Venezuela vive la insólita experiencia de tener dos gobiernos, fenómeno que repercute en términos negativos en la marcha de la sociedad, pero que, como no se puede sostener, conduce a pensar en una salida auspiciosa en el futuro próximo. ¿Por qué? Debido a que la debilidad del régimen usurpador ha permitido una rivalidad en el manejo de los negocios públicos, condenada a una salida que no resiste plazos prolongados. Tal es la rareza y la promesa de la experiencia de nuestros días.
Puede parecer excesivamente entusiasta la afirmación que sostiene la existencia de dos poderes en competencia por el control de la sociedad, debido a que palancas para el ejercicio de la autoridad, como las fuerzas armadas, las policías y la burocracia, permanecen en manos del usurpador. Sin embargo, se trata de una situación engañosa que solo se advierte en la fachada de los fenómenos. Un dominio cabal de esas herramientas, aun trabajando a media máquina, hubiera impedido el ascenso del poder que rivaliza a la dictadura. El hecho de que los detentadores de una autoridad con casi veinte años de andadura hayan permitido, aunque a regañadientes, el fortalecimiento de un gobierno presidido por Juan Guaidó con el soporte inicial de la Asamblea Nacional, un cuerpo sin armas y sin recursos materiales, no solo demuestra su redonda precariedad sino también la ascendencia evidente del antagonista.
De que sea Miraflores la sede de un gobierno chucuto y menesteroso sobran las evidencias en la anarquía que domina la cotidianidad, en las escenas dependientes del capricho de las personas y del peso del azar a través de las cuales se comprueba la desaparición de la batuta. Veamos unos ejemplos. En el mercado cada quien pone los precios que le da la gana, los tratos no dependen de regulaciones establecidas, sino de lo que resuelvan los marchantes cada día; el transporte público es un azar porque nadie lo vigila o porque nadie respeta a los vigilantes; cuando no predomina el desdén, en las oficinas públicas los trámites son el producto de negociados minúsculos entre el usuario y el tipo de la taquilla, y así sucesivamente. El caos policial, caracterizado por la violencia y la arbitrariedad de los agentes, sería un testimonio proverbial de desgobierno si no se pudiera entender como la única forma de sujeción a la cual se aferra la dictadura. ¿Por qué? Mientras reparte la muerte y el terror en un cuentagotas cotidiano, detiene las posibilidades de que la gente tome, por fin, la decisión de vivir sin disimulo en una jungla sin contención, o de ponerle orden al barullo. Y ni hablar de las cabezas del rompecabezas: resulta imposible afirmar que tengan nociones de lo que es un Estado moderno, o de las reglas de la economía, o de los derechos de los ciudadanos, para no ahondar en pormenores realmente terroríficos sobre la orfandad de ideas que los caracteriza y que nos ha metido en un trabajoso laberinto.
De las calamitosas insuficiencias de la usurpación se pueden colegir las razones del valimiento del gobierno encabezado por Guaidó, desde luego, pero sería injusto encontrar solamente en el derrumbe de un rancho la fortaleza del domicilio que pretende reemplazarlo. Los hombres que levantan los planos de la nueva arquitectura tienen ideas plausibles sobre la reforma de un Estado en ruinas y vínculos firmes con las sociedades del exterior que han sido ejemplo de democracia y progreso material a través de la historia. No en balde, partiendo de la plataforma aparentemente flaca del Parlamento, han puesto sus picas en las grandes capitales del mundo occidental y en los foros internacionales de mayor trascendencia y ya ejercen el control de las propiedades nacionales más importantes que se han establecido en otras latitudes.
Guaidó y su equipo son el centro de la atención mundial, pero también de su favor, mientras ejercen control itinerante del país cuando se mueven en sus espacios. Apenas es cuestión de que el presidente encargado viaje a una región determinada de Venezuela, para que los hombres del lugar se conviertan en la promesa de un gobierno inminente, en las figuras de una nueva administración cada vez más cercana en la cual ponen sus ojos las mayorías de la sociedad.
Sin los dineros públicos, sin grandes aparatos de seguridad, con aeropuertos sorpresivamente clausurados y carreteras llenas de obstáculos, con las limitaciones de quien no tiene el don de la ubicuidad, Guaidó levanta parcelas regionales de gobierno frente a las cuales las del usurpador son una irrisión. Por consiguiente, ir de las partes al todo para dominarlo a cabalidad no es una fantasía, sino el producto de una realidad cada vez más aplastante.