Por Equipo editorial
Nada que celebrar, por el contrario, mucho por lo que reclamar. Y esa es sin duda la consigna que se va a seguir escuchando en las protestas continuadas de los docentes y trabajadores venezolanos, máxime cuando Nicolás Maduro sentenció este Primero de Mayo la muerte del salario como principal fuente de beneficio social en una población que ha sido diezmada en todas sus condiciones de vida desde hace una década.
En efecto, que el presidente de la república diga que, en lo sucesivo, habrá ingresos por “bonos” por el orden de unos 70 dólares al mes; cuando tenemos una canasta alimentaria que supera los 300 dólares en promedio, a la par que se mantiene el salario mínimo y las pensiones en unos cinco dólares al mes; resulta una afrenta, una humillación y sobre todo un desprecio hacia la clase trabajadora, por quien irónicamente se autodenomina “presidente obrero”.
La situación del país resulta insostenible en lo político, económico y social. En lo político porque tenemos una nación que además de haber sido destrozada en todas sus instituciones, es la misma cúpula que termina por encarcelar a decenas de sus integrantes, vinculados con el exministro de Petróleo Tareck El Aissami, acusados de haber robado a la industria petrolera más de 20.000 millones de dólares, todo en un contexto de hambre, miseria, pobreza y emigración de millones de venezolanos, y cuando el salario de los educadores apenas si promedia unos 30 dólares al mes, lo cual resulta no sólo insuficiente, sino que se traduce en la destrucción de la educación y la carrera docente.
Es evidente que ante semejante realidad y viendo que no hay voluntad política por parte del madurismo en cambiar la trágica situación social que enfrenta el magisterio, así como el resto de los trabajadores, sólo nos queda multiplicar las protestas en las calles y generar una situación de conflicto permanente con un gobierno que prácticamente se burla de quienes son el motor de cualquier sociedad. Es la única alternativa que tenemos ante los que se han convertido en nuestros verdugos, a quienes poco les importa el sufrimiento de millones de venezolanos.
La educación destruida en todos sus componentes pedagógicos y del conocimiento, con escuelas, liceos y universidades convertidos en ruinas; con niños, adolescentes y jóvenes que tampoco pueden acceder al beneficio de comedores estudiantiles porque también fueron liquidados por el régimen, hace que la magnitud de la crisis educativa y social no sólo sea terrible en sus consecuencias de vida, sino un daño irreversible a las generaciones futuras, porque tanto su composición biológica como profesional están unidas ante nefastas acciones, todas por responsabilidad de un gobierno que al parecer no siente el mínimo remordimiento por los venezolanos.
Los educadores junto con los trabajadores somos conscientes del rol que tenemos ante esta nueva burla de Nicolás Maduro y de quienes se hacen llamar “revolucionarios” dentro de un contexto donde sólo impera la malicia y el odio contra la mayoría de una ciudadanía despojada de facto de sus derechos, porque tampoco existen fiscalías o tribunales, y menos instituciones del trabajo, que pudieran equilibrar en lo inmediato la orden jurídico-administrativa de revertir este triste episodio, el cual al estilo del más rancio neoliberalismo salvaje ha dejado sin ingresos a quienes desde la educación y la producción son los responsables en generar el movimiento de un país.
Venezuela no se va a rendir. Más allá de tantas dificultades, aún nos queda la dignidad y las fuerzas para continuar en la lucha por nuestros derechos laborales ¡Nadie se rinde! ¡Docentes y trabajadores seguiremos en las calles!