A la Parroquia San José, en un nuevo aniversario, el viernes 19 de marzo de 2021.
A mi padre, el doctor Otto Lima Gómez,
fundador de la Escuela de Medicina José María Vargas, médico del Hospital Vargas.
1. Por la causa del Hospital Vargas
Hace más de treinta años, en 1986, en EL NACIONAL apareció un escrito de Eduardo Delpretti titulado «Remozan al viejo Vargas». En este se describía cómo el hospital estaba siendo remodelado para devolverle sus rasgos originales, «como Monumento Nacional que es desde 1978, pero con todos los adelantos de la ciencia hospitalaria».1
Habiendo visitado poco después la obra con mi padre, Otto Lima Gómez, quien fue médico en el Vargas por más de treinta años, pudimos constatar algunas de dichas “mejoras”. Las paredes de las salas, recubiertas ya con una moderna cerámica azul, revelaban una nueva estructura de instalaciones internas que permitieron realmente algunas ventajas. Pero usar ese material fue semejante a cubrir la Catedral de Caracas con revestimiento granulado. Los «marcos ojivales», al entrar a los pabellones, vieron reducida su fisonomía a un pigmeo marco de hierro rectangular.
No quisimos atrevernos a adivinar en aquel momento qué sería de las fachadas y de los techos del patio central y del resto de las ventanas, desde entonces sin vista, porque temimos a los resultados de la indagación. Aunque los criterios de restauración de entonces, podían ser muy diversos, ya el reciclaje y la modernización para la vida actual en edificios antiguos se habían empezado a generalizar en el país.
La condición de Monumento Nacional implica siempre tratar de una manera mucho más cuidadosa toda intervención que se practique en un edificio de esta jerarquía. Sin embargo, no es allí donde queremos profundizar en nuestras observaciones. Aquel hospital que en el año 1891 significó una verdadera revolución en el campo de la Asistencia Pública Nacional, ha venido sufriendo todos los cambios y alteraciones que su estructura original podía soportar. Hoy, la situación está peor que nunca. Los terrenos a su alrededor, que por decreto están destinados hace muchos años a usos exclusivamente asistenciales, se han ido construyendo poco a poco. Aparecieron el Banco Municipal de Sangre, el Instituto de Anatomía Patológica, el Instituto de Dermatología, el Puesto de Emergencia, y el edificio de Ciencias Básicas de la Escuela de Medicina Vargas. Una lista que lo único que hizo con los años fue seguir creciendo.
El edificio original, esa estructura de ornamentación gótica, poblada de vegetación en sus patios, fue perdiendo uno a uno sus elementos principales, empezando por el viejo auditorio de madera a la usanza de los hospitales de París, hasta terminar con cada uno de dichos hermosos patios, los cuales fueron desapareciendo al tratar de aumentar el área utilizable para servicios internos.
Este hospital, como toda estructura arquitectónica concebida con una idea espacial y formal coherente, además estaba pensado para resolver un problema funcional. El binomio pabellón-patio surgió en un período llamado «pre-antiséptico» de la historia de la Medicina, donde se pensaba que «el enemigo principal del enfermo es el aire enrarecido».2 En aquella época Louis Pasteur no había descubierto aún las bacterias como agentes de las enfermedades ni se conocía lo que significaba el tratamiento antiséptico de los trabajos de Lister. De allí que los patios eran la dosis correcta para el tratamiento constructivo de las enfermedades.
Corría el año de 1988. Un siglo antes, Jean-Baptiste Le Roy, un científico, había introducido en la Academia Real de las Ciencias de Francia un proyecto revolucionario para rehacer al Hotel-Dieu, abominable obra inconclusa finalmente desaparecida gracias al incendio de la ciudad de 1772. Eran los días en que un hospital ya había dejado de ser un asilo de «ancianos, locos delirantes, imbéciles, epilépticos, paralíticos, lisiados, ciegos y afines».3 Florence Nightingale tenía más de treinta años de haber librado su famosa batalla a través del periódico inglés The Builder contra el Hospital de Netley, fastasma contemporáneo del Hotel-Dieu a orillas del Támesis. Los hospitales estaban listos para convertirse en los templos de la Nueva Higiene y en el recinto para albergar el último grito en arquitectura hospitalaria; el mismo principio que defendía Le Roy, acariciaba la Nightingale y ahora entusiasmaba a Jesús Muñoz Tébar al emprender el diseño del Hospital Vargas: el principio de los pabellones.
