administración Trump, los mercados financieros se desploman ante una latente amenaza de nuevas presiones inflacionarias como consecuencia de la reciente política arancelaria, agregándose un ambiente de acentuada incertidumbre que interfiere en los procesos de toma de decisiones por parte de los agentes económicos.
Concluimos con una breve mención al libro de Dan Blumenthal La pesadilla china, donde comienza por reafirmar que la gran nación asiática es hoy por hoy el más desafiante competidor estratégico de Estados Unidos. Aclara que sus enormes ambiciones nacionalistas, no permitirán liberarla del creciente peligro que representa para ella un futuro distópico —resultante de la acción del régimen de Xi Jinping sobre un mundo que será cada vez menos libre y más inseguro—. Igual provee prescripciones convincentes sobre cómo los Estados Unidos y sus socios occidentales podrían competir y actuar eficazmente para prevenir la propagación de la enfermedad del despotismo: promoviendo vigorosamente el constitucionalismo democrático —ello implica necesariamente superar amenazas—, los valores universales, los derechos humanos, la libertad de prensa, la sociedad civil y los movimientos ciudadanos; reduciendo el control gubernamental sobre la economía; rechazando la narrativa oficial sobre hechos y figuras arcaicas —entre otras admoniciones e inseguridades que abruman a los líderes—. Queda claro que, aisladamente consideradas, no son las políticas arancelarias ni las guerras comerciales, las verdaderamente llamadas a equilibrar las cosas y a fraguar mejores perspectivas mundiales. Esto parece obvio.
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