Gobernador de la Provincia de Carabobo en dos oportunidades, don Miguel Herrera Melo es un personaje cuyas andanzas merecen ser recordadas. Bautizado con el nombre de Miguel José de los Santos, nació en Puerto Cabello el 2 de noviembre de 1805, del matrimonio formado por don José de Herrera y doña Bárbara Melo. Su padre fue un próspero comerciante que fungió como gerente de la Real Compañía de Filipinas, que sucede a la Compañía Guipuzcoana cuando ésta desaparece el año 1785. Fue, además, personaje de destacada participación local como Diputado del Común y de cierta influencia, pues en el aciago año 1812 y ante el alzamiento del subteniente Francisco Fernández Vinoni en el castillo de San Felipe, lo que más tarde resultará en la pérdida de la plaza fuerte y de la primera república, el entonces comandante político y militar de la plaza, coronel Simón Bolívar, lo envía a parlamentar con los alzados, aunque sin éxito. Así, nacido en el seno de una familia acomodada, los años juveniles de Miguel transcurren como agricultor en las tierras familiares localizadas en Goaigoaza.
Su nombre sale del anonimato con ocasión de la Revolución de las Reformas (1835) que encabeza Pedro Carujo, oportunidad en la que Miguel Herrera al frente de un grupo de los peones de su hacienda, asume la defensa del Fortín Solano, en el cerro de la Vigía, conducta que le vale el reconocimiento público sofocada la revuelta. En el parte oficial que dirige el coronel León de Febres Cordero al Ministro de la Guerra, informa: «Digno es también de un honorífico recuerdo del Gobierno el Teniente Miguel Herrera; este hacendado, lleno de comodidades, las abandonó en el momento que en Puerto Cabello asomó la insurrección: á la cabeza de una compañía prestó en el sitio importante servicios, y al retirarse la línea para Valencia, se le encargó la defensa del importante punto de La Vigía: habiéndose visto algunos días abandonado a sus propias fuerzas, su constancia y su serenidad lo hicieron superior a los peligros, conservó en fin, el puesto, pudiendo asegurarse, que habría sido un Espartano, si hubiese llegado el momento de ponerlo á prueba: en la presente jornada suplicó porque se le dejase tomar parte en el combate con la guarnición de su mando: bajó en efecto de La Vigía, y, aunque ya al concluirse la acción, tuvo la gloria de combatir en ella…». Otras fuentes dan cuenta de un tal Miguel Herrera –¿acaso el mismo personaje?– regidor de la municipalidad porteña, presente en la sesión del 8 de agosto de 1826, cuando el cabildo en una concurrida sesión se pronuncia a favor de constituir a Venezuela en federación, mientras que en las afueras el pueblo en masa gritaba viva el Presidente de Colombia, viva el General Páez, viva la federación de Venezuela.
También tendrá una actuación descollante como gobernador de la Provincia de Carabobo, durante los años 1845 y 1846. En su administración le coloca el ejecútese a varias ordenanzas para mejorar la administración y atender las necesidades de la región, tales como la construcción del mercado público en la capital de la provincia, el relanzamiento de la Gaceta de Carabobo, las instrucciones a las municipalidades para la oportuna presentación de la documentación requerida por el artículo 81 de la Ley Orgánica de las Provincias, las reglamentaciones de la policía y patrullas rurales, el funcionamiento de los pesos y balanzas, así como la contratación de un empréstito por 200.000 pesos para concluir la carretera de Valencia a Puerto Cabello, sin duda alguna la principal obra de su gestión.
Renuncia a la gobernación a finales de marzo de 1847, sustituyéndolo Juan Antonio Izquierdo como gobernador interino, tras su nombramiento como Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores de José Tadeo Monagas, cargo que asume el 20 de marzo de aquel año. El órgano periodístico El Centinela de la Patria, del 5 de marzo de 1847, celebra la designación de Herrera por su capacidad, desempeño y patriotismo comprobados al frente de la gobernación; no obstante, en el mes de mayo renuncia por diferencias con Monagas respecto de ciertos nombramientos, regresando a su tierra natal, pero sus desavenencias con el régimen le valen el destierro, residenciándose en Nueva York, en donde labora en el establecimiento mercantil de Phelps.
Tras el triunfo de la revolución de marzo (1858) regresa al país, brindándole su apoyo al general Julián Castro; junto a Pedro J. Estoquera, Miguel G. Maya, José M. de los Ríos, Jesús M. Guevara y J.M. Travieso, miembros del Comité Revolucionario de Carabobo, le ofrecen a Castro la jefatura de la revolución. De esta manera Herrera vuelve a funciones de gobierno, nuevamente gobernador de Carabobo (1858), luego Consejero de Gobierno y Secretario de Hacienda (1859). Al año siguiente, es nombrado comandante de armas de Calabozo, con escasos 400 hombres resiste el asedio de los generales Juan Crisóstomo Falcón y Juan Antonio Sotillo, superiores en número, logrando la retirada de las fuerzas de la federación. En noviembre de 1860, es nombrado Secretario de Guerra y Marina por el presidente Manuel Felipe de Tovar, cargo al que renunciará en marzo del siguiente año, en protesta por el nombramiento de José Antonio Páez como general en jefe de las fuerzas del gobierno.
Sus últimos años transcurren en Caracas, en el hogar formado junto a María Rita Irigoyen de cuya unión nacen, entre otros hijos, Jesús María Herrera Irigoyen, fundador y director de la célebre revista literaria El Cojo Ilustrado que en su edición del 1º de noviembre de 1895, le dedica un extenso artículo biográfico a nuestro personaje. Herrera Melo había fallecido en febrero de 1878, luego de una larga y penosa enfermedad. El Semanario, un periódico capitalino, señala: «Perdida desde muy temprano, y á causa de nuestras convulsiones políticas, la fortuna que heredó de sus mayores, vivió siempre en honrosa pobreza consagrado aún en su avanzada edad a las labores del campo y á la educación de una familia que es modelo de cristianas virtudes». Y es que a pesar de venir de un hogar acomodado, su temple, profundo patriotismo y extrema probidad en el manejo de la cosa pública, guiaron su actuación ciudadana sin importarle las consecuencias. Un soneto salido de la pluma de José Antonio Calcaño, lo retrata magníficamente:
«Azotado del sol, que fuego lanza,
Severa la mirada, el rostro opaco,
De fatigas pregón el cuerpo flaco.
El vestido pregón de malandanza.
Cruzando la ciudad á ver se alcanza
Sobre indolente y distraído jaco,
De ruina espejo y de infortunios saco,
A un antiguo Ministro de Finanza.
Y ¿es fructuoso ese ejemplo, a vuestro juicio?…
Ay! si le ven los niños, y halla muerte.
Nuestra sola esperanza, en ellos puesta!
Que el triunfo que á su paso ostenta el vicio
Y el ceño del desdén ante su suerte,
Son contra la honradez una protesta».
Ese fue don Miguel Herrera Melo, uno de los primeros gobernadores de la Provincia de Carabobo, un gran ciudadano, militar ocasional y político honesto.
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@PepeSabatino