Inclinarse por cualquiera de las modalidades nos conduce, necesaria e innegablemente a “afincar el bisturí” para develar, entre otras cosas, las siguientes: las condiciones de deplorable abandono en que se encuentran los planteles educativos, las limitaciones de espacios físicos para guardar las distancias (medida imprescindible de bioseguridad); la mayoría de las escuelas no cuentan con agua potable; añádase el desestimulo de los docentes por la precariedad en sus sueldos, la pésima calidad del servicio de energía eléctrica, interrupciones constantes de internet y un larguísimo etcétera.
Indistintamente a nuestra ubicación ideológica, religiosa, económica, étnica, social etc., en el momento actual de la vida de la Patria; mucho más aún, en pleno torbellino pandémico debemos involucrarnos como sociedad y en conjunción con las familias por la educación de todos.
Nótese que dije todos –sin exclusión de grupos etarios–; porque no basta que atendamos la específica participación de niños o jóvenes activos en la escolaridad. Saben por qué, porque la Educación nos teje, siempre, para toda la vida. La educación es interminable.
Permanentemente estamos dando y recibiendo conocimientos a lo largo de nuestra existencia. De quien menos nos imaginamos aprendemos. Se justifica, entonces, que nos involucremos en todo cuanto se planifique por la educación. Venga de donde venga.
En plena pandemia, desde las altas esferas del oficialismo se asoma una propuesta para el inicio del próximo período escolar, en todos los niveles.
La señalada propuesta del gobierno, apenas insinuada como una combinación estratégica de actividades presenciales y a distancia. Así la han preconcebido y denominado. No han ofrecido mayores detalles; ni ha habido una decisión determinativa al respecto.
En honor a la verdad, quienes estamos vinculados, directa o indirectamente, con los procesos de enseñanza-aprendizaje nos vemos implicados a leer y analizar con criterios lo que hasta ahora han ido soltando desde el oficialismo.
La opción del Ejecutivo Nacional parte de una interesante disyunción. Un inevadible dilema, bastante complejo y nada fácil de discernir: acudir o no las aulas de clases y cómo hacerlo.
Veamos lo siguiente. En este momento, en el país se ha conformado una tendencia opinática favorable a esperar un lapso prudencial para convocar (previas evaluaciones epidemiológicas) bajo una nueva normalidad las actividades escolares, en sus respectivos planteles, con relativa regularidad. Tal y como se había venido cumpliendo, previo a la entrada en cuarentena. Bajo este esquema hay una predisposición a esperar, prudentemente, el desenvolvimiento de los altos y bajos en las curvas y eventos de contagios.
Así también, otra corriente de no poca gente (dándole carácter displicente a la pandemia provocada por el coronavirus) se inclina porque los estudiantes y docentes regresen a sus instituciones educativas, con la finalidad de darle apertura al año escolar (2020-2021). Arrancar de una vez con sus clases, de forma presencial. Serísima determinación.
Hay una tercera opción, nada desdeñable, cuyo contenido se asienta en la habilitación de los recursos y utilización, con exclusividad, de los instrumentos tecnológicos, para que las clases de desarrollen online (vía Internet) o a través de la radio y la televisión.
Tomemos en cuenta, además, entre las alternativas, una variante apreciada y valorada hoy en el mundo entero. Nos referimos a la que logra combinar la presencialidad y la virtualización, con eficiencia y resultados significativos.
La idea esencial que se construye con este método combinatorio, para enseñar y aprender, busca engranar la dicotomía entre el aula y el ordenador. Saber obtener las provechosas ventajas de cada una de estas modalidades-dimensiones.
Admitimos que la presencialidad permite a los docentes estar en contacto directo con los alumnos, facilita la interacción en la “dimensión física” entre los estudiantes; y es una efectiva herramienta para transmitir conocimientos. Su utilización hace más eficiente la organización de tareas; fomenta las actividades en equipo; así como se personaliza la atención, conforme a las necesidades de cada alumno.
Por otro lado, los procesos virtuales (online) otorgan a los estudiantes más flexibilidad para desarrollar los diseños programáticos y los cursos en cualquier tiempo y lugar. La tecnología facilita la inmediatez en la transferencia de data y el envío de todo tipo de documentos (textos, videos, diapositivas, audios, infografías…). Se vuelve más abarcativa la información que se requiere para reforzar los conocimientos.
Mediante tales instrumentos tecnológicos se amplía el radio de acción; alcanzable a un mayor número de participantes, en tiempo real, a bajo coste; desde cuya ventaja, además, permite la actualización de contenidos mucho más fluidos y rápidos.
La combinación de la presencialidad y la virtualización ha dado extraordinarios resultados. Ha demostrado ser más eficiente para el aprendizaje en todas las etapas (en ámbitos disímiles); por cuanto trae aparejada la motivación, adaptabilidad, mejor utilización del tiempo y recursos, flexibilidad y la implicación de los estudiantes.
El cuadro luce dantesco. Cierto. No es poca cosa a la que nos enfrentamos por el futuro del país.