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Duque en China: una primera piedra

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La parte más destacada de la visita de Iván Duque a Pekín no fue la corona de flores que el presidente de Colombia llevó al mausoleo de Mao Tse-tung durante su permanencia en ese país, tal como algunos articulistas han comentado con el fin de descalificar al jefe del Estado. Ello es apenas un gesto protocolar usual en visitas oficiales. Todas empiezan o terminan por un acto simbólico de reconocimiento -que no de apoyo ni de simpatía- a la historia del país que se visita. Duque no dijo palabra que represente una loa a la figura de Mao, ni a los logros de la revolución, lo que sin duda habría sido un enorme despropósito de negativa trascendencia.

La visita de Duque a la segunda potencia mundial tiene una destacada relevancia, aun cuando las visiones de ambos mandatarios no sean coincidentes en temas de política ni de manejo del Estado. La diplomacia moderna ha instaurado modos de interacción eficientes entre países que no comparten principios coincidentes en lo atinente a la conducción de su política interna.

El crecimiento del comercio bilateral, la cooperación en materia de manejo de puertos transporte, el estrechamiento de las relaciones en materia tecnológica y los acuerdos en materia de inversiones de nacionales chinos en Colombia fueron los ejes de las reuniones oficiales que tuvieron lugar. Son estos sectores los que aportarán un valor agregado  en lo económico y en lo estratégico a Colombia, en la medida en que el vecino país le dedique un importante esfuerzo a materializarlo.

Es Colombia la que tiene mucho que ganar en el desarrollo de relaciones comerciales estrechas y de estructura diferente a la actual con el gran gigante de Asia y segunda potencia económica mundial. Así lo han entendido otros países ribereños del pacífico, como Chile, otro gran adalid de la democracia, que está extrayendo un ingente provecho de sus crecientes intercambios con China, del financiamiento de proyectos internos y de la cooperación en el terreno de la tecnología. 43.000 millones de dólares en comercio bilateral entre los dos países, el año pasado, dan cuenta de ello. De ellos, 25.300 son exportaciones chilenas. Colombia apenas colocó en China en 2018 cerca de 4.000 millones de dólares, de los que 98% fueron commodities.

Lo que tiene sentido es percatarse de que una relanzada relación de Colombia con China podría redundar en el despegue definitivo de uno de los proyectos más retrasados y a la vez más determinantes para el fortalecimiento de su economía, que es el de la habilitación de la costa pacífica colombiana para el comercio internacional.

La nueva Ruta de la Seda, proyecto bandera de Xi Jinping, encaja con los planes de infraestructura del presidente Duque en materia de vialidad, transporte y puertos, al igual que  con su política de industrialización nacional y de posicionamiento creciente en los intercambios mundiales. Si bien es cierto que China apunta a una influencia creciente en el mercado latinoamericano que cuenta con 600 millones de consumidores para sus productos, no es menos cierto que Colombia necesita, con desespero, echar mano de recursos internacionales para poder impulsar su propia economía. Atraer capitales foráneos orientados a incrementar el componente nacional de las exportaciones colombianas destinadas a Asia es una de las vías a ser exploradas y explotadas luego de este encuentro. Los flujos de inversiones chinas en Colombia en los últimos 5 años apenas participaron en 0,2% del total. El espacio para el crecimiento es grande.

Así que aún es temprano para cuantificar los beneficios que Colombia puede extraer de un relanzamiento de sus relaciones con China. Darse a la tarea de criticarlos con fines políticos en esta etapa, es realmente mezquino.

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