Hace muchos años que conozco a Pacho Santos Calderón, exvicepresidente de Colombia durante los ocho años de mandato de Álvaro Uribe y primo hermano de doble vínculo del expresidente Juan Manuel Santos Calderón. Es decir, los primos Santos están en orillas opuestas de la política colombiana.
Traté de cerca a Pacho antes de su entrada en política, cuando estaba viviendo en Madrid a finales de la década de 1990 y casi muere intoxicado en mi casa por ofrecerle una paella de marisco sin saber mi mujer y yo que él es alérgico a esos crustáceos. Mi mujer salvó la situación.
Pacho es periodista, de la familia propietaria de El Tiempo y había huido de Colombia por las nuevas intimidaciones que había contra su vida. Él sabía bien lo que era una amenaza así. Siendo redactor jefe de El Tiempo, el 19 de septiembre de 1990 lo había secuestrado Pablo Escobar y estuvo en cautiverio ocho meses. Cuando vino a Madrid en los albores del siglo XXI, huyendo de nuevas advertencias del mal que podría sufrir, El País lo acogió en su redacción para hacer cada día un análisis crítico de los contenidos del diario. Lástima que no esté ahí Pacho hoy. Lo que disfrutaría.
En un reportaje publicado en Infobae («Gabo no quiso ser parte de mi liberación», 21-08-22) Santos recuerda cómo durante su secuestro a manos de Pablo Escobar hubo multitud de personalidades colombianas e internacionales que salieron a reclamar su liberación. «Y el único que se negó a hacerlo fue él». Él es Gabriel García Márquez. Y a pesar de eso, Gabo escribió uno de sus libritos menos conocidos, pero de una enorme fuerza, especialmente para quienes hemos tenido amigos o familiares secuestrados: «Noticia de un secuestro». García Márquez pidió a Santos que cooperara con la redacción del libro. Incluso que lo escribieran juntos. Pero Pacho, dolido por la falta de apoyo de Gabo cuando él estaba en las ergástulas de Pablo Escobar, se negó a cooperar. Hoy Pacho dice que quizá se excedió. Yo creo que mantuvo la dignidad. Y eso nunca es un exceso.
Pero lo que de verdad me sorprende es la falta de denuncia de la actuación de Gabriel García Márquez. La superioridad moral que se reconoce a la izquierda sin pestañear. Gabo se negó incluso a hacer una pequeña declaración pidiendo a Pablo Escobar Gaviria, el mayor narcotraficante de la historia, que liberase a aquel joven periodista, padre de dos hijos de seis y dieciocho meses.
Imagínense ustedes que nuestro premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela, se hubiera visto en una situación similar. Por ejemplo que cuando el GAL secuestró a Segundo Marey en diciembre de 1983 la retención se hubiera prolongado y se hubiera hecho una campaña pidiendo la liberación de Marey y Cela no hubiera participado. Mi admirado don Camilo estaría hoy todavía más muerto de lo que lo está literariamente a manos de una izquierda que no lo puede soportar. Pero lo único que me importa destacar, una vez más, es la doble moral de la izquierda mundial, que nunca denunciará un mismo pecado si lo comete uno de los suyos, pero arderá Troya si es del otro lado del espectro político donde se perpetra esa falta.
Y de la doble moral de los ERE y el indulto, si eso, ya hablamos otro día.
Artículo publicado en el diario El Debate de España