OPINIÓN

Educación y pedagogía: ¿Cuál es su realidad?

por Javier Vivas Santana Javier Vivas Santana

Educación, es probablemente una de las pocas palabras con muchos significados y, a su vez, compuesta por las cinco vocales diferentes en nuestro idioma, (a-e-i-o-u), lo cual la coloca dentro de una apreciación muy singular, con ventajas orales y escritas para su estudio en los planos morfológicos, sintácticos, y por supuesto, semánticos. Referimos a la tal palabra porque nunca hemos escuchado a docente alguno utilizarla para la identificación de las vocales en los últimos niveles de educación inicial o primeros años de educación básica (primaria), y menos aún como factor de propósito para diferenciar vocales de las consonantes.

En la actualidad, el aprendizaje de la lectura y la escritura, por efecto de la tecnología, ya no puede simplemente circunscribirse a identificar en un libro o cartilla la forma cómo se escribe determinada letra (vocal o consonante). La palabra educación, en un contexto pedagógico, es quizás el mejor ejemplo para que un niño o niña, utilizando los recursos disponibles en su aula de clase u hogar, pueda ir construyendo sobre la base de actividades lúdicas o su propia escritura, pequeños conceptos que no solamente sean restringidos en el aspecto morfológico; verbigracia, mientras un(a) niño(a) aprende a leer y/o escribir, perfectamente, tal proceso puede articularse en el ámbito de lo semántico.

Sin embargo, si se realiza un simple diagnóstico sobre este particular, rara vez encontrará que un niño en pleno proceso de aprendizaje de leer y escribir pueda definir por sí sólo, el concepto de las propias palabras que envuelven su entorno educativo, excepto aquellas que están relacionadas con su familia, escuela, aula de clase o sitio de residencia; cómo por ejemplo: papá, mamá, silla, mesa, agua, comida, etcétera.

Educación, como palabra, como concepto y como instrumento de desarrollo social y cultural del individuo, y por ende, de la sociedad, no puede seguir viéndose y menos “estudiándose” en un estricto concepto de definiciones complejas, que envuelven aspectos morales, éticos, sociales, culturales, deportivos, políticos o de formación ciudadana; la palabra en su propia formación ya reviste una importancia lingüística que ha sido y sigue siendo ignorada por un número no determinado, pero significativo cuantitativamente en el ámbito de profesionales de la docencia, quienes al parecer no han encontrado lo axiológico, ni lo biológico, ni lo emocional (menos lo desconocido) para revertir los actuales niveles de aprendizaje que no han hecho más que continuar insensibilizando al ser ontológico.

Querer transformar la ciudadanía, requiere no sólo del estudio y la aplicación de las teorías de trascendentes investigadores del siglo pasado como Piaget, Vigotsky, Rogers, Gagné, entre otros. Es necesario dar un vuelco a tales concepciones, rescatar en esencia la teoría generativista de Chomsky, y plantear enfoques distintos en el aprendizaje de la lengua, es decir, vincular el plano socio-tecnológico como un aspecto relevante de lingüística transformacional que verdaderamente eduque, que verdaderamente señale a nuestros niños y niñas que cada palabra aprendida, que cada palabra leída transciende el espacio de lo morfológico y lo sintáctico. El niño debe comprender (sin obviar su propio desarrollo de habilidades cognoscitivas) que el significado tiene una razón estricta en el campo local, regional, nacional e internacional y hasta en su cosmología, pero lo más relevante, cada mensaje lleva implícito un sentido axiológico, un sentido biológico, un sentido de la complejidad, un sentido que puede ser desconocido para él, y por último un sentido emocional.

La comunicación, enseñar a leer y escribir en esta etapa de la historia contemporánea, tal y como lo hemos venido haciendo, simplemente ha fracasado. Y no es simple quimera. Aquí más que revisar los anaqueles, por no llamar “depósitos” de investigaciones (trabajos de grado) de cualquier institución universitaria, revelaría con la llamada “cientificidad”, lo que bastaría interpretar sobre el aprendizaje de nuestros jóvenes en el escenario de la comprensión textual e intertextual.

Por  ello, transformar  la  ciudadanía  requiere  la  transformación  de  los aprendizajes de la lengua. Lo demás es utopía, porque el sentido de la educación se encuentra herido. Desde hace mucho tiempo la escuela ha dejado de educar. El contraste del pensar educativo sólo tiene visión en blanco y negro. Los colores fueron absorbidos por los pensamientos de una escuela que se hizo estática en su diacronía. El aula como espacio para el aprendizaje sólo quedó formada por dos vocales y una consonante. Las cinco vocales de la educación, necesarias para el estudio de la lengua, la matemática, la geografía o la historia se disolvieron en sus hiatos. Ni siquiera la pedagogía dentro de la escuela pudo encontrar en su palabra la quinta vocal del universo que permitiera la unión de los hermosos uveros del conocimiento.