Tal como estaban las cosas, hablando de hospitales, tema favorito de la arquitectura de la Ilustración, el proyecto de pabellones en realidad lo que venía a resolver era el viejo
problema del aire viciado en las salas de los enfermos. Hay que recordar que entonces la elevada tasa de mortalidad se atribuía a la falta de circulación del aire freso en las salas y a la acumulación de atmósferas viciadas en éstas, haciéndolas más capaces para «ampliar los males y destruir, que para restablecer y conservar la salud».4 Una de las frases más visionarias del estudio de Le Roy, ya extrañamente moderna, rezaba: «una sala es como una máquina para tratar a los enfermos».5
El pabellón o sala es una unidad autónoma cuya principal virtud consiste en su repetibilidad a lo largo de un eje de circulación o alrededor de un patio. Está basado en la idea de recuperar lo mejor de las viejas y grandes naves comunales de los antiguos hospitales medievales, donde se hacinaban hasta tres y cuatro enfermos en una misma cama, para el tratamiento independiente de las enfermedades según su tipo y características. Pero la esencia del principio de pabellones no son los pabellones, como pudiera pensarse. Partiendo de una obsesión creciente por lo funcional, por lo ventilado, y habiéndose desechado por inoperante la vieja solución de ventilar las salas a través de la cúpula de la capilla, a manera de gran chimenea para extraer el aire, se publicaron numerosos libros y panfletos estudiando los problemas de la ventilación. Podemos citar varios, el de Louis Duhamel de Moreau, Differents moyens pour renouveler l’air des infirmeries, el de Stephen Hales, A Description of Ventilators, el de Claude-Leopold de Genneté, Nouvelle Construction des Cheminées, y el Hughes Maret, Mémoire sur la Construction d’un Hôpital. De todos los métodos de ventilación de entonces, el que realmente crea una nueva época en conceptos hospitalarios en el siglo diecinueve es el “Preau des Malades” o Patio de los Enfermos.
Entre un pabellón y otro, Pabellón de Pediatría, Pabellón de Cirugía, Pabellón de Obstetricia, Pabellón de Cáncer, surge la figura de estos patios. Su nobleza reside fundamentalmente en el aire y la luz exterior que traen a los enfermos recluidos adentro. Los pabellones separados, a su vez, disminuían las posibilidades de contaminación entre pacientes y perfeccionaban el tratamiento de los diferentes tipos de dolencias.
¡Grandes ventajas! Ni qué decir que el siglo diecinueve habría de convertirse en el siglo de los hospitales de pabellones. El principio de pabellones, sin embargo, tuvo que atravesar un periodo relativamente largo de discusiones y ensayos hasta su plena aceptación, por lo que el edificio que se vino a convertir en el paradigma de esta tipología hospitalaria, el Hôpital Lariboissiére de París, data solamente de 1854, y no es de Le Roy, quien ya había muerto, sino del arquitecto M.P. Gauthier. Es decir, solo treinta y siete años antes del Hospital Vargas.
Lariboissiére, 2 rue Ambroise Paré, París. Novecientas cinco camas, un gran patio central con la administración en uno de sus extremos; la capilla y otras habitaciones en el otro, y tres salas en forma de pabellón a cada lado formando ángulo recto con patio y paralelas entre sí. Decorado en un estilo italiano utilitario, cabe decir, el estilo adecuado en todo hospital que se preciase, el Lariboissiére surge como el prototipo inevitable para el buen ejercicio de la clínica médica y como la forma más perfecta de arquitectura para hospitales con la que se contaba. Sus pabellones, con treinta y dos camas cada uno, tenían mas de un piso, y se encontraban distanciados los unos de los otros por unos patios con césped y jardines casi del doble del ancho de las salas. Todo en el proclamaba las palabras de Florence Nightingale: “el primer requisito de un hospital es que no dañe a los enfermos”.6 Dice Oscar Beaujon en su libro Biografía del Hospital Vargas,7 cómo con la salida del Decreto para la creación de un Hospital Nacional, el ingeniero Muñoz Tébar, Ministro de Obras Públicas de entonces, resuelve diseñar el nuevo hospital como el Lariboissiére de París. Es interesante que ya en el propio Decreto, el Presidente especificaba el modelo arquitectónico que había que seguir para hacer el hospital, describiéndolo en el Articulo 1: “…debe tener una construcción análoga y de régimen semejante al Hospital Lariboissiére establecido en París”.8 Habría de tener más camas que éste: quinientas para hombres y quinientas para mujeres, concibiéndose así como un proyecto grandioso para la Venezuela y la Caracas de esa época.
