Cómo iba a imaginar un joven bachiller que desde muy temprano soñó con ser médico, no para enriquecerse explotando una profesión que, en razón de las deficiencias en los servicios sanitarios que el Estado está constitucionalmente obligado a prestar, puede ser una muy lucrativa fuente de ingresos –sobre todo si, desaprensivamente, se dejan de lado las obligaciones deontológicas contraídas con la sociedad a través del juramento hipocrático–, que sus sueños estudiantiles devendrían en pesadillas y lo que se suponía iba a ser ejercicio de una disciplina científica se convertirían en prácticas más cercanas a la hechicería que a las ciencias médicas. Sí, cómo podía anticipar que el día menos pensado, la abulia e incompetencia gubernamentales iban a poner trabas a su vocación y a la razón de ser de su apostolado: salvar vidas.
La reflexión anterior es motivada por tres titulares de este periódico, en su edición digital del jueves. El primero de ellos, “La morgue trabaja cada día con menos furgonetas”, nos cuenta las dificultades que entraña transportar un cadáver desde el lugar del deceso hasta la sala refrigerada donde aguardará por el bisturí del patólogo. Esta deficiencia que agrava la situación de la morgue de Bello Monte, cuya insalubridad fueron expuestas en su debido momento por este diario y Tal Cual, lo que supuso para ambos medios penalizaciones violatorias del derecho de informar y expresarse libremente, nos hace pensar que las necropsias allí realizadas se hacen en condiciones tan precarias que nada tienen que envidiarle a los sacrílegos rituales jurunga muertos que, en el país, tuvieron supremo ejemplo en el comandante para siempre cuando profanó el sarcófago del Libertador. Un ritual santero, más que una autopsia formal, es lo que podría concluir un observador imparcial que tuviese la desdicha de asistir a un examen post mortem consumado en ese pudridero de cadáveres.
“Murió obrero por falta de fármacos” es el segundo titular en cuestión. La noticia explica que esta nueva víctima de la escasez crónica de medicamentos padecía epilepsia y no pudo conseguir las medicinas que le fueron recetadas.
El tercer título es, si se quiere, más alarmante: “Confirman 38 casos de sarampión en el estado Bolívar”, porque evidencia un retroceso inadmisible en las políticas de salud pública. Lo peor es que esta enfermedad, que los epidemiólogos suponían erradicada de nuestro territorio, es una de las principales causantes de la mortalidad infantil. Hay además otros 88 casos aún no confirmados, pero sospechosos de contagio. Y aquí es el médico el que se lleva las manos a la cabeza, pues constata que no hubo vacunación. Porque no hay inmunizadores. ¿Qué puede hacer un médico cuando sabe que sus pacientes no podrán hallar lo que necesitan para sanar? Rezar para que se produzca un milagro. Si es religioso, claro, y tiene vocación de José Gregorio Hernández. O recurrir a la magia. Mas un hombre de ciencia está reñido con la nigromancia; sin embargo, tendrán que recurrir a ella nuestros médicos, entre otras cosas, porque si se llega a saber que les preocupa lo que ocurre, pueden ser juzgados por traidores a la patria, no por brujos.