EDITORIAL

La epidemia de la ley del odio

por Avatar EL NACIONAL WEB

Cuando todos se imaginaban que el mamotreto de la ley contra el odio era un invento de Maduro y su entorno, aparece en Chile la misma iniciativa pero esta vez apadrinada por Michelle Bachelet, presidente de Chile  hasta 2018. De manera que ya veremos leyes contra el odio por toda América Latina como una epidemia incontrolable que recorrerá los regímenes autoritarios y populistas.

Será una manera de disfrazar las nuevas formas de represión contra los sectores democráticos sin que esas actuaciones policiales y judiciales se vean entorpecidas por las condenas de las instituciones internacionales y de las ONG, esos minienemigos que los militares y sus aliados civiles temen día y noche porque no tienen capacidad de controlarlos, y para mayor desgracia, mantienen una memoria imborrable a toda prueba. Son además las que contribuirán mayoritariamente a la aportación de pruebas y testimonios de las barbaridades cometidas por estos regímenes crueles, vengativos y corruptos.

Ayer el escritor Gonzalo Rojas, en su columna en el diario chileno El Mercurio, revelaba en un certero artículo que la presidente  Bachelet “había firmado un proyecto de ley que busca sancionar la así llamada incitación al odio”. Según el columnista, la mandataria estima que es necesario tipificar esta conducta como delito, porque a su entender “el hecho de difundir mensajes odiosos y sembrar la división de los miembros de la sociedad debe tener la sanción que corresponde”. Vaya, vaya, el mundo te da sorpresas.

Que la señora Bachelet hable de mensajes odiosos la coloca en el mismo nivel de Nicolás Maduro y su camarilla civil y militar, con la diferencia de que la presidenta de Chile es una mujer educada, ha desempeñado cargos importantes en organismos internacionales, ha sido ministro y dos veces jefa del Estado del valiente pueblo chileno que supo sacudirse al dictador Augusto Pinochet.

Es más, la honorable señora Bachelet sufrió como nadie el régimen sangriento, torturador y corrupto de los militares chilenos y su terrible policía política, la DINA. El padre de la presidente, general de la Aviación, fue torturado por sus propios compañeros de armas y murió en prisión.

De allí que Gonzalo Rojas escriba alarmado sobre el estado de perplejidad en que tienen que haber quedado todos los que saben algo de la historia reciente de Chile y aún conservan la dignidad de hacerle caso a su memoria o a sus conocimientos. “Perplejos, porque una persona que milita en el Partido Socialista ha presentado un proyecto que, si tuviera efecto retroactivo, afectaría a todos sus correligionarios de los años sesenta y setenta, a todos sus amigos comunistas  y sus aliados (…) En fin, un proyecto que casi no dejaría libre en esta patria ni a uno solo de esos arcaicos izquierdistas”. Pero bueno, señores bolivarianos, no hay de qué preocuparse: las leyes habitualmente “no tienen efecto retroactivo”.

Castigar a los ciudadanos por difundir “mensajes odiosos y sembrar la división de los miembros de nuestra sociedad” es una verdadera perla: “Pocas veces desde el marxismo se había develado de manera más clara la mala conciencia sobre sus propios propósitos”. Sí, señora, sabemos que usted se formó en la Alemania comunista, pero no queremos volver atrás.