¿Otra vez el prepotente Donald Trump o lo desplazará el veterano y algo desfalleciente Joe Binder, al que ya se da por ganador. Cualquiera que gane, Estados Unidos pierde. Ni tampoco cambiará el sentimiento anti-Estados Unidos que existe en buena parte del mundo. Republicano o demócrata ello no incidirá. Alberto Fernández, Cristina, Lula, Maduro, Ortega, los europeos en general y España en particular, todos votan por Biden, pero no dejarán de lado su prédica antiestadounidense y antiliberal.
Estas elecciones norteamericanas, en tanto, han mostrado y confirmado algunas otras cosas dignas de poner en el tapete.
Hace unos años se decía que la diferencia entre los partidos Demócrata y Republicano eran similares a las existentes entre la cocacola y la pepsicola. Pero hoy está visto que no es así.
La primera potencia está dividida. Pero no alegremente dividida. Está partida al medio y como nunca la violencia campea . Y todo hace prever que no va a menguar. Violencia en las calles, cada vez más sensibles o manipuladas, mayor y más desafiante represión y una violencia latente que se adivina en esa mitad que votó por Trump, que no se refleja en las encuestas y que no se sabe cómo ni cuál será su grado y forma de expresión.
Estas elecciones a su vez implican otro fuerte golpe a la alicaída credibilidad de las encuestas. Estas daban a Biden como holgado ganador –hasta 14 puntos de diferencia- y una cómoda victoria republicana en el Congreso: refuerzo de su mayoría en representantes y recuperación de la del Senado. Lo pronosticado dista de la realidad.
Un toque de atención para los encuestadores: la reacción y la conducta del público ha cambiado y las “redes” deben estar influenciando en ello. Ya no responden tan espontáneamente. Ha otro el riesgo: el de salirse de expertos en auscultar la opinión de la gente para transformarse en «superopinólogos”.
También constituye una advertencia para políticos y gobernantes que se manejan por las encuestas. Los que ahora, para peor, se han puesto a bailar, sumados jueces y fiscales, al ritmo que marcan las redes. Actuar según el grito de la tribuna, que solo es minoría activa -los que van a la cancha-, conspira contra los reales intereses de la gente, de la mayoría.
Feo lo de los medios de prensa y analistas periodísticos, en la misma tendencia que la encuestas. Es cierto que Trump, un enemigo entusiasta y declarado de la libertad de prensa no merece ninguna consideración, pero la prensa debe tener presente que, cualquiera sea la circunstancia, el público siempre merece que se le respete. La credibilidad está en juego. Una prensa libre, independiente y profesionalmente honesta que deja de serlo atenta contra la democracia. Más que cualquier mandamás, siempre transitorio por más engreído, arbitrario y tiránico que sea.
Otro detalle interesante respecto a las elecciones en Estados Unidos es la confusión en torno al sistema y en especial a esa discusión de si es verdaderamente representativo y si se respeta la intención del votante. Se dice y habla demasiado. En definitiva, Estados Unidos una asociación de estados, con gran autonomía cada uno de ellos y sin importar el tamaño ni del número de habitantes-sufragantes de cada miembro, que resuelven conformar una unión federal. A partir de ahí consienten en nombrar autoridades y un jefe, coordinador o presidente pare manejar esa unión con facultades para aplicar normas federales que obligan a todos, porque todos han convenido que así sea. A ese coordinador lo podría elegir, por ejemplo, un congreso de todos los gobernadores, por consenso o votando por diferentes postulantes. El voto popular, en tanto, se da en cada Estado cuando elige el gobernador y a representantes y senadores y a los electores para elegir el presidente, mecanismo este que contempla la cantidad de habitantes de cada estado y lo hace aún más representativo.
Lo que se aleja un poco de lo que hace a la esencia del sufragio universal es ese mecanismo del voto por correo, para lo cual existen distintos criterios y plazos según cada estado. La virtud del sistema del voto universal –una persona un voto- está en respetar la decisión individual, el sentir de cada uno en función de cómo le va, lo que nadie lo sabe mejor que él, expresada en un momento dado, único para todos y decidida solo con su conciencia, de acuerdo con su saber y entender, en un cuarto secreto sin ningún tipo de presión.
Cuando se vota por correo, con un mes de anticipación, se pueden presentar situaciones como que el candidato se muera antes de las elecciones. Además, es muy difícil de creer en un voto secreto; en una decisión individual y reservada de muchos miembros de una familia, por dar solo un ejemplo. Imagínese que en Venezuela se aplique ese sistema: decididamente todos los funcionarios estarían obligados a votar por correo y los sobres los cerraría, les pondría la estampilla y los enviaría Maduro.
Lo dicho al principio. El resultado es malo para Estados Unidos. Un Trump que no pierde esperanza y va a pelear, con viento en la camiseta, puede ser tremendo. Si es Biden, no son pocos los problemas que debe enfrentar: ¿qué va a hacer con la pandemia?, ¿confinamiento total?. ¿Va a aumentar los impuestos? ¿más Detroits? ¿más huida de capitales a México o China?. ¿Y el tema del orden? ¿ Más socialismo? Humm como que le puede quedar grande.
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