EDITORIAL

El fiscal se enteró tarde

por Avatar EL NACIONAL WEB

Para gran sorpresa de los venezolanos y quizás de buena parte de los políticos latinoamericanos, el fiscal general, Tarek William Saab, se acaba de enterar de las andanzas en Estados Unidos del militar retirado Alejandro Andrade, quien por un golpe de mala suerte lo pusieron en un cargo donde la tentación era muy grande, nada menos que tesorero de la nación, valga decir, donde corre al galope el billete bolivariano.

Andrade participó en las acciones conspirativas que condujeron al golpe del 4 de Febrero, fecha magna de la revolución bolivariana del siglo XXI. Derrotada la intentona, los jóvenes oficiales fueron encarcelados y luego, por gracia del presidente de la república para ese momento, doctor Rafael Caldera, se les liberó sin mayores tribulaciones ordenando el sobreseimiento del proceso. Pasado cierto tiempo no les fue fácil ganarse la vida y debieron dedicarse a variados oficios que en todo caso no generaban sino escasos ingresos.

El caso de Andrade es particular porque ni siquiera estaba en condiciones de disponer de un vehículo para acudir al trabajo y mucho menos para dedicarse a uno de sus deportes favoritos: el bowling, que a decir verdad practicaba con bastante éxito. Varios de los jugadores (no militares) fueron testigos de esos momentos aciagos en los cuales no podía pagarse de su propio bolsillo un refresco y menos aún un whisky, que era un lujo mayor.

Pronto su destino iba a cambiar con el triunfo electoral del comandante Hugo Chávez y su llegada a Miraflores. Cuentan que allí, en el transcurso de una tarde en la que predominaba el calor y el fastidio, a Chávez le dio por jugar chapita, que consiste en lanzar una chapa de refresco para que otro intente batearla con un palo de escoba o algo parecido. En esa tarde a Andrade le sucedió un accidente ciertamente crucial: una de las chapas bateada por el presidente de la república se estrelló contra su rostro y le vació un ojo. Fue tal la compasión de Chávez que, de inmediato, decidió darle un cargo oficial que compensase con creces el daño causado.

Andando el tiempo, Andrade comenzó a nadar en la abundancia y a caer en las tentaciones de los grandes billetes. Su futuro inmediato estaba garantizado, pero necesitaba escaparse del país que le había hecho rico de la noche a la mañana y escogió Estados Unidos.

Mala decisión porque los gringos le exprimieron todo lo que sabía, o casi todo. Allá le garantizaron que disfrutaría de sus propiedades y de su riqueza mal adquirida, pero Andrade olvidó un detalle demasiado importante: el delito más grave que existe allá es mentirle a las autoridades. Y cuando los investigadores apresaron a ciertos personajes ligados a Venezuela y al lavado de dinero, el mundo se le vino encima.

Surgieron demasiadas pistas que relacionaban a Andrade con negocios que el antiguo oficial y hombre de confianza de Chávez había olvidado, o quiso olvidar por ser demasiados comprometedores. Y no ocurrió recientemente, como se dice en los medios del exterior: los agentes norteamericanos le redujeron sus movimientos hace tiempo, le colocaron una tobillera electrónica y le volvieron a interrogar días tras días, noches tras noches. Agotado, tembloroso y sin fuerzas, ahora sí contó todo. Hasta la última letra.