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Si usted  por casualidad se topa en Internet con el nombre Ovejero Bernal, no crea que se trata del ministro de Agricultura Urbana que ahora, no satisfecho con su intento de  meternos gato por liebre con su conejera propuesta, anuncia que en su plan para el suministro de proteínas a la famélica familia venezolana ha incluido al ovejo, cuya carne, cuando el animal tiene menos de un año, y se le llama cordero, es muy apreciada en casi todo el planeta, especialmente entre aquellos pueblos que, por motivos religiosos, tienen prohibida la ingesta de carnes vacunas y porcinas; no, el señor Ovejero Bernal no es el ex policía Freddy, sino un muy respetado catedrático de Psicología Social de la Universidad de Valladolid, que nada tiene que ver con borregos y carneros.

En Venezuela, el cordero es un exotismo. No es muy del gusto vernáculo su almizclado sabor, aunque, se dice, quienes aquí benefician ganado ovino han aprendido a hacerlo eliminando ese desagradable regustillo, razón por la cual no habría impedimentos para que forme parte de la dieta nacional.

Salvo el precio, factor que poco parece importarle al burócrata rojo. Y el espacio. Si ya para criar conejos una familia tendría que desalojar su casa, ¿dónde diablo metería a esos lanudos ejemplares? Y los balidos, ¡beeee!, ¿quién se los calaría? No. Definitivamente Bernal no atina con el perol y, por eso, le sugerimos que se asesore con quienes conocen la materia antes de disparatar buscando el aplauso de Maduro.

A no ser que se tenga la barriga llena, cosa difícil en estos tiempos de escasez, sería masoquista ver el canal Food Network –sería también sadismo recomendarlo–, pero como estamos seguros de que el camarada ministro no está pasando las de Caín, le sugerimos que, en su supertelevisor de pantalla gigante y altísima definición, preste atención al programa Comidas exóticas conducido por Andrew Zimmern, un individuo que a nada le hace el feo y ha de tener un estómago de acero.

De él tiene mucho que aprender el improvisado criador y nutricionista que ocupa el despacho vertical y organopónico. Se enterará que los insectos y los reptiles son poderosa fuente de material proteico. Y lo mejor es que no cuestan nada y están por doquier. Aparecen y se multiplican casi que por generación espontánea, lo cual supone que, con un mínimo esfuerzo, cualquiera tendría a su alcance un completísimo menú con base en cucarachas, gusanos, bachacos, arañas, escarabajos y bichos similares.

De entrada, ¡claro! Porque para platos principales están ratas –en las albuferas de Valencia, España, es fama, se preparaban con estos roedores, caracoles y arroz, primitivas y sustanciosas paellas–, acures, ratones, culebras, lagartijas y otros roedores y reptiles que admiten mil formas creativas de preparación. Y eso sí es revolucionar la cocina.

Imagínese una tarántula flotando en leche de coco; un plato en blanco y negro, alto contraste que, como no mata, engorda. Coja luces, señor Bernal y éntreles a las patas de sapo, que no deben ser muy distintas a las ancas de rana.

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