Las próximas semanas vienen especialmente marcadas por la incertidumbre. Viviremos dos instancias de signo contrario, ambas previstas en la Constitución, ambas concebidas, desde cada perspectiva, como la salida esperada. Se trata de la convocatoria a elecciones legislativas y, paralelamente, del llamado a la consulta popular.
¿Cómo llega el venezolano a estas citas? Una reciente encuesta de Datanalisis –última semana de octubre– muestra un cuadro desolador. El estado de ánimo de buena parte de los venezolanos aparece marcado por una larga columna de sentimientos negativos: tristeza, rabia, preocupación, frustración, desconfianza, angustia, incertidumbre, confusión, miedo, impotencia, decepción, nerviosismo.
No puede ser de otra manera cuando se examina la percepción del ciudadano sobre la situación del país: 92% en la suma de calificaciones muy mala, mala o regular hacia mala; dato en el que coinciden 98% de quienes se autoidentifican de oposición, 93% de quienes se declaran independientes e incluso 72% del oficialismo.
El país convocado a expresarse se enfrenta a estas consultas en la peor de las disposiciones: la de desconfianza y, en muchos casos, del rechazo al liderazgo político y a las instituciones. Para todos los líderes de oposición mencionados en la encuesta, la evaluación de su labor por el bienestar del país es negativa. El más diciente de todos los rechazos lo ostenta con 81,8% quien presume de dirigir formalmente el destino nacional desde Miraflores. Tampoco escapan de la calificación negativa ni el partido de gobierno (81,4%), ni los de la oposición (75,8%), ni la Asamblea presidida por Parra (79,6%) ni la presidida por Guaidó (69,8%) Tampoco la FANB, con una percepción negativa de 81,2%. La falta de confianza en los liderazgos y en las instituciones se extiende, con sobradas razones, a los mecanismos de expresión y ejercicio de la democracia. Consecuencia: 60,2% de los encuestados no se manifiesta dispuesto a participar en las elecciones legislativas y un porcentaje similar, 60%, en la consulta popular.
Una de las constataciones más graves en esta hora es la reducción del interés y del entusiasmo por la participación política. Si en algún momento teníamos razones para preocuparnos por la polarización y la radicalización, hoy tenemos que hacerlo por el desinterés y la indefinición. 62% de los encuestados parece ubicarse en ese centro que no es el del equilibrio o de una postura razonadamente independiente, sino el de la desconfianza, la desilusión, el cansancio, el abandono de la acción ciudadana, expresiones en buena medida de la pérdida de confiabilidad en los líderes, en sus estrategias y en sus acciones.
Más allá de los números, amañados o legítimos, que resulten de las dos convocatorias, importa mucho la reflexión sobre los motivos por los que llegamos adonde hemos llegado y sobre las acciones que no podemos retrasar si de verdad aspiramos a recuperar el país y las posibilidades de diálogo, restauración de las instituciones y afirmación de la confianza nacional.
En este camino, una primera tarea es, sin duda, recuperar la conciencia ciudadana y la voluntad de participación cívica. Y una primera acción, en estos mismos días, no puede ser otra que la promoción de la consulta popular, contraimagen de una convocatoria oficialista marcada por el abuso y la ilegitimidad. La sociedad necesita recuperar la fe en su propia capacidad de acción y de renovación. No basta el llamado electoral para tener la respuesta ciudadana.
Hace falta rescatar la idea del liderazgo como fuerza nacida desde el ciudadano, desde la base, desde la decisión de hacer valer los derechos y de ejercerlos, desde la conciencia de la necesidad de unirse, de ser parte, de hacer causa común.
Confiar en la aparición de liderazgos salvadores es condenar a la sociedad a la dependencia del azar, a la inacción o al sálvese quien pueda del individualismo egoísta.