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Educación fracturada

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Si el presente de Venezuela genera una justificada angustia en todos nuestros ciudadanos, mucho peor es el panorama cuando miramos hacia adelante, y esto se debe a que el sistema educativo nacional hace aguas por todas partes.

El sector ha estado en crisis desde hace años, y todos los acontecimientos de los últimos meses solamente reafirman que la situación empeora exponencialmente.

En este país, un docente recibe 130 bolívares al mes, esto equivale a un promedio de 5 dólares. Son 25 dólares menos que en marzo del 2022, fecha de la última subida salarial. Esto significa una pérdida en barrena del poder adquisitivo, provocada por la acelerada devaluación de nuestra moneda, a consecuencia de la inflación indetenible.

Todo esto no puede ser calificado sino de chiste cruel, cuando el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM) informó recientemente que una familia de cinco personas necesita ganar 16,22 dólares diarios para poder cubrir la canasta básica alimentaria, que en enero de este año 2023 se ubicó en 486,87 dólares.

Es decir que en enero los venezolanos necesitaron 80,14 sueldos mínimos para adquirir 60 productos, lo que es igual a 17 sueldos más de los que se requirieron en diciembre.

Este es el país donde, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, se registran unas 30 protestas diarias por reclamos salariales y sindicales.

Por esta razón, nuestro gremio docente se mantiene en pie de lucha y en protestas, no solamente para exigir un salario acorde con el costo real de la vida, sino para también reconquistar derechos que les han sido arrebatados, como los beneficios de un seguro de Hospitalización, Cirugía y Maternidad; las bonificaciones o las cajas de ahorros.

Mientras tanto, los docentes de la educación superior se han lanzado también a la protesta pública, con lo cual es inocultable el deterioro de todo el magisterio venezolano.

Es vergonzoso que estos profesionales tengan que confesar que toman dos y tres trabajos adicionales para poder llevar el sustento a sus casas, porque sencillamente el ingreso recibido al dar clases no les alcanza para nada.

Y es así como los vemos de taxistas, de plomeros, de peluqueras, de manicuristas, cosiendo o cocinando por encargo. Todos estos son “rebusques” que les consumen a ellos sus horas que deberían estar dedicadas a la familia, al descanso o al mejoramiento profesional.

Así trata el poder actual a quienes se consagraron a estudiar para formar a nuestros hijos y han dedicado su vida a ello.

Y esto no se resuelve con la idea disparatada de poner a bachilleres a dar clases a los niveles anteriores. Es una burla y una falta de respeto a los profesionales de las aulas, mientras se lanza a unos muchachos sin formación a hacerse cargo de una tarea extremadamente delicada, para la cual no tienen pericia alguna.

Por si fuera poco, la falta de recursos materiales es una tara crónica en el sistema educativo de Venezuela. Nuestras escuelas carecen de materiales básicos como libros, cuadernos, lápices, pupitres o pizarrones.

Los niños mienten a los maestros, diciendo que olvidaron los libros de texto en la casa, cuando la realidad es que no tienen para comprarlos.

Adicionalmente, las instalaciones están en pésimo estado. Los baños sin agua representan un riesgo a la salud, además de proporcionar un ambiente por demás indigno para nuestros niños, niñas y adolescentes.

Techos y paredes ostentan un deterioro inocultable, lo cual es un irrespeto tanto para los docentes como para los educandos.

No solamente se trata pues de las inhumanas condiciones que padecen estudiantes y profesores en el día a día actual, sino también de la literal cancelación de nuestro futuro. Una acción criminal contra las nuevas generaciones, que está ocurriendo hoy.

A quienes pregunten tendenciosamente por qué la aplastante mayoría de los venezolanos exigimos un cambio, no hay más que contarles esta historia. De cómo una administración sin brújula está dejando a la buena de Dios a sus descendientes y lanzándolos al futuro con las manos atadas y sin las herramientas más elementales para salir adelante.

Sí, se necesita un cambio de 180 grados. Porque lo cierto es que la única manera de que el salario real se incremente de manera sostenible, es que haya aumento de productividad y que además se logre controlar la inflación. Mientras haya índices inflacionarios de dos y hasta de tres dígitos, no hay manera que los aumentos salariales logren superar la inflación.

Todo este cuadro indigno desdice de la tierra que alguna vez parió a Simón Rodríguez, a Andrés Bello y a Rómulo Gallegos. La Venezuela de hoy es una negación de nuestra historia, de los valores y de las virtudes que alguna vez dieran nombre y solidez a este país.

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