OPINIÓN

Doña Bárbara

por Ariel Montoya Ariel Montoya
María Corina Machado en Táchira. EFE/Mario Caicedo

Foto EFE

Dos mujeres se han interpuesto en la vida política  y ficcional en Venezuela, Doña Bárbara, la hacendada siniestra y personaje cumbre de la novela costumbrista de Rómulo Gallegos (1884-1969), escritor, político y expresidente de ese país, y María Corina Machado, la contundente líder que se ha enfrentado como nadie más a la barbarie política del socialismo del siglo XXI, estando a pocos días de derrumbar a uno de los enjambres de ese circuito de naciones latinoamericanas que profesan el totalitarismo, como lo es la dictadura de Nicolás Maduro, en las elecciones de este próximo 28 de julio de 2024.

En la ficción Doña Bárbara, con grandes aciertos en la cultura agraria tanto de Venezuela como de toda Latinoamérica, se desarrolla una trama llena de adversidades, luchas de poder, atavismos en medio de una pobreza social envolvente junto con la voracidad territorial de sus terratenientes, grandes finqueros y hombres de bien, como Santos Luzardo.

En la realidad se trata de desprenderse de un sistema demencial, policial, represivo y solo capaz de haber arrastrado a una de las naciones más ricas del continente a la miseria social y la diáspora de más de 8 millones de personas. En efecto, la otra «Doña» (Maria Corina Machado) logra crear una épica de lucha que ningún otro de los supuestos opositores desde que Hugo Chávez se apropió del poder había logrado con creces. Ni Leopoldo López, ni Henrique Capriles ni Juan Guaidó -otro incapaz en la narrativa de la oposición, a quien la camisa de una presidencia alterna al poder oficial le quedó demasiado grande- han logrado lo que esta mujer ha hecho y a quien Nicolás Maduro, el G2 cubano y el Foro de Sao Paulo pudieron arrebatarle con artimañas su candidatura presidencial mas no el trance de su liderazgo, que crece a diario sin precedentes.

En ambos casos, estas dos personalidades, antítesis ambas, contrarias, contrapuestas, dominan la esfera de la imposición de la mujer en Venezuela, en lo referente a la escenificación entre civilización y barbarie.

Mientras la primera logra a fuerza de violencia, brujerías y trampas imponer el gamonalismo ramplón a caballo desde el dominio de tierras y ganaderías en potreros y llanos sin límites en la clásica novela ya tantas veces llevada a la telenovela y al cine; la otra ha logrado tambalear al trasnochado socialismo implantado por Hugo Chávez, el cual está por llegar a su final, ahora desde la perspectiva electoral.

Nada fácil le espera a ella como tampoco a la verdadera oposición contra este aberrante sistema, pero su gesta hasta ahora está dando la vuelta al mundo, no solo para bien de sus propios conciudadanos, sino también para aquellos que, desde la política local en su país, empiezan a ver con más aplomo el desbarrancamiento de una tiranía cruel, desmedida y falsa, sobre todo por erigirse en una nueva casta con absoluto poder y dinero, con el discurso de redención por los más pobres.

María Corina, pues, contraria a Doña Bárbara, es la fiel propulsora del saneamiento de la inmoralidad, el atropello y la venganza, que va con Edmundo González en la boleta electoral presidencial en busca de un sistema con libertades e igualdades para todos; en otras palabras, es la impulsora de la reparación de los daños hechos al llano, ese inmenso territorio infectado por la dama de la venganza, la arbitrariedad, la astucia matrera y sus hechizos contrarios a la luz y a la verdad.

En toda elección por la silla presidencial siempre la prensa, la ciudadanía y sobre todo los políticos y candidatos sedientos de más popularidad y hegemonía mesiánica dicen que las próximas contiendas, según los calendarios electorales, serán las más importantes de la historia en sus países, lo cual no siempre es así. En las naciones sensatamente civilizadas y en otras auténticamente cívicas, no pasa nada porque este o aquel fulano pierda ante los electores. Y todo sigue igual.

Pero en este caso de las elecciones de Venezuela, estas marcan el principio de la derrota de un sistema, el socialista, que nunca debió haber tocado tierras americanas, por lo nefasto e incongruente con las causas de la libertad, la democracia y la igualdad de oportunidades para todos. Fidel Castro y Hugo Chávez ya están muertos, pero el legado de sus patrimonios negativos y sus atrocidades incuestionables seguirán vivos por muchos años más, cuyas heridas tardarán también en sanar.

Esa es la trascendencia de estas elecciones y todo ataque cobarde y desmedido hacia la decisión popular marcará en el futuro un mayor desprecio hacia el régimen, lo que replicará para todos los países del socialismo del siglo XXI, cuyas cuentas regresivas también han comenzado. Que bien que Venezuela cuenta con un observatorio mundial pendiente de lo que ocurra después de cerradas las urnas.

Mientras esperamos el porvenir ascendente tras el fértil liderazgo de María Corina Machado, la nueva libertadora en esta era de  colonización comunista, trasiega también mi admiración por la Dama de los Llanos de Apure en la portentosa novela de Gallegos.

Después de todo, de todas sus fechorías, conjuras, amarguras, pactos y nubes negras en su pasado, ese pasado que siempre la condenó desde su abandono y violación por parte de piratas, demostró también tener sentimientos en su fracasado triángulo amoroso entre Asdrúbal, del que se enamoró perdidamente a los 15 años de edad y Santos Luzardo, el hombre que la sedujo entre montarascales, corrales olorosos a vacas y leguleyadas durante la  época dictatorial de Juan Vicente Gómez a inicios del siglo XX, en la Venezuela bucólica y llanera. Definitivamente, Doña Bárbara no pudo jamás haber sido chavista.


El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista Internacional.