A raíz de una conversación con mi querido amigo Asdrúbal Aguiar sobre los riesgos y tendencias de la democracia en estos tiempos complejos, he leído con atención el Manifiesto Progresista del Grupo de Puebla. Por supuesto que conocía de las actividades de los herederos del Foro de Sao Paulo, pero el Manifiesto de Puebla es un documento que requiere de análisis y reflexión porque revela hasta que punto las tendencias y movimientos autoritarios, ahora autodenominadas progresistas, que hacen vida en América Latina, han avanzado en su intención de apoderarse de elementos claves de la narrativa y el lenguaje sobre temas cruciales para la humanidad, especialmente en la etapa pospandemia.
A diferencia del Newspeak introducido por Orwell en su magistral advertencia sobre el totalitarismo 1984, que apuntaba a una simplificación brutal del lenguaje de modo que algunas ideas ni siquiera se pudieran pensar o concebir, y que formulaba paradojas conceptuales, como las contenidas en el lema de Ingsoc «La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es la fuerza«, el lenguaje del Manifiesto de Puebla es cultivado y acucioso y descansa en una presunción muy peligrosa para la libertad y la democracia en Occidente. A saber, que es posible secuestrar el lenguaje del cambio deseado por las grandes mayorías del planeta, y ofrecer una distopía de un Estado autoritario para alcanzar ese cambio.
Para alcanzar este objetivo de secuestro de las palabras y el lenguaje, el Manifiesto se pasea por temas centrales, como la pobreza, la inclusión social, la sociedad del conocimiento, la atención sanitaria universal, los desbalances económicos, las desigualdades raciales y de género, y el acceso universal a la vacuna contra el covid-19, que identifican aspiraciones de una parte importante de los habitantes de la Tierra, y pretenden establecer una correlación de causa-efecto entre su origen y la práctica de la economía liberal, y los fundamentos de la separación de poderes, en los que se basan las sociedades occidentales. Objetivo de ataque especial en el Manifiesto son los tratados y prácticas en los que se asientan organizaciones internacionales como la ONU, el Fondo Monetario Internacional y la Corte Penal. A todo ello se le añade sustanciales apartados sobre el principio de no intervención en los asuntos presuntamente internos de los países con “gobiernos progresistas”.
Copio el apartado final del Manifiesto que es una pieza magistral de lenguaje doble o doublespeak: “Nuestro deber, como progresistas, consiste en leer, entender y comprender el vigoroso, aunque doloroso mensaje, de parar, reflexionar y seguir que nos deja la pandemia. Nos urge trabajar en un proyecto político que conmueva y convenza a las y los supervivientes del viejo modelo de que aún existen en América Latina y el Caribe utopías alternativas posibles. La utopía posible que hoy nos reúne es la construcción del nuevo ser progresista latinoamericano: más solidario en lo social, más productivo en lo económico, más participativo en lo político, más pacifico con la naturaleza, y, sobre todo, más orgulloso de su condición de ciudadana y ciudadano de América Latina y del Caribe”.
Para el lector atrapado en las desigualdades y complejidades de la vida en cualquier país latinoamericano, para los pobres y desplazados, para quienes se sienten marginados y excluidos, el lenguaje del Manifiesto puede terminar por sonar a paraíso anhelado, a utopía soñada y posible. Ahí precisamente estriba el peligro letal de no enfrentar lo que el doublespeak esconde. La verdad en el intento de apoderarse del lenguaje de los sueños posibles, es que las fuerzas detrás del Manifiesto de Puebla constituyen un verdadero eje del autoritarismo y que los gobiernos dictatoriales en Latinoamérica a los cuales defiende expresamente, por ejemplo Cuba, Nicaragua y Venezuela, están entre los mayores fabricantes de pobreza y desigualdad en el planeta, regímenes cuya acción discurre bajo un esquema represivo, de control de los medios de comunicación, y que utilizan el hambre y el miedo para controlar a la población.
El Manifiesto en su conjunto es un documento excepcional que señala lo que “habría que hacer” a sabiendas de que en todos y cada uno de los ejercicios de gobierno afines con sus ideas se ha hecho exactamente lo contrario. Tomemos por ejemplo el caso de Venezuela, y los regímenes de Chávez y Maduro, para evaluar en detalle hasta que punto la pretensión de secuestrar el lenguaje se contradice con la realidad. Examinemos los títulos de algunos apartados del Manifiesto para comprender la magnitud inmensa del despropósito:
1. Instituir un modelo solidario de desarrollo.2. Recuperar el papel fundamental para el Estado. 3. Estimular la responsabilidad social del Mercado. 4. Asumir la salud como bien público global.5. Revisar privatizaciones y promover más control público y menos mercado en el suministro de servicios y bienes públicos. 6. Proteger a la sociedad civil y acceso equitativo a redes sociales 6. Profundizar y consolidar las democracias. 11. Promover un combate efectivo contra la corrupción política. 13. Promover la igualdad, eliminar la pobreza, crear trabajos dignos, aumentar salarios e implantar políticas robustas de inclusión social y la eliminación de la división sexual del trabajo. 15. Promover la justicia fiscal. 19. Generar empleo y desarrollo al tiempo que se garantiza la estabilidad macroeconómica y rechazo a la austeridad. 24. Garantizar el acceso a la información, la libertad de expresión y promover un orden informativo más democrático. 28. Promover la revolución del conocimiento. 33. Promover la revolución del conocimiento.
Creo que no se requiere mucho análisis para concluir que en todos y cada uno de los puntos arriba mencionados, el régimen chavista-madurista ha marchado en un propósito claro de mantenerse en el poder a expensas del sufrimiento de su propio pueblo y ha conducido a Venezuela al borde de su disolución como nación, destruyendo la economía, convirtiendo el salario en una burla y generando una crisis humanitaria regional de dimensiones históricas.
Un último elemento muy preocupante en este intento del autoritarismo de izquierda por apoderarse del lenguaje de la utopía de las mayorías es la cita a la encíclica Fratelli Tutti, 2020, del papa Francisco. Hasta qué punto el Grupo de Puebla pretende ir en curso de apropiación del mensaje papal y hasta qué punto ciertos sectores de la Iglesia están propiciando esta coincidencia es un tema inquietante, por decir lo menos. Para quienes creemos en la democracia y la libertad, el peor curso de acción es ignorar la advertencia de Orwell. Es indispensable construir redes, circuitos de divulgación y estrategias políticas claras que se opongan al veneno de la fábrica de verdades a la medida de iniciativas como el Grupo de Puebla. Estúpido, muy estúpido, sería ignorarlas. Recordemos la sabiduría Confuciana: “Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad”
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