Venezuela ha sido tradicionalmente una tierra de contrastes y diversidad, donde han coexistido una amplia gama de matices en todos los aspectos, y hemos sabido convivir bajo este cielo que observa el carácter multicolor de nuestra ciudadanía.
Sin embargo, en los últimos años, el país se ha sumido en un fenómeno que va en aumento y que amenaza su estabilidad y progreso: la división política, que nos ha llevado a que la confrontación sea el pan nuestro de cada día.
Esta profunda grieta, alimentada por años de enfrentamientos alimentados por falsas banderas ideológicas, se ha convertido en una triste realidad profundamente arraigada. Nos hemos acostumbrado a vivir con ella, considerándola normal, aunque en realidad no lo sea.
Este fenómeno ha dejado cicatrices en el tejido social y económico del país, obstaculizando su avance hacia un futuro próspero y pacífico. Las heridas de este episodio hacen temer por la recuperación de nuestra convivencia cívica una vez que superemos este ciclo histórico.
Es importante recordar que este abismo que separa a hermanos no es exclusivo de Venezuela. En algunos países existe consenso sobre temas de importancia nacional, mientras en otros la población está dividida, desconfiando de sus adversarios en el campo político y mostrándose renuente a ceder.
Estas sociedades polarizadas experimentan resultados negativos en diversos ámbitos, desde una mayor inseguridad para las empresas hasta un incremento de inestabilidad general, pobreza y desigualdad.
En América Latina, Brasil y México destacan como los países más divididos en tiempos recientes, mientras que Chile y Argentina han logrado reducir con éxito esa brecha en comparación con períodos pasados, que estuvieron marcados por la violencia, el dolor y tiempos financieros difíciles.
La profesora Judith Teichman, de la Universidad de Toronto, señala que se dedicaron décadas a restaurar un mínimo grado de acuerdo después de esos eventos traumáticos y las divisiones que generaron.
Sin embargo, erradicar el extremismo y la división que genera tales enfrentamientos intestinos en las sociedades es complicado, ya que se retroalimentan, impulsados por emociones como el miedo y la vulnerabilidad.
Los efectos de esta división en Venezuela son especialmente perjudiciales en la actualidad. En un país donde las diferencias ideológicas han alcanzado niveles extremos, la confianza de los inversionistas desaparece, lo que aleja el capital para impulsar el crecimiento económico.
La incertidumbre política y la falta de consenso obstaculizan la generación de empleos de calidad, dejando a muchos venezolanos atrapados en la precariedad laboral y la inestabilidad financiera.
Pero el daño va más allá de lo económico. La división política mina la cohesión social y fractura la convivencia entre ciudadanos. El constante enfrentamiento entre fuerzas opuestas ha creado un clima de hostilidad y desconfianza, alimentando el conflicto en lugar de fomentar el diálogo y la reconciliación. Esta situación no solo obstaculiza el progreso del país, sino que también socava la paz que tanto merecen sus habitantes.
Venezuela se encuentra en un punto de inflexión. Para avanzar hacia un futuro mejor, es imprescindible superar esta brecha y buscar puntos de encuentro que permitan la construcción de consensos y la colaboración entre todos.
Esto no implica renunciar a las diferencias ideológicas, sino reconocer la necesidad de priorizar el bien común sobre los intereses partidistas. La convivencia en medio de las diferencias es más bien indicativa del nivel de civismo de una nación.
Así que todos los matices de posiciones y pensamientos deben ser bienvenidos, siempre y cuando nos atengamos a los mecanismos democráticos para construir los puntos de encuentro.
La solución a los agujeros en el tejido social de Venezuela no será fácil ni rápida, pero es posible. Requiere un compromiso sincero por parte de todos los actores políticos y sociales, así como un esfuerzo concertado para promover la tolerancia, el respeto y la empatía.
Los primeros que deben dejar de lado estas conductas son los verdaderos líderes, quienes deben enseñar mediante el ejemplo y encontrarse dispuestos a tender puentes y trabajar por el bienestar de todos los venezolanos, dejando de lado la retórica divisiva y confrontacional que solo perpetúa el estancamiento.
En última instancia, Venezuela merece desarrollarse y prosperar, pero para lograrlo es fundamental dejar atrás la división que tanto daño ha causado. Es hora de buscar más puntos en común, más encuentros y menos confrontación.
Solo así se podrá construir un futuro en el que la diversidad sea valorada como una fortaleza y no como un motivo de división. Es hora de que Venezuela retome su camino hacia el progreso y la paz, esta es la única via.
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