Cuando los políticos van cuesta abajo, no solo en las encuestas sino entre sus propios y más cercanos colaboradores, entran en una suerte de espejo opaco que deforma su realidad y su entorno. Es la etapa en la que la ridiculez, la mentira y el infantilismo les brotan por los poros como el sudor en un desierto. El señor Maduro no escapa a esa decrepitud que tanto azota a los payasos de circo cuando miran a su alrededor y ven las gradas vacías, la ausencia de público y constatan la magnitud de su fracaso.
En estos días (no vale la pena el día exacto) el señor Maduro se mostró exultante en un escenario que en nada le favorecía. Acudía a inaugurar la reconstrucción de un hotel en Maracay, una ciudad que fue residencia apacible y transitoria del general José Antonio Páez, héroe de la lucha por la independencia, hombre de victorias increíbles que le merecieron elogios incluso de sus adversarios españoles. No fue un hombre ilustrado, nació valiente, pero con los años adquirió lo que pocos militares logran: educación, cultura y firmeza republicana. Páez es una bofetada para los partidarios de Maduro porque nunca necesitó de esa nauseabunda ficción de declararse “hijo de Bolívar” para mantenerse en el poder.
La indignidad del militarismo se perpetuó al punto de execrar a Páez de la historia y prohibir su nombre, una idea nacida del reblandecido general Pérez Arcay, ese señor metido en un uniforme flotante que nunca le hicieron a la medida, que fabuló la presencia de Chávez en el Campo de Carabobo en 2021 montado en un caballo blanco (¿podía ser otro?) pero se le atravesó la muerte y detuvo el ridículo militar inevitable.
Como era lógico, ante la insuficiencia de los héroes que funcionaran para el patriotismo propagandístico, hubo que recurrir a las figuras externas, ya despreciables, de Fidel y Raúl, que están siendo destruidos por la historia. Pero eso no fue suficiente. Ahora apelan, sin ninguna dignidad crítica, a figuras del pasado en la Venezuela que careció de democracia, que sufrió un vendaval de torturas, exiliados y líderes asesinados en plena calle. No hubo en ese pasado algo que ahora el PSUV y su, digamos, máximo líder, Maduro, puede reivindicar como un argumento de su mediocre gestión.
Analicemos un poco, como venezolanos tranquilos y sensatos, estas palabras del señor Maduro: “¿Estamos en vivo? Nos han sorprendido, estamos en vivo. Un saludo a toda Venezuela, hoy es un día bonito, feliz, jueves. Jueves de trabajo, jueves de economía, jueves 21 de septiembre. Anótenlo, 21 de septiembre de 2017. Va el año, mira, cabalgando hacia la recuperación, hacia la paz, cabalgando hacia la consolidación de Venezuela. Estamos en el Hotel Maracay, hotel histórico de esta ciudad país, construido en 1956 por mi general Marcos Evangelista Pérez Jiménez, con una arquitectura de premio mundial, una belleza verdaderamente”.
“Ustedes lo van a observar en los videos que tenemos, este hotel fue inaugurado en 1956, en las obras públicas de una Venezuela pujante. Se pueden hacer críticas al tipo de régimen político que él dirigía, pero lo cierto y quedará para siempre es que tenía una visión estructural del país en 1956”.
Maduro se agarra del pasado y reconoce su fracaso.