EDITORIAL

Voces de Tocorón

por El Nacional El Nacional

 

El Centro Penitenciario de Aragua, al que comúnmente se le llama Tocorón, por la población del mismo nombre en el municipio Zamora donde está ubicado, es tristemente célebre por ser la fortaleza desde hace una década del Tren de Aragua, uno de los productos de exportación de la “Venezuela bolivariana”, que extiende sus tentáculos por numerosos países del continente. También resuena Tocorón en las semanas recientes por ser el destino para centenares de perseguidos y capturados después del fraude electoral de 28 de julio. Como otras prisiones venezolanas, es un lugar no apto para la vida, menos para la reeducación. Fue diseñado para albergar 750 presos y hace unos años atrás su población carcelaria era diez veces superior. Una pequeña ciudad abandonada por el Estado y entre barrotes.

Nicolás Maduro, que desconoce las sutilezas y la compostura, hizo una rima con el nombre de esta prisión, en alarde de su campaña de represión sin distingo. “El que se coma la luz tun tun, no seas llorón, vas pa’ Tocorón”, dijo el hombre proclamado por el CNE, sin actas de escrutinio a la vista, como presidente reelecto. 

La Vida de Nos, que se esmera en la producción de historias conmovedoras sobre la realidad venezolana, cuenta en esta nota la condena a la que ha sometido el régimen de Nicolás Maduro a las familias que tienen parientes tras las rejas de Tocorón. Son 948 detenidos trasladados al penal aragüeño desde finales de agosto. En su búsqueda, con la esperanza de verlos, de abrazarlos, de darles algo de comida, se trasladaron madres, abuelas o esposas. Duermen en colchonetas dentro de una iglesia evangélica, esperando a que se dignen a atenderlas y a que sus hijos, nietos o maridos puedan recobrar la libertad.

Shirley es una entre tantas mujeres, porque este asunto parece más de ellas que de ellos. Llegó desde Guanare para ver a su hijo de 23 años, que no es ningún fascista. El joven no votó en las elecciones. El 12 de agosto acompañó a su madre a hacerse unos exámenes preoperatorios. Él la esperaba en la puerta del centro médico cuando la Guardia Nacional se lo llevó, primero al Centro Penitenciario de Los Llanos, en Guanare, y después a Tocorón. A finales de septiembre aún no lo había visto. Le pide valor a Dios. “Por lo menos ahorita estamos todas unidas con un mismo propósito: la libertad de nuestros familiares”, llora Shirley.

María vino a Tocorón desde Guasdualito, en el estado Apure. Esperaba encontrar refugio en un hospital, pero dio con la iglesia evangélica y se unió al grupo de mujeres que luchan por sus familiares. Su hijo de 20 años fue apresado el 29 de julio. Había ido en moto con su cuñado hasta el negocio de su hermana. Cuando terminaron la jornada de trabajo y se disponían a regresar a sus casas unos policías los agarraron. “Los patearon. No les importó que el hijo de María les dijera que era hermano de un funcionario del Cicpc ni que les contara que estaba próximo a empezar un curso de la policía. Empezaron a insultarlos, los montaron en una patrulla y se los llevaron junto a otros dos muchachos que, según supieron después, estaban jugando fútbol en una cancha cercana”, relata La Vida de Nos.

Hay más historias: la de Ana, que viajó desde Punto Fijo, la de Silvia que vive en Antímano. La de un hombre que todos conocen como El Alcalde que cuenta cómo se llevaron a su hijo desde Nueva Esparta. El Alcalde tardó 23 horas, entre ferry y autobús, que se accidentaron, además, para llegar a la prisión de Nicolás Maduro, porque esto también es Tocorón. Esperaba ver a su muchacho pero se tuvo que devolver a Margarita a trabajar. Logró que le permitieran a su hijo una llamada de celular. Duró un minuto. “Papito, estamos aquí cerquita, en Tocorón, no te abandonamos”, le dijo el padre con el corazón en la mano.

El trabajo de La Vida de Nos vale mucho. Demasiado. Porque habla del amor en medio de tanta injusticia. Porque expone el alma buena de la gente noble de este país humillado pero nunca vencido.