OPINIÓN

Edmundo y la diplomacia mundial contra el madurismo

por Ariel Montoya Ariel Montoya
Edmundo González reunión Pedro Sánchez

EFE/ Fernando Calvo/Pool Moncloa

La batalla cultural por la reinstalación de la democracia no cesa en Venezuela ni en ningún otro país donde el madurismo -que no es más que la continuidad semántica del coro de dictadores comunistas de Fidel Castro a Hugo Chávez, pasando por la denominación para muchos desacertada del castrochavismo-, lo que impone esta vez, tras la salida al exilio del presidente electo de esa nación, Edmundo González, iniciar una nueva ruta mediante la diplomacia, para avanzar en la legitimidad constitucional electoral e iniciar un nuevo gobierno en enero de 2025.
Las batallas en bien de la humanidad se ganan de diversas formas. Las han habido disímiles, rimbombantes, creyentes, ridículas y cruentas, pero también muchas de ellas se han ganado con votos en los últimos tiempos.
En este escenario actual son muchos quienes consideran que es difícil que los regímenes totalitarios socialistas salgan del poder por las buenas, alegando que solo por medios violentos lo harán, pero el problema es que nadie, al día de hoy, ha logrado propuestas reales y objetivas para propiciar transiciones de estos sistemas a gobiernos libres y democráticos, mediante propuestas armadas o a través de los imponderables.
Tras el exilio del presidente Edmundo González, quien ha recibido críticas favorables, desfavorables y polémicas, desalentadoras para quienes creen que Nicolás Maduro nunca dejará de ser martirio para los venezolanos, pero alentadoras para quienes ven en su salida a España la oportunidad de fortalecer los protocolos almidonados de la diplomacia occidental, para continuar buscando la salida del régimen dentro de los parámetros del respeto al calendario electoral.
Ya Konrad Adenauer, el alemán protagónico de la Guerra Fría citado anteriormente en estas columnas, decía que si era necesario sentarse hasta con el Diablo para bien de su país y de la democracia, él estaba dispuesto a hacerlo. Eso, sin tantos reparos ni jaladera de cabelleras ha ocurrido en el mundo entero para propiciar la paz entre bandos contrarios.
Mientras vemos cómo el presidente electo inicia su labor política internacional (ha sido diplomático por décadas sirviendo a su país, lo que le permitirá con naturalidad manejar ciertos resortes de esta disciplina), vale la pena recordar, para quienes rechazan el diálogo o los acuerdos para dirimir conflictos de nación, cómo a través de elecciones libres sí se ha logrado salir de dictaduras en varios países, lo que se contrapone dialécticamente a los escépticos, tomando en cuenta evidentemente que tanto en Venezuela, como en Cuba y Nicaragua llevan 25, 65 y 45 años, respectivamente, torpedeando los sueños de sus oprimidos (que algo ha ocurrido con sus respectivas oposiciones es una realidad insoslayable).
Veamos algunos casos del siglo XX en los que mediante acuerdos de paz, diálogos y pactos, se logró traspasar de las tinieblas del totalitarismo a la democracia, como Polonia en 1989, cuando Lech Walesa al frente de Solidaridad y bajo una feroz represión ganó suficientes escaños, con los cuales logró posteriormente negociar y propiciar la salida del régimen comunista y hacer florecer la democracia.
Ese mismo año en Chile Augusto Pinochet, aceptando los parámetros institucionales, se sometió al plebiscito y al consecuente proceso electoral, debiendo entregar el poder tras 17 años de ejercerlo al vencedor de dichos comicios, Patricio Aylwin, por parte de la Concertación.
Luego, en 1990, en Nicaragua la señora Violeta Chamorro derrotó a Daniel Ortega en unas elecciones aún prácticamente bajo fuego y producto de los acuerdos centroamericanos de paz, así como de Sapoá, que trajeron 16 años de oxígeno pacifista en un proceso en el que eran  auténticamente pocos quienes daban su voto de confianza en que ella, una mujer de democracia, lograra triunfar.
También está el caso de Suráfrica en 1994, cuando Nelson Mandela al frente del Congreso Nacional Africano logró derrotar al sistema represivo  del apartheid.
Para ninguno de esos pueblos ni para sus líderes fue fácil llevar a cabo semejantes desafíos. Fueron diálogos y negociaciones traumáticas, difíciles y hartamente llenas de desconfianza para los bandos en acción, pero lo lograron pacíficamente. De eso se trata ahora, de lograr arañar el cielo y ver cómo poner punto final a la tiranía madurista. Siendo esta aspiración no solo un capricho de los miles de ciudadanos que dijeron no con el voto al régimen fraudulento y corrupto iniciado por Hugo Chávez, sino una decisión corporativa, sentida, esperanzadora, institucional y llena de fe de todo un pueblo que ya está harto de tanta podredumbre discursiva socialista tropical y falsa, como todas esas revoluciones hoy día agrietadas por el desfalco y la mentira. Lograr esa victoria es el reto del sufrido pueblo de Venezuela, de su guerrera pacifista María Corina Machado y del presidente electo Edmundo González. No hay vuelta atrás por muchos días nublados que amanezcan.

El autor es escritor, periodista y político liberal nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.