OPINIÓN

Donde impera la injusticia no hay libertad de expresión

por Carlos Ojeda Carlos Ojeda

Donde hay poca justicia, es un peligro tener razón

Quevedo

Fue Voltaire quien sembró en nuestras mentes el derecho a la libertad de expresión, al exaltar el valor del respeto y de la tolerancia como los cimientos de una verdadera sociedad democrática. «Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo».  La libertad de expresión –en un mundo libre– tiene el poder para cambiar gobiernos. De hacer fuerte y clara la voz de los ciudadanos. También tiene la adecuada característica, en los gobiernos autoritarios con supuestos ideales de izquierda -de coartar y sancionar a los medios que les resulten molestos-. Muy a pesar de que hayan sido fundados por ilustres camaradas que pretendieron servir a su país y a sus ideales.

Al diario El Nacional, el periódico más leído en nuestra historia democrática y el más consultado en la web, recientemente la justicia venezolana, irrespetando el derecho, el principio de “cosa juzgada”, la “seguridad jurídica”, la “infracción a la garantía del juez natural”, y demás menudencias muy bien explicadas por mis colegas escritores Ramón Escovar León, Mitzy Capriles y muchos otros juristas; lo condenó a resarcir a Diosdado Cabello con la suma equivalente a 13.000.000,00 de dólares, a pesar de haber sido condenado previamente el 31 de mayo de 2018 por el Tribunal Tercero de Primera Instancia en lo Civil, Mercantil, Tránsito y Bancario de Caracas para que pagara la cantidad de 1.000 millones de bolívares, equivalentes a unos 12.700 dólares.

“Donde hay poca justicia, es un peligro tener razón”. Frase de Francisco de Quevedo, quien se hizo ilustre en el uso del Calambur –figura retórica– empleando la homonimia, la paronimia y la polisemia. Esa alternativa en la redacción expresa de manera ideal, lo que diestros intelectuales jamás podrían decir directamente.

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela es un modelo mundial de la justicia previa a la interpretación del derecho. Es decir, que todos y cada uno de los magistrados tienen la potestad de interpretar la Constitución y las leyes. Tienen la obligación moral de hacerlo en forma justa y neutral. Los daños morales deben ser resarcidos en función de la minimización del daño que en productividad se le haya causado al ofendido. Es decir, si un médico no puede seguir operando porque se dijo que tenía una conducta sediciosa y resultó que era una infamia, el “ofensor” debe cancelarle en justiprecio lo que el doctor pudo haberse ganado en honorarios, si no hubiese sido vejado públicamente. Eso sería lo adecuado en un estado de “justicia”.

Pregunto: ¿cuánto ganaba con su labor el capitán retirado, como para que en justiprecio a los daños morales obtuviera a cambio 13 millones de dólares? ¿Cuánto cuesta la honorabilidad de un maestro honesto?, ¿de un policía corrupto? ¿Cuánto vale la vida de los jóvenes estudiantes que murieron por ejercer su derecho a la protesta?

Para que el capitán Cabello no se aburra, luego de esa pírrica victoria, que en el tiempo tendrá el placer de leer en algún diario como las obras de ayer, y muy a pesar de la impertinencia del saber que al escribir este artículo mi madre está barriendo, quisiera dedicarle una anécdota. Es mi intención expresar «todo porque rías». Tendrás las agallas de un valiente varón para escucharla. ¿O varios?

Según la historia, Francisco de Quevedo apostó con unos amigos que tenía la valentía suficiente como para llamar “coja” a la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, quien arrastraba una cojera evidente y no le gustaba en absoluto las bromas al respecto.

No quisiera emular su picardía, ni el ingenio ni esa osadía que desplegó Quevedo, cuando al acercarse a la reina con un clavel blanco en una mano y una rosa roja en la otra, le dio a elegir entre las dos flores con la siguiente oración: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”.

Si, quisiera recordarle a Miguel Henrique, como también a todos aquellos luchadores por la libertad de expresión y de la democracia, el prócer protagonista de la épica del cuatro 4 de febrero, cuando Hugo Rafael le contó sobre su intención de transformar a un país de intelectuales en un país de héroes con valor, lo primero que dijo Diosdado Cabello fue: “Yo me ofrezco”.

@carluchoOJEDA