Donald Trump está de regreso. Sea o no culpable de todo cuanto bueno o malo se diga de él, sin lugar a dudas ha demostrado ser un bisonte desbocado y ha logrado sortear y vencer prácticamente todos los juicios a los que la «justicia» demócrata en Estados Unidos, lo ha arrinconado contra jueces y casos de los que luego no sólo sale victorioso, sino que además se dispara favorablemente en las encuestas.
También ha pagado fianzas. Sin embargo, durante su mandato presidencial (2017-2021), no llenó las expectativas de muchos ciudadanos de países esclavizados bajo el castrocomunismo, sobre todo de Venezuela y Nicaragua, siendo distinto el caso de Cuba, en dónde sí metió más mano aunque no logró mayores objetivos.
Aparte de Cuba, fortaleció y cargó de dólares las billeteras personales de una seudo oposición amañada y viciada que, ingenua y torpemente, pretendió a punta de pañoletazos, aterrizajes suaves y acuerdos bajo la mesa, salir tanto de Nicolás Maduro en Caracas como de Daniel Ortega en Managua, lo que al día de hoy ha resultado en tremendas pifias.
Es un hecho que el sistema presidencialista está en decadencia en muchos países del Hemisferio Americano (Centroamérica entera, por ejemplo, se hunde entre el mugriento populismo y la podredumbre moral).
Estados Unidos también atraviesa severas crisis. Siendo una de ellas la política exterior a través del Departamento de Estado, tradicionalmente con sólidas estructuras de izquierda en sus funcionarios al frente de la diplomacia mundial, lo que no permite que en períodos republicanos estos logren hacer valer más sus posiciones.
Eso en gran medida ocurrió con el 45º presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, y el manejo de su diplomacia de cara a aquellos quienes se autonombraron la «oposición» a dichos tiranos.
Esta oposición, que así se sigue pretendiendo autoerigir desde sus plataformas -palabrita irritable de moda en el actual glamour de la también mal llamada sociedad civil-, fue y sigue siendo un fracaso total, ya descubierto por moros y cristianos.
Sin embargo aferrada a su torre mediática así como por el compadrazgo empresarial de estos con dichos regímenes mas las políticas contractuales y de cooperación de Estados Unidos -como si no supiera este país del lamento, hambruna y desesperación que viven estos pueblos sojuzgados por sus dictaduras-, sigue manteniendo cierta presencia en los ejes de la geopolítica, esporádicamente superada por la nueva fuerza partidaria de derecha que viene emergiendo y en el caso de Venezuela, con el enigma y liderazgo auténtico de María Corina Machado.
Es bajo este contexto que la administración Trump no satisfizo las necesidades de muchos latinoamericanos, ayudándolos a desplumarse a sus izquierdas y socialismos del siglo XXI. Su energúmena y fortachona presencia de magnate exitoso y su histrionismo envolvente y marcado anticomunismo, no logró siquiera disuadirlos.
A no ser, claro está, el caso de Cuba. Donde ejerció más presión luego de que su antecesor, Barack Obama, enalteciera a sus comandantes comunistas como nadie más lo había hecho desde la llegada violenta de Fidel Castro al poder.
Los liberales, conservadores y la derecha en general latinoamericana e hispanoparlante, esperaba más de Trump como gobernante.
Lo sigue esperando de cara a su reelección. Como también lo esperan (ahora con cierta expectativa menos vacilante) la izquierda light, vegetariana, que siempre reniega del «imperio norteamericano», debido al fenómeno cultural marxista encasquetado en muchos conscientes e inconscientes colectivos, los cuales a medida que el tiempo va pasando ellos solos van derrumbándose.
Haciendo pues, sobre todo la salvedad de Cuba, son similares las experiencias de Venezuela y Nicaragua bajo los parámetros de la administración Trump. Y aquí surge otro escenario que, partiendo de un caso concreto, se entremezcla con la perentoria falta de visión política de Estados Unidos en su diplomacia hacia Latinoamérica, dejando lecturas domésticas como aquella que se usa en el amor o en la familia, de que a veces el dinero no es todo, lo que en esta situación ha resultado imperdonable, al haber financiado con grandes sumas de dinero a las falsas y debiluchas oposiciones.
Esto conlleva a lo que se ha dicho, de que Trump fue mal asesorado hasta por los propios republicanos, como el senador Marco Rubio, quien lo asesoró mal al endosarle a figuras endebles de la oposición al chavismo como Leopoldo López, Henrique Capriles y el propio Juan Guaidó, quienes en conjunto, al igual que la «oposición de sociedad civil» de Nicaragua, fueron los interlocutores del fracaso y la miopía política al pretender salir del castrocomunismo en ambos países.
En su próximo mandato, ese terremoto humano odiado y repudiado por la izquierda demócrata y mundial pero visto por otros, republicanos y anticomunistas, como un héroe, como el más grande luchador anticomunista y como el buen presidente de Estados Unidos en los últimos tiempos, quien logró renovar fructíferamente la economía y subsanar aparatosos e invasivos armamentismos en diversas partes del mundo, la situación para Cuba, Venezuela o Nicaragua será otra.
Esta vez habrán operadores políticos y no aprendices mediáticos de ONG ni camaleones traidores ofertados y autopromovidos como los nuevos adalides de la democracia, recibiendo por otra parte además donaciones de entidades y oscuros personajes como George Soros, por ser los «progres» de la casta política tropical.
En esa nueva correlación de fuerzas de cara a un segundo período de Trump, muchas cosas cambiarán en todo el Hemisferio. También él deberá modular su diplomacia verbal y su visión americanista (sin perder su emancipación nacionalista sobre todo ante China), su agenda en cierta medida debería ser la de un estadista con un acercamiento más sólido y estratégico hacia Latinoamérica.
Otro hecho notable en la política estadounidense, inconcebible: su inconsistencia ideológica, en la que se ha impuesto la óptica demócrata sobre la republicana mediante sus organismos de cooperación como el Instituto Nacional Demócrata (NDI) y el Instituto Republicano Internacional (IRI), quienes parecieran echar a andar agendas apresuradas, para salir del paso, propulsando alianzas entre sectores antaño antagónicos pero sin peso politico específico y lo que es peor, sin resultados tangibles.
¿Llegará este momento de poner orden en la casa presidente Trump?, y que de paso aquellos nicaragüenses, venezolanos, cubanos y latinoamericanos en general, incómodos con usted -aunque no enemistados-, puedan abrazarse cuando la libertad y la democracia nos cobije a todos por igual?
El autor es poeta y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.
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