GDA – El Tiempo – Bogotá
En términos de extensión geográfica, 2019 pasará a la historia como el año de la revuelta popular en buena parte del mundo, aunque con mucho menor trascendencia que las sucedidas en años anteriores y que propiciaron cambios históricos fundamentales.
De la protesta libertaria de Hong Kong a la de los separatistas en España o de las de las clases medias en Francia o Chile a las de las minorías religiosas en la India, es difícil encontrar un denominador común a todas estas manifestaciones de descontento. Y, aunque es probable que muchas de ellas se prolonguen al próximo año, hasta ahora, insisto, han carecido de la trascendencia que tuvieron, por ejemplo, las de 1989.
Paradójicamente, las revueltas de ese año trajeron resultados contrarios en Oriente y Occidente. En China, la respuesta del gobierno a las casi siete semanas de manifestaciones de protesta en Pekín fue convertir la plaza Tiananmén en un matadero, y en vez de reformarse, el régimen autoritario se endureció.
Cinco meses después de Tiananmén, en Berlín, multitudes descontentas con el régimen asediaron de manera espontánea el muro que las separaba de Occidente y lo derribaron. Un desenlace impensable de no haber mediado meses de manifestaciones de protesta por toda Europa Oriental exigiendo libertad y elecciones democráticas. A Berlín pronto le siguió Praga con su Revolución de Terciopelo, que rebasaría con creces el sueño de la Primavera de Praga de Alexander Dubcek. Las protestas continuaron en el resto de los países detrás de la Cortina de Hierro, y de pronto se derrumbaron las murallas con las que las autoridades comunistas encerraban a los ciudadanos de los países de Europa Oriental.
Es evidente que desde la Unión Soviética Mijaíl Gorbachov mandó señales claras a los países en la órbita soviética de que no repetiría el error cometido por Deng Xiaoping y por su compatriota Leonid Brezhnev en 1968.
Ese año, lo que empezó con una protesta contra decisiones burocráticas en una universidad en las afueras de París pronto derivó en una huelga general que exigía reivindicaciones laborales y posteriormente, en semanas de manifestaciones masivas contra la guerra en Vietnam y el encarcelamiento de los líderes de las protestas. En el momento en el que las imágenes televisivas de esta lucha desigual recorrieron el mundo mostrando el derrumbe del viejo orden y a los estudiantes respondiendo a los ataques de la policía construyendo barricadas y contraatacándola, se sentó un importante precedente.
En agosto del 68, yo atestigüé con horror cómo los patriotas checos se lanzaban desarmados a combatir al invasor y vi cómo las tropas del Pacto de Varsovia aplastaban la Primavera de Praga.
Unos meses después, en México, el PRI–gobierno de la llamada dictadura perfecta– mandaba a su ejército a matar jóvenes que reclamaban poder vivir en democracia.
En 1917, en Rusia, las protestas callejeras condujeron a un cambio trascendental en Rusia y el mundo. Celebrándola como la revolución que encumbró al proletariado y anunció el principio del fin del capitalismo, el activista político y descaradamente partisano escritor John Reed describió el proceso como los Diez días que conmovieron al mundo.
Ciento dos años después es innegable la trascendencia de la Revolución bolchevique. Hoy, en China sobrevive un muy sui géneris régimen semicapitalista, marxista-leninista-maoísta, y en Corea del Norte, Cuba y Venezuela se ha evidenciado el rotundo fracaso del sistema comunista. En 2019, el capitalismo sigue tan campante.