No se percibe un horizonte promisor para la economía colombiana en 2024. Ello no es sino producto de la inercia que lleva el país desde 2023 caracterizada por un crecimiento muy bajo, consecuencia del desconsumo y la desinversión.
Los grandes esfuerzos de las naciones lideres del planeta por recuperar un buen ritmo de inversión y controlar la inflación no han sido coronados todavía con buenos resultados. De allí que Colombia haya estado afectada, en el año que cierra, y como el resto del mundo, por la desaceleración global a la que hemos asistido desde la pandemia. Solo se espera que la economía nacional crezca 1,5% en el año que entra después de exhibir una expansión de 1,2% en el presente año.
La carta de navegación del gobierno de Petro señala que su economía crecerá 1,5% en 2024 y 2,3% en 2025. El consumo privado, en los mismos dos años, lo hará en 2,2% y 3,0%, respectivamente. Y la inversión fija pasará de números rojos (-2,0% en 2024) a cifras positivas (6,2% en 2025).
Ojalá así sea porque el desasosiego es lo que cunde entre los hombres de negocios y cámaras sectoriales. Un ambiente de atonía es lo que prevalece. El sector privado ha estado paralizando sus decisiones y evitando innovar desde el inicio del período de gobierno y la continua inclinación del presidente a efectuar transformaciones profundas en sectores claves como salud, vivienda, impuestos, trabajo, contribuye al ambiente de inestabilidad dentro del cual lo mejor es no hacer nada, no arriesgar. La inversión en el 2024 será, entonces, el más débil de los indicadores y la construcción, la industria manufacturera y el comercio seguirán siendo sectores más castigados.
Reducir la inflación tiene que ser el gran objetivo del gobierno de Gustavo Petro y esta tarea debería ocupar buena parte de su atención. Pero el económico no es el sector fuerte de este gobierno. El Plan Nacional de Desarrollo aprobado a mitad de 2023 es un galimatías dentro del cual los conceptos se confunden con los propósitos. Es un programa principista que no tiene en consideración que el país se inserta en un mundo en crisis y en plena redefinición de metas. Allí adentro se contempla la reindustrialización del país y nuevas prácticas comerciales sin trazar una ruta critica para lograrlo. No le da a Estados Unidos la relevancia que debe tener como primer socio comercial de Colombia y por el contrario propende, en la teoría, a abrir nuevos canales comerciales con Asia, con la cual hay un intercambio débil.
En el caso de sus relaciones comerciales con Venezuela el desenfoque no puede ser mayor. En lo que queda de mandato, ni Venezuela estará en condiciones de interactuar eficientemente con Colombia, ni existirá una posibilidad de integración en cadenas de valor para competir frente a terceros.
A futuro, el impulso a sectores como el agro serán determinantes para atornillar el crecimiento potencial, pero mientras la violencia y el ambiente narco sea la tónica imperante no es posible hablar de la revigorización del campo.
Así las cosas, tristemente, el pronóstico no puede ser prometedor.
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