En una operación que recuerda, por lo apresurada, a la de los museos de Los Caobos, protagonizada por Carlos Raúl Villanueva cincuenta años después, pero siendo en este caso Rojas Paúl quien exigía la premura del proyecto, nace “de una vieja enciclopedia francesa dormida en los anaqueles de la biblioteca”,9 la idea arquitectónica del nuevo hospital. Una planta longitudinal, orientada norte-sur, con una doble simetría axial, “con la entrada principal mirando hacia el oeste de la ciudad. En el centro estarían los departamentos para la Dirección, para la Administración, Anfiteatros, Salas de Consultas Externas, Salas de Operaciones, Almacenes, Economato, Cocinas, Portero y Caballeriza. A la derecha y a la izquierda de esta departamentalización central, vendrían dos hileras de cinco salas cada una, colocadas frente a frente y separadas por un largo y amplio jardín. Las salas también estarían separadas por jardines, y cada sala tendría capacidad para veintidós enfermos”.10
2. Sanar un monumento
Con el triunfo de la Bacteriología años después, y la posibilidad de compactar los servicios y las instalaciones en bloques compactos de varios pisos, ya no se necesitaba más, desde el punto de vista estrictamente funcional, el uso de los patios, y, poco a poco, el principio de pabellones, esencia de la arquitectura de nuestro viejo Hospital Vargas cayó en desgracia.
Es asombroso cómo los encargados del “trabajo de restauración” en 1988 se acogieron este pasmoso adelanto al pie de la letra. Los patios, talados de sus palmeras y de toda vegetación, adquirieron desde entonces la inusitada imagen de albergue de nuevos servicios clínicos, oficinas, secretarías y demás utilidades, acabados modestamente con pisos de granito y mínimas alturas contemporaneizantes de 2,40 metros. El mismo tipo de practica anárquica que durante años ha seguido destrozando al hospital.
Creemos que el Hospital Vargas, el más antiguo de país, sede de una Escuela de Medicina, y, ante todo, un cuerpo docente, debe ratificar esta función y permanecer como sede de tal Escuela, como centro para pacientes especiales o simplemente ancianos. Debería ser llevado a la dimensión de lo que es realmente dentro de la ciudad en que vivimos: el monumento final del gran eje urbano que sube desde la Catedral y pasa por el Panteón Nacional.
Casa hermosa de nuestra arquitectura fin de siécle, afrancesada por todos sus fueros, absolutamente tropical, debe ser devuelta a su esplendor original, reverdecida, restaurada y conservada. En este nuevo aniversario de la Parroquia San José, del cual el antiguo Hospital Vargas es patrimonio emblemático, clamamos por la urgente y autentica restauración científica que este merece en su condición como Monumento Histórico Nacional. Devolviendole su dignidad arquitectónica por demasiado tiempo perdida.
* Publicado por primera vez bajo el título “Domus pauperum: o memoria de la mejor manera de destruir al Hospital Vargas”, en la revista Espacio, Caracas, 1988.
NOTAS
- Eduardo Delpretti. «Remozan al viejo Vargas», EL NACIONAL, Caracas, 6/3/1986.
- Nikolaus Pevsner. Historia de las Tipologías Arquitectónicas, IX, Hospitales, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1979.
3.4.5.6. N. Pevsner. Op.Cit, 1979.
7.Oscar Beaujon. Biografía del Hospital Vargas, M.S.A.S., Caracas, 1961.
8.9.10. O. Beaujon. Op.Cit, 1961.