«No hay nada permanente excepto el cambio». Heráclito
En la Venezuela de hoy se reúnen para configurar una perfecta crisis todos los elementos necesarios para ello. La enumeración sería larga, pero me referiré solo a algunos de ellos que asumo como de mayor importancia.
El masivo empobrecimiento primeramente, que alcanza en su pernicioso efecto a todos los venezolanos, salvo aquellos que se plegaron a la experiencia concupiscente y al latrocinio y que disfrutan, por cierto, ante nosotros y sin pudicia, de privilegios y holguras que contrastan con la caída del nivel de vida común al 95% de las familias, lo que muestran los estudios que se hacen desde las universidades y especialmente la UCAB con el programa Encovi.
El desplome brutal de los servicios públicos que no economiza a nadie y llena de carencias, incomodidades y sistemático malestar, igualmente a la totalidad de los coterráneos. Agua, servicio eléctrico, energía como combustible y gas, hospitales, escuelas, universidades han visto colapsar sus prestaciones y apenas se mantienen abiertas estas últimas, como los centros educativos de primaria y secundaria, por el coraje de sus ductores que subsidian al sistema con su miseria salarial.
De otro lado, las instituciones han sido socavadas por el ideologismo que ha fagocitado completamente al espectro público, al extremo que podemos decir que puede hablarse del Estado PSUV. No hay separación de los poderes y es tanto más deletéreo el desempeño sesgado, cuando se trata de la seguridad y de la administración de justicia. Los poderes públicos sin excepción están a la merced del chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo y no hay espacio para el debido proceso ni hay garantías ciudadanas.
Desconstitucionalización sistemática, desrepublicanización siguen como resultado y se atenta con desparpajo contra el poder electoral ciudadano, manipulándolo todo y maniobrando contra la decisión popular. El mejor ejemplo de ello lo hemos visto con la intervención de los partidos políticos por una sala constitucional mediatizada y la sórdida y ominosa conducta que impide la postulación de la ingeniera María Corina Machado.
Hay mucho más que decir, pero me referiré ahora a la significación de la elección del próximo 28 de julio y su trascendencia para cada uno de los integrantes de nuestra sufrida nación.
He trabajado este tema en los últimos artículos insistentemente, siendo que, en el fondo, los comicios próximos apuntaran a escoger entre el cambio y la continuidad y eso es lo estratégico aquí.
Maduro es igual a lo que hay y después de 25 años no es capaz de hacerlo distinto. Eso debe quedarle claro a cada ciudadano sin que podamos dejar de repetirlo en nuestras comunicaciones con familiares, amigos y con el prójimo inclusive.
En paralelo, presentemos a Edmundo González Urrutia como la otra opción, la del cambio, la de la superación de esta crisis perfecta de la que ya al comienzo hicimos mención. La diferencia entre uno y otro es esa, y allí debe centrarse el análisis, la deliberación y la decisión.
Edmundo es un venezolano de excepción, formado, talentoso, experimentado y sin mácula alguna. Además, es el candidato unificador del país ciudadano, no solo de la oposición, sino de la sociedad en todos sus segmentos y cuerpos intermedios.
María Corina Machado le está pidiendo a cada compatriota que la acompañen en su campaña a favor de Edmundo y lo hace persuadida del mérito que le acompaña como ciudadano y la calidad, la dignidad de la que goza el susodicho. Es un sincero reconocimiento.
Finalmente, cabe un llamado a todos los factores en pugna. Dejemos al pueblo decidir y mostremos la disposición patriota de acatar a la soberanía y obsequiarle a nuestro cuerpo político, un camino de paz y de progreso.
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