Otra Semana Santa como esta y Venezuela toda puede terminar convertida en un gran río Guaire, ese infecto y raquítico hilo de aguas negras que atraviesa Caracas repartiendo las inmundas contribuciones de la red de cloacas de la capital. La miseria y el hambre es tal en este paraíso del socialismo del siglo XXI que muchos caraqueños se pasan el día tratando de encontrar algo de valor que arrastren esas aguas.
Es un hecho comprobado por diarios y revistas de prestigio en este continente y en Europa, incluido The New York Times. Pero estas líneas editoriales buscan otro camino al comparar a ese ridículo río, que otrora convocara las hermosas quebradas caraqueñas, para ilustrar lo que ocurre, para vergüenza de los venezolanos, con el actual régimen dictatorial que lentamente nos martiriza no solo en lo material sino que destruye nuestra propia forma de ser, alguna vez alabada por los visitantes que llegaban a nuestras tierras.
Que en un país se encierre a miles de venezolanos en cárceles inhóspitas, insalubres y bajo el cruel y total dominio de los peores hampones que están tras la rejas y que, de múltiples formas y maneras, estos reciban ayuda y apoyo de fuentes oficiales supera cualquier forma imaginable de terror carcelario, incluso en la Unión Soviética o en Corea del Norte, por no hablar de Cuba, que ya es una universidad para los sádicos tropicales.
El mundo sabe perfectamente bien que estos horrorosos hechos cometidos en el transcurso siniestro del régimen, presidido por esta camarilla civil y militar, han sido documentados de todas las formas y maneras, informes tras informes, reportajes e investigaciones, declaraciones de ex presidiarios y testigos, discutidos en foros nacionales e internacionales. No estamos, pues, ficcionando un infierno sino refirmando lo que la comunidad mundial sabe y que, por imperativo moral, debería actuar con firmeza y justicia.
Los venezolanos no estamos pidiendo favores al mundo, pues cada vez es más cierto que en el camino de esta lucha hemos sembrado la muerte de muchos jóvenes, la persecución y la cárcel de luchadores de una estatura singular y de una valentía insuperable, del sacrificio de tantos ciudadanos honestos y bien calificados que han debido dejar su patria porque la camarilla civil y militar les ha expropiado el futuro.
Y no olvidemos a los oficiales que ahora en esta nueva arremetida madurista se les mancha su carrera sin derecho a la defensa. Ante esa forma de actuar cualquier oficial es culpable de antemano porque, sin duda, no se trata de llevarlos a juicio sino de reducirlos a simples prisioneros a los cuales se les amputa su derecho a la defensa. De allí a la humillación social e institucional no hay más que un paso. Sobre sus familias caen las sombras de las sospechas y el aislamiento si residen en viviendas de guarnición.
Leales a la obediencia constitucional al jefe máximo de la Fuerza Armada Bolivariana habría que preguntarse, en medio de este caos, cómo reaccionarán ante esta gravísima acusación que hace el gobierno de Panamá al incluir, según la agencia AFP, a Nicolás Maduro, junto a otros dirigentes chavistas, en una lista de “alto riesgo” por blanqueo de capitales y otros delitos que van más allá de la jurisdicción venezolana. ¿Cómo queda la obediencia ante este jefe cuyo destino conduce a una condena inevitable?