OPINIÓN

Dos tiempos, dos escenarios: de Colón a la paz de María Corina

por Luis González Del Castillo Luis González Del Castillo

 

“Nunca podrás cruzar el océano a menos que tengas el coraje de perder de vista la orilla” (Cristóbal Colón; 1451-1506)

Con la guerra de liberación que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón habían emprendido para desalojar a los moros, conseguían el triunfo en aquel año de 1492. Con su férrea unión matrimonial lograron no sólo liberar y unificar reinos de sus  antiguos territorios, sino luego mucho más de los que habrían podido imaginar, con su apoyo al genovés Colón que un 12 octubre, también en ese mismo año, sin saberlo, había realizado la hazaña del “descubrimiento de un nuevo continente”, “un nuevo mundo”.

Caro, muy caro antes les había costado a godos y visigodos involucrar a los árabes en sus disputas internas de poder en la península ibérica, para luego ser invadidos a partir del año 711. Los árabes pasaron de ser circunstanciales aliados, de una parte u otra, a ser conquistadores para sí de tales tierras; las que terminaron dominando por más de 780 años; vale decir por casi ocho siglos.

Son tantas las lecciones que nos deja la historia que, hoy por ser 12 de octubre día “de aquel encuentro de dos mundos”, en dos tiempos y dos escenarios, les pido encarecidamente su atención a éstas mis reflexiones sobre Venezuela:

1)¿Qué habrá de ser de nuestra patria, Venezuela, a causa de los que se empeñan en hacerla huérfana de una fundamental sensatez para implementar todos los acuerdos a los que oportunamente se llegó? ¿ Y que aún podrían concluirse? Involucrando a múltiples factores de fuerza internacionales en nuestras disputas sólo conseguiremos más sufrimiento y odio para todos. Aún así, podríamos plantearnos resolver la situación de manera pacífica y directamente entre nosotros. Con una ayuda probable, de una más inteligente y decidida cooperación de países como México, Brasil y Colombia. 2)¿Qué posibilidad y qué tiempo real tenemos aún para ello? El pacífico entendimiento, en una auténtica negociación patriótica, nos haría navegar a las partes, a todas y cada una hacia un puerto seguro, de ganancias en paz y en progreso.

Colón asumió que primero debía convencer y convenció a los monjes consejeros de la Reina Isabel y luego a ésta. Consiguió sólo tres pequeñas embarcaciones para enfrentar una incertidumbre tan inmensa como el océano mismo que tenía ante su vista. Navegó con algunos conocimientos pero respondiendo más a su instinto y a su búsqueda de la trascendencia.

Hoy nuevamente la otra posibilidad no pacífica vuelve a estar sobre la mesa. Según se sabe, intencionalmente se ha difundido amplia y públicamente que existen preparativos para un tipo de intervención de guerra profesional moderna. Con la factibilidad de contratación de expertos en artes y ciencia de la guerra, como el Sr. Erik Prince, por ejemplo, esta vez sí se podría cumplir con un objetivo militar de tan hondo calado..

Sin embargo, con dicha nueva aparición en escena, y esta vez de la forma en que se está haciendo, nos llama la atención por los graves peligros que se derivan ante tan delicadas situaciones y tareas que tendrían que cumplirse. No se justifica bajo qué autoridad o comando de política de Estado se podría sustentar tales actuaciones, toda vez que se ha comprobado internacionalmente la existencia de un nuevo presidente electo por los venezolanos.

A los fines de lograr el objetivo primario de desalojar del poder a la usurpación¿luego cómo se acometería el proceso para estabilizar el orden interno y para resguardar la defensa externa? Bajo qué gobernabilidad sostenible al menos en los primeros  2 a 3 años años críticos se podrá garantizar?

Colón no tuvo tampoco todas las respuestas en su caso, y sabemos que nunca las habrá a la perfección para ningún otro. Sin embargo no puede dejarse todo a la improvisación ante lo que luego pueda complicarse.

El prusiano Carl Von Clausewitz definió en su muy reconocida  obra En Guerra a esta como la política por otros medios. Hoy, siendo 12 de octubre, pensamos sería apropiado reflexionar sobre la situación política venezolana a partir  del ejemplo histórico dado por el genovés Cristobal Colón en su osadía de tan  sólo con tres pequeñas embarcaciones enfrentar una incertidumbre tan inmensa como el océano ante su vista:¿Existiría realmente otra ruta al oriente? En ese su primer viaje, concebido para hacerse en un mes (unos 30 días a lo sumo), la realidad le exigiría más del doble, unos 70 días; en distintos mares de tiempos sin vientos o corrientes que lo empujaran hacia el logro de su esperada hazaña,  la nueva ruta. Sintiéndose no pocas veces aislado ante su quejumbrosa tripulación, nunca Colón perdió la esperanza. Mantuvo su fe, su confianza en arribar a las tierras del oriente, logrando así la mejor vía entre aquella liberada península ibérica hacia el mundo oriental de piedras preciosas, muselinas, condimentos y esencias. Llegaría a  tierras firmes navegando en aguas que creyó eran de la China, y de su atrayente y deseada exótica India. Esa, su esperanza, fue el inagotable combustible para llegar a su meta.

De las posibilidades de resolución pacífica del caso Venezuela es fácil comprender las grandes dudas actuales en la comunidad internacional y nacional.. Después de todo lo navegado con intentos de métodos pacíficos. De los modos ciudadanos posibles de manifestación popular, de consultas en referendos revocatorios, en elecciones presidenciales conculcadas, y de exigencias mediante sanciones para ir a diálogos que iban y venían. De todo se ha intentado para hacer valer el derecho de una inocultable y abrumadora mayoría  que ha exigido el cambio de gobierno, para dar rumbo de paz y progreso a nuestra Venezuela que tanto, y tantos, amamos.

¡La esperanza es posible sólo cuando existe tiempo para la espera! No puede haber la primera sin la existencia de la otra. La esperanza vive dentro de cierto optimismo, o de lo que otros podríamos llamar fe. Siempre en la espera de resultados que dicho tiempo arrojaría, entre el deseo y el logro. La paz es un deseo irrenunciable de los pueblos pero con el cual no se debe traficar en aras de aceptar la rendición del hombre ante quien lo subyuga. El derecho a la legítima defensa de su vida, de su libertad y aún de su honor, basado en valores y principios fundamentales aceptados universalmente por los países más civilizados. La igualdad ante las leyes  para la justicia en un Estado de derecho son causas irrenunciables.

Puede suceder también que haya espera ya sin esperanza. Esa que se produce en el ser que ya no lucha, porque ya no cree. O en el que se ha rendido esperando que aparezca una ayuda milagrosa. Existe además la posibilidad de aquél pueblo que ya no desea más la angustiosa incertidumbre de la espera frente a una tiranía que secuestra su vida, se arroje contra ella, contra todo y contra todos los que pretenden mantenerlo cautivo. Otros podrían distraerse ante lo inevitable, o algo así como esperar la muerte tocando el violín mientras se hunde el Titanic. Ese que ya no cree y se deje llevar por malos presagios de los llamados pájaros de mal agüero, y del que ya sólo le queda esperar su muerte. A ese sí que le habría llegado su hora de esperar “hasta el final”. A ese tipo de hombres que no hacen otra cosa sino esperar jamás le hubiera sido posible cruzar el océano hacia la libertad,  porque nunca venció el miedo de navegar sin dejar de mirar la orilla una supuesta seguridad de conservar  una vida oprobiosa esclavitud y rsignación. Avanzar.

cátedrainternacionalibertad@gmail.com @gonzalezdelcas

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