La reciente conmemoración, siempre dolorosa, del 4 de febrero de 1992, dio pie, como siempre, a una serie de entrevistas a algunos de sus actores en diversos medios de comunicación social. En una de esas intervenciones, un personajillo de esos cuyo nombre prefiero no mencionar, hizo algunos comentarios negativos sobre doña Blanca de Pérez, los cuales me veo en la obligación de rechazar categóricamente.
No es cierto que durante las dos presidencias de Carlos Andrés Pérez, la familia presidencial utilizara los bienes públicos a su disposición, de manera indebida, y mucho menos que irrespetara al personal militar y civil a su servicio. Soy testigo de excepción. Durante dos años me desempeñé como comandante del Batallón de Custodia de la Guardia de Honor, responsable de la seguridad tanto de la familia presidencial como de La Casona. Puedo dar fe del trato recibido tanto por mi persona, como por mis oficiales y soldados, el cual siempre fue respetuoso y amable. Nunca le escuché a doña Blanca una sola palabra ofensiva para nadie bajo ninguna circunstancia.
Esa gran venezolana tuvo un admirable desempeño en su papel de primera dama de la República. Siempre secundada por su hija Carolina, dirigió con gran acierto la Fundación del Niño, responsabilidad institucional de la esposa del presidente, para velar por el bienestar y formación integral de los niños en Venezuela. Así mismo, fomentó, creó y dirigió programas dedicados al apoyo de las familias más necesitadas, como fueron los Hogares de Cuidado Diario, de grata recordación en los sectores populares, para dar el apoyo necesario a las familias de menores recursos y permitirle a las madres desempeñarse en el campo laboral, mientras sus pequeños hijos permanecían al cuidado de madres cuidadoras de cada comunidad. Su última creación, Bandesir o Banco de Sillas de Ruedas, que estaba orientada a ayudar masivamente a sectores populares afectados en su salud facilitándoles sillas de ruedas y medios ortopédicos que, por sus costos, les eran inalcanzables, demuestran su extraordinaria bondad. Su forma de ser amable y sencilla condujo a nuestro pueblo a llamarla, con particular afecto, doña Blanquita.
Otra de las grandes cualidades de esta admirable mujer fue su gran valor personal para enfrentar las dificultades. Precisamente, en la madrugada de ese aciago 4 de febrero, cuando la residencia presidencial fue cobardemente atacada por los alzados en armas, a sabiendas de que allí solo se encontraba doña Blanca junto a sus hijas, pudo dar muestras de valentía al exigirle, con gran determinación, al oficial comandante del Batallón de Custodia que por ningún concepto se rindiera y su permanente disposición de resistir hasta el último momento. Al visitarla en la tarde de ese día, después de haber sofocado la rebelión, me recibió y relató los hechos vividos con gran serenidad. Sin embargo, a pesar de haber sido protagonista principal de ese terrible episodio, nunca hizo alarde de valentía ni manifestó algún sentimiento de odio contra quienes se atrevieron vilmente a amenazar su vida y la de su familia. Realmente, esa visita me causó una gran impresión, al haber conocido la entereza y determinación de esa señora, amable y apacible, que hasta ese día había conocido.
Estas son las razones que me han llevado a hacer un alto en el tratamiento de los temas de interés político y militar que suelo abordar, para escribir estas breves líneas en honor de doña Blanca de Pérez, como un justo reconocimiento a sus grandes dotes personales y morales, las cuales le permitieron afrontar con gran aplomo y dignidad todas las vicisitudes que le ha tocado vivir como ciudadana honorable, excelente madre y esposa. No es posible permitir que mezquindades y rencores sirvan para cometer injusticias en detrimento del honor de personas como doña Blanca. Es lamentable que se utilicen artimañas para satisfacer deseos de venganza y figuración que, al final, terminan dejando en evidencia la estatura ética y moral de quienes las profieren. Honrar, honra.