EDITORIAL

Caracoleando

por Avatar EL NACIONAL WEB

No hablamos hoy de una famosa canción de aires llaneros, que copó los espacios de popularidad hace tiempo. Hablamos de otros espacios clausurados por la dictadura, asfixiados por el totalitarismo. No vamos a «pasillanear», por lo tanto, sino a detenernos en el nuevo atentado contra la libertad de expresión que se acaba de perpetrar en el dominio de las llamadas cableras, a través de las cuales recibimos las informaciones que algunos medios nacionales no se atreven a comunicar, o que ofrecen a cuentagotas.

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha protestado por el cierre de Caracol TV y RCN, emisoras de su país, cuya señal ha sido vetada a los venezolanos. Se trata, afirma el primer mandatario desde Bogotá, de una decisión «que va en contravía de las libertades consagradas y deja a los venezolanos con menos opciones para informarse». De inmediato contó con el respaldo del secretario general de la OEA. Dijo Almagro a través de su cuenta en Twitter: «Dictadura golpea medios. La salida de Caracol TV y RCN es un paso a la sistemática violación de la libertad de prensa».

Fueron más certeras las expresiones de Almagro, pese a que no pasaro el límite de los 140 caracteres. Señaló que la medida aludida no es sino la continuación de las agresiones constantes a los medios que se atreven a expresarse con independencia. Es una historia vieja, según se desprende de su breve mensaje.

En efecto, es la prolongación de una serie de ataques que se remontan al régimen de Chávez y que ahora se hacen más insistentes y amenazantes. El alicate de la dictadura no solo se usa contra los impresos y las emisoras radioeléctricas que funcionan en el país, sino que también extiende sus tentáculos hacia las señales que transmiten desde el exterior.

Basta una orden de Maduro, como bastó con un capricho de Chávez, para que el alicate de Conatel haga su trabajo de manera automática contra los contenidos procedentes del extranjero. No debemos olvidar el caso de CNN, pero también otros predicamentos escandalosos a través de los cuales se ha impedido de manera tajante la transmisión de telenovelas o de simples segmentos de diversión sin vinculos expresos con la política. El mínimo detalle de la autonomía, cualquier expresión que, según el pensar de los patrones de los alicateros, va contra los intereses de la dictarura, es objeto de cenusra mecánica y feroz.

El presidente Santos levanta la voz ante una agresión contra dos emisoras colombianos, como corresponde a su trabajo y su obligación, pero le recordamos desde aquí que no se trata de una novedad, sino solo de la continuidad de una machacada persecuciíon que apenas ha permitido el funcionamiento de una medida docena de emisoras de radio y de un trío de impresos independientes, entre ellos El Nacional, que subsisten en medio de férreo hostigamiento.

Hace tiempo que la libertad de expresión no habita entre nosotros. Hace tiempo que muchas emisoras de radio, todas las televisoras y la mayoría de los periódicos que antes trabajaban en Venezuela con autonomia, agacharon la cerviz para ser obsecuentes empleados de la dictadura. Están «pasillaneando» desde hace tiempo, pero rara vez han caracoleado.