OPINIÓN

Drogas, política, salud y esperanza (I)

por Luis González Del Castillo Luis González Del Castillo

Todo aquel que ha padecido o se le ha diagnosticado en estos momentos una grave enfermedad, ha sufrido algún trauma o accidente, o enfrenta un grave mal que le amenaza, directamente a él o a un ser amado, sentirá en general el desasosiego, la incertidumbre de qué sucederá. En cualquier lugar del planeta donde se habite, aquello que nos aumente los riesgos de lo que podría acabar con nuestra previa buena salud, e incluso con nuestra vida, nos aumenta también, curiosamente, las percepciones intuitivas y psicológicas sobre lo valioso de la vida misma. Del limitado tiempo que hemos dispuesto para aprender lo necesario como para vivirla mejor, más intensamente. Sin necesidad de sumergirnos en el desastroso mundo de las drogas; que nos roban nuestra libertad, nos encarcelan en la dependencia y nos inhabilitan para soñar sanamente, la vida nos ofrece enriquecedoras y profundas experiencias que son la esperanza para una mejor y más sana humanidad, tanto mental como físicamente.

¡La salud durante la vida es crucialmente importante para todos! ¿Cómo hacerle frente y poder superar los más difíciles tiempos? Sean por los propios problemas de salud, a los cuales me he referido como los más importantes, o a los problemas de poder tener una calidad de vida mínimamente digna. Vivir sin que los problemas económicos y sociales de lograr la subsistencia diaria se confundan con el objeto de la vida misma. El solo lograr resolver el problema cotidiano de comer y acceder a medicamentos y tratamientos vitales para conservar la salud, o curarla.

Las causas estructurales de tales problemas cotidianos son un sistema de libertad, orden y seguridad, que en la política venezolana son los que hay que solucionar. Tal realidad venezolana puede ser considerada hoy como una guerra irregular de resistencia, o de supervivencia que libra toda una nación, frente al tipo de régimen genocida que la secuestra. Se quiere lograr finalmente implementar el modelo de Estado totalitario que suprime la libertad y la justicia en todo un territorio, controlado para imponer un orden de dominación del país bajo poder de una pequeña tiranía narcocorrupta y asesina.

No pretendo dar fórmulas mágicas a la comunidad internacional de cómo enfrentar el monstruo. El deber de proteger a las propias naciones es, en mi opinión, un deber de civilización, de humanidad, de los ciudadanos más aptos moral y racionalmente hacia toda la sociedad. Quiero más bien llamar la atención a los expertos sobre el tiempo de sobrevivencia y posibilidad de evitar una generación destruida totalmente, subyugada por hambre física y sed de justicia, a la que se está llegando.

Día a día, los costos humanos en nuestra otrora alegre, pujante y luchadora nación venezolana están haciendo un demoledor efecto.  No me extenderé en el presente artículo sobre cifras de la magnitud del abrumador problema. Ello lo atenderé próximamente. Nuestro territorio tomado por las mafias del narcotráfico, en el que se han fortalecido estructuralmente, han ido estableciendo mecanismos de defensa ante los cercos económicos que se les aplican desde países amigos como Estados Unidos, y van logrando la complicidad internacional de otros países cómplices y de transnacionales del crimen, que se han estabilizado en el mundo del negocio de producción, procesamiento, distribución y comercialización de las sustancias prohibidas.

Bajo engaño, o de abierta complicidad, como está ocurriendo en Venezuela con la disidencia de las FARC y el ELN desde la trama castrista-colombiana, y con México como sabemos ahora implicado en esa “paz para el crecimiento del negocio de los carteles” , buscan reequilibrar lo que podríamos llamar el neo status quo del narcotráfico que, produciendo “menos muertes o ruidos” por las confrontaciones, internas y externas, permitan ordenar el abastecimiento y cuidar mejor los canales de distribución y blanqueo de gigantescas sumas de divisas que produce el negocio maldito.

El problema político de las drogas forma parte de los más graves problemas políticos  y de salud pública de nuestro tiempo, aún en los Estados más desarrollados. En las naciones más avanzadas del mundo, consensualmente se reconoce como una de las más importantes tareas solidarias que debe asumirse internacionalmente para tratar de implementar soluciones en una relación sector público-sector privado-sociedad civil-familia, que permita atender la satisfacción de tal demanda de salud integral dentro de cada país específico e internacionalmente, e ir encontrando modelos políticos de gestión para satisfacer la misma.

En lugar de sembrar desolación y desesperanza en la sociedad frente a tan desafiante contrincante criminal, como lo es el negocio de las drogas, quiero compartir con ustedes lecciones aprendidas de seres de luz y de bondad que existen a nuestro alrededor en esta lucha. Comienzo por destacar la familia y los verdaderos amigos como lo más importante en cada instante, en cada momento posible, para decir un te quiero a tiempo. Respeto a la vida que nos rodea, humana, animal, vegetal y mineral. Comportarse a la altura de los mejores sentimientos que podemos experimentar los seres humanos. Intentar la trascendencia con quienes quieren compartir con nosotros este fascinante viaje que llamamos vida. Nuestro entorno familiar directo e indirecto, compañeros de trabajo, amigos. Nuestros países de Latinoamérica, vecinos, conciudadanos todos, son, al mismo tiempo, posibles sembradores de esperanza o posibles espectadores cuasi pasivos de la destrucción. Para construir el mundo mejor en el que podamos vivir hay que hacer sacrificios. ¿De que lado de la historia  definitivamente estarán ustedes? De la acción por la esperanza o de la languideciente  esperanza por la acción?

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