EDITORIAL

El régimen de los exilados

por Avatar

Que alrededor de 15% de los venezolanos haya huido del país en un poco más de 15 años, debe ser la más grave de las pérdidas, entre todas las pérdidas y destrucciones que ha generado el régimen de Chávez y Maduro, y, también, la que más interrogantes genera hacia el futuro inmediato de Venezuela.

Es tan abrumadora la cantidad de exilados, y se ha hecho tan recurrente, que no hay familia que no tenga a alguno de sus seres queridos fuera del país. Personas que han seguido este fenómeno con atención explican que, de la huida por oleadas –se habla de las oleadas de 2002, 2005, 2007 y, así, sucesivamente–, hemos pasado a una nueva situación: al establecimiento de un flujo constante de personas que abandonan al país. Quien puede se va. Venezuela dejó de ser el país del que los jóvenes se marchaban para cumplir metas académicas, pero al que regresaban inmediatamente después de finalizados los estudios para dar inicio a una vida profesional y productiva y a la construcción de una familia.

El modo como cientos de miles de compatriotas han salido del país tiene un carácter desesperado. Una minoría es la que puede permitirse comprar un boleto de avión. Son innumerables los que han emprendido la travesía en autobús, sin dinero, sin apoyo de ninguna índole –ni siquiera los medicamentos mínimos necesarios, en los casos de personas que siguen un tratamiento médico–, sin un lugar al cual llegar ni trabajo, y sin certidumbre de cuáles serán las condiciones y posibilidades que tendrán de alcanzar alguna estabilidad. Quiero decir con esto: es tal la desesperación, la sensación de amenaza y angustia que experimentan los venezolanos que el deseo de huir, aun en las condiciones más riesgosas, se impone sobre el vínculo con el país.

Las historias de quienes se han marchado son tan sobrecogedoras como las historias de quienes han permanecido en el país y luchan por sobrevivir. Unos y otros son víctimas del régimen forajido que ha tomado el control del país. Cada persona, cada familia tiene un relato que guarda un inmenso valor en sí mismo. Todas son historias de resistencia, de activismo en contra de las adversidades. A millones de personas, muchas de ellas muy jóvenes, les ha correspondido descubrir, de forma muy dolorosa, unas capacidades que no conocían: imaginación, adaptabilidad, emprendimiento, persistencia, esfuerzo, férrea voluntad para no dejarse doblegar por las circunstancias, lo desconocido o lo distinto.

A medida que nos aproximamos al final del régimen, la pregunta por el destino inmediato del exilio venezolano surge con toda su complejidad. Reconstruir el país es una tarea cuya envergadura exigirá no solo de las energías y talentos de los que han permanecido, sino también de quienes, por ahora, viven fuera.

No es posible saber ahora cuántos volverán cuando se produzca un cambio en el poder. El exilio, eso nadie puede dudarlo, ha enriquecido las experiencias, los conocimientos, la visión de mundo de la mayoría. Estos años han sido para los exilados no solo de sacrificios, sino también de aprendizajes, de contactos con realidades sociales, productivas, profesionales, culturales y económicas distintas a la nuestra, que antes solo conocíamos de forma referencial. No tengo duda: esos conocimientos serán de inmensa utilidad en una nueva etapa venezolana.

Una de las cuestiones fundamentales, tarea de la dirigencia venezolana, será la de estimular el regreso del joven talento al país. Venezuela tiene por delante la obligación de recuperar el atractivo, el magnetismo que fue, a lo largo de su historia, signo de la condición venezolana. Restablecer el vínculo con todos los que fueron empujados a marcharse es una tarea que deberá afrontarse como un problema central para las políticas públicas de la próxima Venezuela. Que quienes huyeron del país regresen es prioritario para las familias y también para el conjunto de la sociedad. Mientras el régimen de Chávez y Maduro se ha dedicado a empujar, a expulsar a los venezolanos de su país, a los demócratas corresponde el objetivo contrario: atraerlos a su tierra, abrir las oportunidades sociales y económicas que todos merecen.