Entre los objetivos que se le plantean a la oposición no hay otra cosa más importante que establecer las prioridades necesarias destinadas a lograr un esquema de unidad que, pasando por encima de toda la fiesta de críticas y acusaciones, se atreva a darle una cierta coherencia a los retos que se tienen por delante y que, más allá de los egos y de los señorones que se creen dueño de la verdad, definen una ruta hacia el poder democrático que hemos perdido por causa de nuestros propios errores.
En esto consiste el momento político que parece escaparse de las manos de quienes luchan por darle coherencia a una ruta que, hoy en día, es extremadamente favorable para restablecer la democracia. Si no tenemos en cuenta que este objetivo es lo primordial, e insistimos en imponer ambiciones y proyectos personales, terminaremos en el aventurerismo del fallido golpe de Estado del 4 de febrero y de noviembre del mismo año, cuando colocamos en lugar preponderante el elemento militar por encima de los principios y de las instituciones democráticas.
Los resultados están a la vista y, como corresponde a quienes reflexionan sobre sus pasados compromisos políticos, hemos llegado progresivamente al reto de integrar un frente que limpie el pasado, apacigüe el presente y nos prepare para los dificilísimos logros del futuro. Las desigualdades en la percepción del futuro no pueden ni deben convertirse en un obstáculo insalvable.
Los políticos tienen en sus manos dos posibilidades: imponer sus ambiciones y que Venezuela siga hacia el abismo, o si son valientes, con coraje y con el temple humano que mira hacia la historia, aceptar que deben estacionar por momentos sus naturales aspiraciones, porque nadie es político sin establecer sus objetivos, pero estos nunca tendrán apoyo en tanto no coincidan con las necesidades de los ciudadanos.
Vemos, por ejemplo, los resultados de la supuesta consulta popular de la dictadura madurista. ¿En qué terminó? ¿Qué se logró en realidad? ¿Avanzó el socialismo bolivariano o llegó al despeñadero de su orfandad de pensamiento? Si revisamos bien el curso político de los últimos meses nos encontramos con un escenario medianamente positivo para ciertos sectores y francamente decepcionante para otros que insistían en la praxis desconociendo que ella, en sí misma, se agota y debe renovarse en la táctica y en la estrategia.
Si queremos ser acertados en nuestros análisis no nos queda otro camino que cambiar el escenario en el cual ubicamos nuestra acción. Esto es fundamental y se olvida con mucha frecuencia. El nuevo e intenso pensamiento ciudadano tiene que elevarse a otra fase que no sea solo la crítica, por importante que esta sea, y renovarse en nuevas y atractivas formas de atraer hacia el pensamiento democrático a los ciudadanos.
¿Qué significa esto? Pues avanzar la imaginación para vencer. Nos sobra imaginación, pero nos falta la capacidad de unirnos por encima de nuestras afinidades y, desde luego, de los odios innecesarios y tóxicos. Una guerra entre nosotros solo le conviene al oficialismo, que la alienta de múltiples maneras. Conocemos a nuestro enemigo, pero se nos olvida.
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