A propósito del primero de abril, fecha que ha quedado institucionalizada mediante un acuerdo entre la ONU y la Unesco como Día Mundial de la Educación, podemos pergeñar algunas breves reflexiones al respecto; las cuales apuntan con certeza a reconocer que, desde siempre, la humanidad ha reconocido y valorado a la Educación como una necesidad intrínseca y natural de los seres humanos.
Admitimos como un hecho natural, en todos los escenarios no necesariamente escolares, (ha sido suficientemente estudiado), que la Educación constituye un idóneo fenómeno subjetivo y social que se posibilita únicamente entre humanos; saben por qué, porque el resto de los animales se adiestran, es decir: responden y se hacen sumisos a los designios de la diestra de alguien. Los animales dan sus manifestaciones instintivas por su propia supervivencia.
Prestemos atención que estamos planteando, determinante y esencialmente, a la Educación en base a sus tres componentes constituyentes: el factor instruccional (contenidos curriculares, programáticos), el cual se imbrica con los otros dos, no menos importantes: la socialización y la personalización (la dimensión axiológica – valores-).
Por eso argumentamos, de manera reiterada: la educabilidad adquiere pleno sentido únicamente entre humanos; porque la Educación nos posibilita abrir nuestras mentes (eso no cuenta para el resto de los animales); además, con la Educación nos motivamos, promovemos y alentamos las conciencias individuales y societal. Con la Educación replicamos valores religiosos, ético-morales, políticos, estéticos, económicos etc.
Conocimientos, socialidad y axiología constituyen una exquisita amalgama que potencia el crecimiento y desarrollo humano.
Así entonces, admitimos con la mayor transparencia que para lograr el fenómeno humano integrativo, arriba citado, la Educación obtiene de suyo un aliado indesligable: la Libertad.
Educación en/con Libertad comporta y define nuestro modo de ser, de aprehender la realidad, de buscarle explicaciones a la vida, que se nos presenta, a veces, como un rizoma existencial (G. Deleuze, dixit).
Luce un discernimiento filosófico, cierto, pero así exactamente se nos presenta.
Van aparejadas la Educación y la Libertad: dimensiones siamesas, sin la menor posibilidad de separación; porque una y otra se requieren, se necesitan, se complementan vitalmente.
Un proceso educativo sin libertad vendría a ser poco menos que una aberración, una incongruencia.
A lo primero que le echan mano los regímenes totalitarios, con intención de reproducirse, es a la educación; poniendo como excusas las manoseadas reformas, que no lo son.
Determinantemente, todo proceso de enseñanza-aprendizaje debe observar como base sustentadora la Libertad de ser, pensar, decir y actuar. Lo contrario es adoctrinamiento (indoctrinación), contaminación ideologizante.
Las sociedades modernas abominan de las formas dogmáticas propias de algunas estructuras políticas-partidistas, que privilegian y exigen de sus conmilitones conductas inmutables. Les imponen predisposiciones a callar, a volverse una nadería; a cerrarse ante las evidentes realidades. Llegan incluso, quienes así se comportan, a socializar idioteces.