OPINIÓN

Dogma, filosofía y futuro

por Carlos Ojeda Carlos Ojeda

Desde la llegada de Cristóbal Colón a las Américas, se han escrito libros sobre colonización, invasión, intercambio o encuentro de dos mundos. La población indígena no tuvo oportunidad de contar su historia en esos tiempos. La excusa para tal desventura es muy sencilla. ¡No sabían leer ni escribir! Así como tampoco tenían muchas virtudes humanas quienes les sometieron a la fuerza, para incluso llegarles a cambiar sus creencias y costumbres, por esa fe religiosa, con la cual la mayoría de los venezolanos comulgamos hoy en día: la católica.

Sin querer ser arrogante, ni dar lecciones de historia universal, la geopolítica mundial giraba previo a la Revolución Industrial del siglo XVIII, en función de los intereses de la Iglesia como institución. Revolucionarios de pensamiento y de acción como Martín Lutero o Johannes Gutenberg, comenzaron a cambiar esa esencia en el siglo XV, con la modernización del pensamiento. El ser protestatario en cuanto a la divulgación del conocimiento, la lectura y el aprendizaje, para que masificara con la invención de la imprenta, marcó el final de una época. La Biblia, los libros y la lectura, dejaron de ser exclusivos de los dueños del viejo continente, la Iglesia, quienes surgidos en el concilio de Nicea, luego de la caída del imperio romano, lograron como institución, dominar al viejo continente.

El modelo eclesiástico que reinó hasta la Revolución Industrial, era un modelo instaurado por los líderes plenipotenciarios e infalibles sentados en el trono de san Pedro. Desde allí, se promovió la quema brujas, la persecución y tortura para quienes se oponían a su designio divino. Fueron los herederos de la iglesia que Jesucristo prometió reconstruir al tercer día de su sacrificio, la que se olvidó del perdón, de la caridad y del “amaos los unos a los otros”. Fue la Iglesia como Estado la que tuvo un comportamiento inhumano con la humanidad, con la evolución y con la ciencia.

El mundo evolucionó gracias a muchos estudiosos de las letras, las artes y la ciencia, fueron genios iluminados por y con la bendición de Dios. Para que ese hombre moldeado en barro, hecho a imagen y semejanza divina, adquiriese sabiduría y conocimientos, tuvo que sortear el autoritarismo y el oscurantismo de la curia sacerdotal, que se creían ungidos por el salvador.

Los diez mandamientos de Moisés fundamentaron el comportamiento moral que tuvo el hombre para desarrollar y consolidar una sociedad decente. La Iglesia de la filosofía del amor no tuvo compasión ni moralidad para defenestrar las ideas de quienes les iluminaban hacia una sociedad moderna y justa. En defensa de la Iglesia como institución, diré que fue uno de los creyentes en un Dios único, Moisés, quien le entregó a esa corporación los mandamientos que nos civilizaron para un adecuado comportamiento social colectivo.

Jesucristo tenía un mensaje verdadero. La doctrina de la fe, el perdón y la caridad como principio filosófico. El Vaticano como Estado, dueño y señor de los ideales de Jesús, jamás ha practicado la filosofía cristiana y no ha sido el mejor ejemplo de moralidad. El gobierno eclesiástico fue la dictadura sin piedad del clero sacerdotal.

Vladimir Ilich Ulianov “Lenin”, filósofo, político y estudioso sistemático de las obras de Marx y Engels, fue el líder promotor de la aplicación del pensamiento marxista en la Rusia zarista. También fue víctima de su propia cruzada, cuando su sucesor transformó su ideología de pensamiento en la doctrina estalinista. La utopía del marxismo de la dictadura del proletariado se transformó en un autoritarismo cruel, que eterniza a los defensores del pueblo como sus eternos verdugos.

John Adams, Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson, James Madison y George Washington, unidos por un solo pensamiento: “Todos los hombres son iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», reeditaron el pensamiento republicano devenido desde griegos y romanos, condensados en la teoría de Montesquieu. Fue ese colectivo, -sin líderes mesiánicos-, quienes lograron consolidar en las colonias con más futuro en el planeta, una verdadera nación donde prevalecen los derechos y las libertades civiles, por encima del privilegio de sus gobernantes.

Copérnico, Kepler, Newton, Da Vinci y muchos genios de la ciencia, fueron con su irreverencia quienes nos moldearon alternativas distintas al estatus quo existente en esos tiempos. Fue la narrativa de William Shakespeare, de Cervantes, de Niccolò di Bernardo dei Machiavelli, quienes esquivando la barbarie del pensamiento retrógrado. Se esculpieron un lugar en la historia.

Los gobiernos de los países poderosos no tienen amigos, solo tienen intereses. La codicia de industriales, comerciantes, banqueros e inversionistas tampoco. El mundo camina a ciegas hacia un abismo desconocido. El nuevo dios plenipotenciario del poder económico mundial, con el nuevo ídolo a quien todos le rezan y por quien todos llaman, “el dios dinero” destruye principios, moral, ideologías y filosofías. Es la reedición de la idea del doctor Joseph-Ignace Guillotin, que utilizó para aterrorizar al mundo en su época. Hoy se cortan cabezas con métodos más modernos. Luce muy triste el futuro del planeta, cuando sus hijos en un festín perenne de codicia y vanidad, les importa un bledo el futuro de sus hijos.

“No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame dentro de ti, allí estoy, latiendo en ti”. Baruch Spinoza.

Se busca al dios de Spinoza, mis hijos lo necesitan.