Unas horas antes de que Donald Trump anunciara su tercera candidatura a la presidencia en su lujosa residencia de Mar-a- Lago, Allen Weisselberg, el hombre que ha manejado por más de 40 años las finanzas de Trump Organization se enfrentaba al fiscal del distrito judicial de Manhattan.
Fue la ocasión fijada por el fiscal para que Allen Weisselberg proporcionara pruebas cruciales en el proceso que se le sigue centrado en lucrativos beneficios extraoficiales que la compañía de Trump le pagó a él y a otros ejecutivos para evadir impuestos sobre la renta. Weisselberg declaró que había permitido que la Organización Trump redujera su salario en la misma cantidad de beneficios «gratuitos» que recibía, para permitir a la compañía evadir impuestos. A cambio de su cooperación con la Fiscalía, Weisselberg recibirá una pena de prisión reducida pero la amenaza legal sigue pendiente contra Trump y sus hijos.
Estos enredos legales se han multiplicados y muy probablemente han contribuido desencajar anímicamente a Trump. Haber fijado el anuncio de su candidatura antes de las elecciones fue un gran traspiés. Trump dio por descontado que adelantándose podía reclamar el crédito de un clamoroso triunfo electoral y que la candidatura lo protegería de las investigaciones que adelanta el Departamento de Justicia.
El nombramiento de un fiscal especial independiente designado el pasado viernes por el fiscal general se puede interpretar de la siguiente manera: a) El fiscal general esta obligado por ley a resolver la apariencia de un conflicto. El presidente Biden ofreció su candidatura y el fiscal general, su subalterno, investiga a otro candidato rival b) No se ha resuelto desistir de los cargos y continúa la investigación c) Un mensaje claro, que Trump se haya lanzado de candidato no lo protege de un probable enjuiciamiento. A horas de su lanzamiento es un mensaje claro.
Como resultado, Trump ha respondido con furia, se encuentra en un complejo predicamento de su propia hechura y líderes republicanos que amarraron sus intereses a la carreta de Trump, ahora buscan con desespero separarse. En política dicen los gringos «timing is everything». La hija de Trump y su esposo Jared Kutchner, principales asesores de la Casa Blanca en tiempos de Trump, fueron algunos de los que decidieron darle la espalda y no asistieron a su anuncio en Mar-a- Lago. Mike Pompeo, el flamante secretario de Estado de Trump por 4 anos, ya lo repudia. Los desertores republicanos son muchos y se suman a diario. ¿Cómo reaccionará Donald Trump ante esta debacle que trasciende la política y se desliza para convertirse en una tragedia personal?
El mismo día que Donald Trump lanzó su candidatura, el New York Times tituló en primera página a seis columnas: «Trump anuncia su candidatura para 2024, repitiendo mentiras y exagerando su récord». Mas abajo subtitula: «El expresidente Trump pronunció cantidad de afirmaciones falsas durante su discurso». Ahora se sabe por los medios que, durante la larga exposición de Trump, parte de la audiencia que quiso abandonar el recinto fue impedida por la seguridad del club.
Entretanto, con el estrecho margen de un dígito, los republicanos tomarán la Cámara Baja en enero, pero diferencias ideológicas y presiones competitivas podrían impedir que la agenda se desarrolle normalmente. Los saltos de talanquera, sobre todo del lado opositor, son casi tan comunes en Estados Unidos como en la Venezuela bolivariana. Antes de ocupar la dirección de la Cámara ya los republicanos han anunciado como prioridad investigaciones a granel, entre ellas el «fraude» de las elecciones de 2020 y al hijo del presidente, Hunter Biden.
Los republicanos no parecen entender que su derrota se debe básicamente a estar anclados al pasado con el ritornelo de Trump acerca del despojo electoral en 2020. En esencia toda elección, por definición es futuro, pero los republicanos, desde ahora, ya se han comprometido a volver al pasado.
El pasado jueves el Congreso en pleno celebró los más de 4 décadas de Nancy Pelosi como congresante y la mujer más poderosa de Estados Unidos, asi como su despedida como lider, varias veces, de la Camara de Representantes. Su sucesor, el republicano Kevin McCarthy, no asistió. Mujer, poderosa e inteligente, demasiado para un republicano.
Una tragedia personal
No conforme con desafiar al gobierno, los republicanos ahora ningunean a Trump, arrodillado como está en la lona y a punto de caer. Pero juegan con fuego. Se ha dicho que Trump ha comentado a amigos cercanos que él bien pudiera «incinerar« al Partido Republicano si lo quisiera y se nos ocurre que, una forma de hacerlo es, una vez derrotado en las primarias por Ron DeSantis, se lance como candidato independiente en una aventura de «muera Sanson y todos los filisteos«. En este caso los demócratas no tendrían muchos incentivos para procesarlo judicialmente y menos condenarlo. Los republicanos olvidan que en un combate sin reglas, Trump está en su mejor elemento.
George Conway, el conocido abogado republicano tiene una versión semejante. El partido tiene que tomar una terrible decisión: «Luchar contra Donald Trump o ser arrasado por la ondas expansivas de las explosiones mientras Trump se auto destruye«.
El médico y político británico David Owen, exministro del Exterior, llama a estas euforias, como la de Trump, el síndrome de «hubris» (SH) y lo define como un trastorno psiquiátrico adquirido que afecta a personas que ejercen el poder en cualquiera de sus formas. Roy Porter, profesor de Cambridge, asume igual tópico en su libro Una historia social de la locura: Cuentos de locos. En el preámbulo de su estudio advierte: «La historia de la locura es la historia del poder. En la imagen del poder la locura es impotencia como omnipotencia».
La cadena Fox News revela que los votantes republicanos e independientes se distancian de Trump por hordas después de estas elecciones intermedias. Que Fox News se complazca y se burle de las desgracias de Trump es repugnante, después de haber hecho de la adulancia a su gobierno un arte de servidumbre. También senadores republicanos, en desafío a Trump, ratificaron con aplastante mayoría a Mitch McConnell como líder del Senado. A destiempo, ya Trump ya les había anunciado su deseo de defenestrarlo como líder republicano del Senado, antes de las elecciones.
Por años los republicanos vivieron en una dimensión alterna que Trump creó para ellos donde todo se valía y lo que él profería, por muy bizarro que fuese, era gracioso o se justificaba. Donald Trump dijo alguna vez con jacotonería: «Si yo disparara y matara a alguien en plena Quinta Avenida, de Nueva York, no me pasaría nada, absolutamente nada». Los republicanos celebraban. Después de las últimas elecciones aquellos republicanos que le habían declarado por años su lealtad perruna, han devenido hoy en cuervos que tratan de sacarle los ojos. Cierto, la política es cruel, pero la de los republicanos es pura desmesura y no parecen estar preocupados del temperamento vengativo de Trump.
A Edward Luce, del diario conservador del Reino Unido Financial Times, se le atribuye una de las frases más duras y descriptivas sobre los republicanos en la política de Estados Unidos: «He cubierto el extremismo y las ideologías violentas en todo el mundo a lo largo de mi carrera. Nunca me había encontrado con una fuerza política más nihilista, peligrosa y despreciable que los republicanos de hoy».
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