En el siglo VI a.C., la fraternidad político-religiosa de los pitagóricos amanecía abrigada bajo la tibieza del sol. Cada día representaba para esta comunidad de iniciados un renacimiento. Por eso, tras mostrarle sus respetos matutinos a Apolo, paseaban por el Templo de las Musas en absoluto silencio, que es lo propio del que empieza una vida nueva, con inocencia, dispuesto a escuchar y aprender otra vez.
Bajo la sombra de árboles y pórticos se ofrecía la lección de la mañana. Al mediodía se dirigía una plegaria a los héroes y se almorzaba frugalmente. Nos cuenta Sebastián Porrini en su Fulgor Mítico que «la tarde se consagraba a los ejercicios gimnásticos, luego al estudio, a la meditación y al trabajo mental sobre la lección de la mañana. Después de la puesta del sol, se oraba en común y cantaban himnos a los dioses cosmogónicos: al Zeus celeste, la Atenea providente y la Artemisa protectora de los muertos».
No obstante, el conocimiento sagrado no era para todos. Los pitagóricos se dividían en acusmáticos, un círculo externo de principiantes que podía escuchar algunas lecciones y aprender rudimentos de la doctrina, y en matemáticos, el círculo interno de los verdaderos iniciados que guardaban con celo los esoterismos.
Douglas Jiménez es matemático y reconoce la omnipresencia de Pitágoras en los saberes del oficio, pero no guarda sus secretos. Aunque carga consigo los Elementos de Euclides como si fuera un libro sagrado, no le preocupa la dimensión mística de las matemáticas. Empero, prefiere abordarlas desde la docencia y divulgación histórica, lo que se ha convertido en su especial ministerio vida. Aquí no parece pitagórico sino más bien tomista, pues, como decía el aquinate, «del mismo modo que es mejor iluminar que solamente brillar, asimismo es más grande dar a los demás las cosas contempladas que solamente contemplarlas».
Douglas es profesor de Matemáticas y Física, egresado del Instituto Pedagógico de Caracas, con posgrado en Matemáticas Aplicadas de las universidades UPEL, UCLA y Unexpo. En amena conversación confiesa qué se decantó por las matemáticas aplicadas porque le gusta compartir lo aprendido. Sucede que, en contraste, la vida de los matemáticos teóricos es muy solitaria, pues rara vez tienen a alguien con quién conversar sobre las rumiaciones abstractas del día.
Al contrario, Douglas prefiere aprender enseñando, rodeado de estudiantes y contertulios. Lo que más le seduce es despertar ese particular brillo en los ojos que le aparece al que recién ha comprendido algo nuevo. Aquella luz, ese «momento eureka», del que inusitadamente ha develado la verdad un poco más.
Justamente, su particular enfoque al combinar matemáticas e historia fue de reveladora ayuda cuando contribuyó en el desarrollo de la teoría meta-técnica, concebida «eo ipso» por Mayz Vallenilla; y explorada inmediatamente por otros investigadores como Alberto Castillo Vicci, Alfredo Vallota y Ennodio Torres a finales de los años 90 del siglo XX.
Aportes a la metatécnica
La meta-técnica establece que, sobre todo a partir del uso de la electrónica, nuestros artefactos técnicos influirán paulatina y directamente en nuestros sentidos, integrándose con ellos, complementándolos o sustituyéndolos, modificando así nuestra percepción de la realidad en modos diversos; conduciéndonos hacia una realidad diferente, hacia un mundo metatécnico, caracterizado por una nueva epistemología, incluso por un nuevo logos y trans-racionalidad sometidos bajo nuevas lógicas.
En palabras de Mayz, «esas nuevas formas, leyes y principios no serán idénticos ni similares a los que sostienen el discurso humano». Se trataría de una modalidad del logos que no es antropocéntrica, ni antropomórfica ni geocéntrica, sino de una alteridad trans-humana y transfinita. Con la transmutación de nuestros sentidos —lo que implica un cuerpo modificado, un cuerpo nuevo— nos dirigimos hacia nuevas concepciones espacio-temporales, más allá de nosotros mismos.
Entonces, dado que esta hipotética alteridad estaría fuera del alcance interpretativo de nuestra actual constitución somato-psíquica, uno de los desafíos inmediatos que se nos presenta es el de mediar entre aquel mundo meta-técnico y el nuestro, como quien deseara traducir y entender la realidad percibida de otras especies.
Una de las premisas de Mayz era que el desarrollo de toda nuestra técnica, lógicas, lenguaje, incluso nuestro logos, está soportado principalmente por el sentido de la vista, a través de estímulos óptico-lumínicos. En principio, esto significaría que si no contáramos con dicho sentido nuestra interpretación de la realidad sería completamente diferente. De hecho, esto sería lo esperado en la hipotética alteridad meta-técnica trans-humana.