El sentido de la educación se perdió entre el espacio y la naturaleza. No porque el espacio y la naturaleza la hayan raptado sino porque en algún torbellino o terremoto pareciera que se llevó desde nuestras almas, los pensamientos del saber. La escuela está mancillada por una eterna sincronía de repeticiones en el aprendizaje de los niños.

Hemos confundido aprendizaje de la cultura con actos culturales. Hemos confundido aprendizaje de la lengua materna con pronunciar palabras en dirigidas lecturas o escribir copias desde el pizarrón o cualquier libro. Hemos confundido el aprendizaje de la matemática y la geometría con la memorización de la tabla de multiplicar, el dibujar de un rectángulo, o el procedimiento de un problema. Hemos confundido el aprendizaje de la geografía y la historia entre exposiciones, carteleras o discursos. El sentido de la educación perdió el poder de la palabra, la abstracción numerológica, la belleza de la geografía y la verdad histórica. Hoy la palabra sólo tiene ortografía. Hoy el número sólo tiene resultado. Hoy la geografía sólo tiene descripción. Hoy la historia sólo tiene narración.

La educación fue desbordada por la virtualidad tecnológica. Se habla de educación tecnológica, entre tanto nuestros estudiantes y docentes sólo utilizan el procesador de palabras para seleccionar y pegar. Se habla de educación tecnológica, mientras la hoja de cálculo aparece vacía para clasificar cantidades, resolver ecuaciones y construir gráficos multidimensionales. Se habla de educación tecnológica porque se nos muestran imágenes o textos en láminas de diapositivas con referencias geográficas o históricas, sin utilizar las herramientas de diseño para crear el pensamiento que vincule las texturas del pensar y su ubicación espacial. Se habla de educación tecnológica, mientras en nuestro contexto, la escuela sigue reproduciendo listas, evaluaciones y planificaciones curriculares de forma manual, ignorando en la tecnología el uso de bases de datos o de cálculo en materia estadística.

El sentido de la educación diseminó el aprendizaje de la agropecuaria, la fitotecnia y la zootecnia. Queremos que nuestros jóvenes aprendan agricultura o procesamiento industrial, sembrando en pequeños huertos o ignorando la cría animal. Queremos que aprendan sobre nuestras plantas, sin que existan jardines en las escuelas. Queremos veterinarios, mientras inocentes perritos y gatitos mueren en avenidas o envenenados por las autoridades. La educación nos reclama técnicos para nuestra sociedad, pero ahora sólo necesitamos bachilleres que vayan a la universidad. Lentamente, los residuos de lo que aún llamamos aprendizaje en nuestras escuelas marca la agonía de una sociedad, cuyo capital, ni siquiera de oro, podrá devolverle su brillo, su pedagogía, su esencia reflexiva. Hemos llegado al envilecimiento de la educación.

La acción tecnológica quedó sometida a la hegemonía del pragmatismo del hacer de las telecomunicaciones y la hegemonía de quienes predisponen sus formas dominativas del pensar, salvo que el ser regenere y reconstruya desde sus propios espacios de continuidad histórica, suficiente autonomía cognitiva y de autonomía en sus acciones, más allá de resquebrajamientos del ser como efecto de presiones sobre su conducta por factores internos o externos (des)dibujados por una sociedad corrompida en sus bases sociales y políticas; es decir, en su concepción moral. Pero el punto de estas redes tecnológicas también ha puesto al descubierto el cúmulo de debilidades en el plano de la lengua escrita en quienes las utilizan, lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿Estarían vinculadas estas fallas con algún determinismo pensativo? ¿Habrá elementos qué desde esas redes tecnológicas, impidan al ser en su pensar aplicar aquella máxima socrática de nosce te ipsum?

No sería fatuo afirmar que en el lenguaje virtual se mueve un lenguaje de filosofismos o neo-ciencia que todavía no ha sido lo suficientemente estudiado en su episteme; y de cuyos resultados en cualquier investigación sobre el pensar y los pensamientos, habría que encontrar mecanismos que fijaran sus espacios de interpretación cognitiva en la sincronía del tiempo, porque la diacronía de la tecnología simplemente se hace inalcanzable.

En otras palabras, ningún pragmatismo educativo, o teoría que prescinda de los espacios axiológicos, desconocidos y emocionales del pensar podría responder con éxito a las múltiples interrogantes que desde el campo de las ciencias en la educación pudieran originarse como efecto del uso de las tecnologías sobre un pensar que sea regenerador o contrario a la anomia que hoy vive la sociedad a escala mundial.

@vivassantanaj_