Hace pocos días dedicamos una crónica para destacar la semblanza de doña Blanquita Rodríguez de Pérez. Hoy la hacemos en honor de doña Alicia Pietri de Caldera. Me parece justo y necesario este reconocimiento que nunca pidieron en vida, pero más que merecido a la hora de recordarlas como un ejemplo, al igual que ellas emularon la gesta humanitaria cumplida por doña Menca de Leoni, pionera en esta carrera de servicio social, aprovechando dignamente la tribuna enaltecida en que se convierte la figura de ser primera dama de la República.
A la noble mujer que fue doña Menca la conocí y sabíamos de su obra porque en casa siempre se le alababa su condición de madre de familia ejemplar, con esa vocación de servicio que la distinguió toda su vida. Con ella no tuve la oportunidad de estrechar vínculos, como sí lo hice con Blanquita y Alicia. Primero, cuando Antonio Ledezma era gobernador de Caracas, fue posible apuntalar muchos de los programas sociales que inspiraron a la primera dama de entonces, y posteriormente, cuando Antonio asumió la Alcaldía del Municipio Libertador, en Caracas, trabajé, mano a mano, con esa mujer de fina estampa llamada Alicia Pietri de Caldera.
Asumió esas posiciones para crear y para servir, tal como lo hizo efectivamente legándonos el Museo de los Niños de Caracas que, según su visión, tendría como finalidad “complementar la educación básica para que los niños venezolanos aprendieran jugando”. Doña Alicia evidenció que los niños podían tocar mientras se paseaban por las instalaciones de su museo, de allí el lema que impuso “está prohibido NO tocar”. Con esa obra magnífica Venezuela además de exportar petróleo, comenzó a colocar en otras partes del mundo esta franquicia tan sublime, porque el Museo de los Niños fue precursor en América Latina de museos similares instalados en nuestro continente.
Inolvidable su empeño en organizar los planes vacacionales que le permitieron a miles de niños de los sectores más humildes del país disfrutar también de algunos días de esparcimiento. También queda su tesón hecho realidad en esos más de 800 “Parques de Bolsillo” que se instalaron en muchas regiones de Venezuela, esfuerzo loable complementado con la idea cristalizada de “Recuperar espacios para la ciudad”. Mención destacada merece su programa “Arte y cultura para los niños”, mediante el cual fue posible movilizar a centenares de miles de criaturas que por primera vez asistían a espacios de esa naturaleza. La televisión fue utilizada para educar, para entretener, de allí su otro plan estrella: el programa preescolar televisado Sopotocientos.
Doña Alicia sabia de los riesgos que correría al formar pareja con un hombre que combatía la dictadura de entonces. Por eso con entereza asumió las consecuencias del allanamiento de su morada cuando los esbirros de la Seguridad Nacional perseguían a su esposo, Rafael Caldera, y soportó con firmeza la información del secuestro cuando en 1957 el expresidente fue detenido y desaparecido, sin que se supiera de su paradero.
Quiero destacar la experiencia vivida al trabajar con esta gran venezolana. Siempre se abordaban los planes con un trasparente carácter institucional. Nunca se respiró una atmósfera sectaria ni se permitía que los programas fueran sesgados con propósitos partidistas.
Así era doña Alicia, así la recuerdo y por tan nobles virtudes le rindo honores.
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