He aquí el puntual, pero importante, aporte de Douglas Jiménez. En varios intercambios con Mayz, le explicaba que, en términos espaciales, el sentido de la vista no es necesario para construir las relaciones existentes entre los conceptos matemáticos. Apoyándose en la historia de las matemáticas e inspirado en Hilbert (el famoso matemático conocido por sus espacios vectoriales), más bien recalca que lo importante es el juego de reglas que hay entre esos conceptos, sin importar que los veamos. Al mismo tiempo, tampoco es determinante que las denominaciones de los conceptos matemáticos provengan de una etimología de base óptico-lumínica.
Por ejemplo, las relaciones lógicas que hay entre el punto, la línea y la superficie son independientes de la percepción sensorial que tenemos sobre ellos. Podríamos igualmente desarrollar matemáticas a partir del juego de relaciones axiomáticas que hay entre una cerveza, una mesa y una silla. Después de todo, sólo basta darnos cuenta de que operamos matemáticamente con el concepto de infinito sin que siquiera podamos imaginarlo. Más poderoso aún es el hecho empírico y maravilloso de que la mayoría de los matemáticos invidentes son geómetras.
Así, Douglas nos adelanta que la matemática moderna ya podría encerrar dentro sí la posibilidad de una meta-técnica. Al más alto nivel, no son necesarios nuestros sentidos para desarrollarla. Por otro lado, aunque nuestro lenguaje tenga basamentos óptico-lumínicos, las palabras se resignifican: puede que lo infinito sea, visualmente, lo que se extiende sin límite, pero en matemáticas adquiere otras connotaciones.
Como no podía ser de otra manera para un kantiano, Mayz Vallenilla quedó encantado con la perspectiva de Jiménez. Aunque el matemático opina que sólo fue un aporte modesto, en realidad la potencia de su observación abre un campo de posibilidades. Si las matemáticas son abstracciones que se disocian de los sentidos, entonces es posible que en una hipotética percepción meta-técnica coincidan o persistan algunos desarrollos matemáticos de nuestro mundo técnico, antropocéntrico y geocéntrico. Es decir, que las matemáticas en sí mismas podrían servir de puente entre el mundo técnico y el meta-técnico; un enlace que también fue planteado por Castillo Vicci, pero a través de la factibilidad teórica de un dispositivo nootécnico, una suerte de traductor entre mundos basado en computación cuántica.
Tras estas exploraciones filosóficas de auténtico «sabor tropical» —algo de lo que Mayz se sentía orgulloso—, Jiménez escribió sus Divagaciones acerca de la posibilidad del carácter metatécnico del discurso matemático moderno. Y desde entonces, no ha parado de publicar y divulgar sobre otros tópicos matemáticos igualmente interesantes.
Más allá de las matemáticas: la labor divulgativa
Así las cosas, Douglas es el autor de La aventura de la matemática. Sus secretos, protagonistas y grandes momentos (1999), un libro que goza de bastante popularidad, editado tres veces y distribuido por El Nacional. También fueron editadas por C.E.C. y distribuidas del mismo modo sus obras Álgebra: la magia del símbolo (2004), El encanto de la forma (2005) y Matemáticos que cambiaron el mundo (2006). Asimismo, es el autor de Historia de la matemática (2013) (cualquiera que haya estudiado con el famoso libro de Baldor encontrará sus claras reminiscencias) y ¿Qué tan real son los números reales? (2014)
Además, fue productor y presentador de un micro radial de Uclavisión Radio llamado Matemática para oír, que consistió en más de cuarenta segmentos de cinco minutos cada uno, en donde explicaba de propia voz, con franca inspiración en Porfirio Torres, curiosidades, biografías, hechos históricos y temas de interés relativos a la disciplina que nos ocupa. Una extensión natural del formato, aunque con un contenido más didáctico-docente, es su canal de YouTube El disfrute de comprender la matemática, con vídeos organizados en tres niveles (amarillo, azul y rojo) de acuerdo con la dificultad de la lección.
Jiménez también es articulista del diario El Impulso, siendo una de sus columnas «Volando sobre el nido del cuco». La elección del nombre no es casual: Douglas es un gran apasionado del cine, y analiza una selección muy curada de películas inteligentes en su blog Cine-mática, en donde, desde luego, no deja de hablar de matemáticas.
La relación de las matemáticas con el cine parece menos evidente que la que tiene con la historia. Sin embargo, cualquier matemático clásico, como es el caso de Douglas, sentirá una natural inclinación por el orden que se esconde tras los fenómenos tangibles. Lo mismo ocurre con el arte verdadero, cuya característica innegociable es que el artista no deje nada al azar en la composición material de la obra, articulando y elevando a partir de ella el «aura intangible» de la experiencia estética.
Por eso, cómo explicaría June Huh, poeta devenido matemático y ganador de la Medalla Fields en 2022, «las matemáticas y su misterio están íntimamente relacionadas con la poesía absoluta, la poesía liberada del ego». Algo de eso es apreciable claramente en los maestros que impulsan desde la modestia la posibilidad de tender puentes hacia nuevas alteridades, o los que se dan a sí mismos por entero al enseñar a través de todos los canales posibles la infinitud de sus conocimientos.
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@corvomecanique