En un despacho desde Ginebra, la corresponsal de AFP Nina Larson nos revela algo no menos sorprendente que los inmensos daños causados por el huracán que azota el sur de Estados Unidos. Escribe la periodista que el alto comisionado para los Derechos Humanos de la ONU afirmó ayer que la democracia en Venezuela “apenas está viva, si es que todavía está viva”.
Lo que nos sorprende son dos cosas: la primera es que a estas alturas se dude en las instancias internacionales sobre el rumbo inequívoco del gobierno de Maduro hacia un modelo dictatorial infinito y despreciable. Y en segundo lugar, que un funcionario de tan alta jerarquía se exprese de una manera tan rotunda, sincera y valiente, algo que no es precisamente la manera en que la ONU practica su lenguaje hacia dentro y fuera de la organización.
Por lo general se expresan en un tono digamos que “gaseoso”, inatrapable y liso de cualquier astilla que pudiera herir la sensible piel de demócratas y dictadores. Pues bien, al presentar el informe en el que acusa al gobierno venezolano de “reprimir el disenso político e infundir temor en la población”, Zeid Ra’ad al Hussein fue más allá de todo lo esperado. Bien por él, por la ONU, por los derechos humanos y por la democracia.
Esa es la verdadera manera de desenmascarar a los hampones de la política que dicen actuar en bien de las mayorías, de los pobres del mundo y de la explotación capitalista. Menuda mentira, tamaña jugarreta cínica de unos gobernantes que cada día quedan con el trasero al aire cuando un funcionario se cansa o se asquea de ocultar delitos, proteger a miembros del partido o servir de tapadera a sus negocios sucios.
Contra ese miedo a hablar es que se tiene que luchar porque las mafias políticas están acabando con la fe de la población en sus instituciones, en la justicia, en las fuerzas armadas y en cualquier instancia que se aventure como una salida decente a la cloaca en que estamos sumidos por culpa del bandidaje aventurero que llegó al poder ofreciendo villas y castillos.
Revela la agencia AFP que el alto comisionado concentró su informe “sobre la situación en Venezuela, principalmente sobre la represión de las manifestaciones de la oposición”. Era de esperarse, mucho tardaron en darse cuenta de que, ante sus ojos, una telaraña infinita de complicidades había sido tejida forajidamente para impedir y desviar la atención de la opinión pública hacia un hecho fundamental como era el descuartizamiento de la democracia y, a la vez, de la progresiva e irreversible instalación de un régimen autoritario, prehistórico y militar sin parangón en la historia de América Latina.
Regímenes ladrones y represivos ya eran conocidos tiempo atrás en América Latina, pero dictaduras que actuasen como grandes corporaciones del delito resultó una sorpresa. Que un falso proyecto revolucionario se atreviera a conectarse en muchos de sus niveles civiles y militares con el hampa organizada para colaborar y prestar facilidades al tráfico de droga, al lavado de dinero, al comercio de armas y a la acumulación de capitales de origen ilegal es uno de los aportes que los nuevos revolucionarios nos dejan como herencia mortuoria.