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Divino tesoro

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El 12 de febrero de 2014 los estudiantes salieron a las calles a manifestar | Foto Politika UCAB | Edgiannid Figueroa

Comenzó la semana con un entrevero informativo de catástrofes naturales, provocaciones chinas, sangrientas contiendas en el Oriente Medio y reivindicativos reclamos locales: el devastador movimiento sísmico registrado en Turquía y Siria con un pavoroso saldo, hasta el pasado viernes 10 y según CNN, de al menos 22.000 muertos y decenas de miles de heridos y desparecidos; la incursión y la detección y posterior abatimiento de un globo chino volando sobre territorio estadounidense con fines inconfesables; la brutal y repetitiva escalada de violencia entre Israel y Palestina, colocando nuevamente en primer plano uno de los conflictos más longevos de la historia contemporánea; y, last but no least, las persistentes manifestaciones de los humillados y ofendidos docentes venezolanos en procura de remuneraciones dignas y justas —en Caracas, reportó El Nacional, los trabajadores marcharon a lo largo de la avenida Baralt, exigiendo nueva contratación colectiva, salarios indexados al dólar y el pago de sus primas y de los servicios funerario—. Un movido septenario, cuya culminación coincide con la celebración del Día de la Juventud —quizá debimos escribir «con las celebraciones», porque la efeméride tiene para el exiguo contingente de paniaguados mozalbetes y zagaletones rojos un significado diverso al asumido por la mayoría de la inquieta, creativa e insatisfecha juventud venezolana—. Como en tierra de gracia vivimos un presente impregnado del pasado forjado a conveniencia de una élite militar sin grandeza, apoyada en un aquiescente jefe civil con licencia de quinta (¿para matar?), el rusófilo general Vladimir Padrino (el poder detrás del poder) ya debe haber impartido las órdenes pertinentes a objeto de teñir de rojo y verde oliva la proeza del 12 de febrero de 1814.

El guion de los actos oficiales recordatorios de la Batalla de la Victoria y los correspondientes loores y ditirambos a José Félix Ribas permanece inalterado desde el analgatizaje de Chávez en la silla miraflorina, y hoy se insistirá en el apolillado ceremonial de costumbre.  Pues bien, como se trata de ritos habituales, me coloco un parche ocular, una prótesis de palo no sé en cuál pierna y el garfio en la mano izquierda para poder escribir con la derecha, porque no soy zurdo como Chávez, y procedo, entonces, a desempolvar (metafóricamente, claro) el fragmento de artículos escritos anteriormente por mí a propósito de esta fecha, oportunidad calva y pintada para los pesuvecos a fin de reiterar, sin rubor ni mesura y con exceso de solemnidad, los panegíricos inseparables de su patriotismo, ese chauvinismo postizo e insoportablemente cursi, definido acertadamente por el Dr. Johnson como «el último refugio de los canallas» —Boswell, en su biografía del gran hombre (La vida del doctor Samuel Johnson), previendo pérfidas descontextualizaciones, precisó que la sentencia aludía al exacerbado nacionalismo comúnmente utilizado como coartada de felones de toda guisa para privilegiar sus intereses—, un empalagoso patrio-nacionalismo con el cual los socialistas del siglo XXI amalgamaron un batiburrillo de lugares comunes y reescribieron la historia, con la intención de modelar una leyenda con ribetes épicos del comandante, sentando las bases de un culto mágico religioso a su personalidad —¡Chávez vive, viva Chávez!—, cuyos oficiantes no ocultan su designio de detentar el poder forever y cantar cual Yordano «para siempre, lo nuestro será para siempre, lo nuestro no tiene final». Por eso, para los fementidos bolivarianos, los episodios de la guerra emancipadora prefigurarían su accionar; hoy, pues, el fárrago discursivo del jefe civil y el folklore castrense, con su «auto sacramental» de lo acaecido en La Victoria hace más de dos siglos, seguramente monopolizarán la señal del canal del bellaco mazo dando y no de todos los venezolanos.

Como parte de su proyecto de dominación a perpetuidad, la pandilla de (in)civiles y gorilas (des)gobernante se adueñó del ayer, nos confiscó el presente y abjura del porvenir. Para ello se valió de un cartel mediático capaz, a fuer de goebbelianas repeticiones y falsificaciones, de transformar sus embustes en incontrovertibles verdades —ejemplo palmario: las afirmaciones del frenólogo Rodríguez sobre el diálogo mexicano—; empero, hay hechos inocultables con relación a la fecha inspiradora de este texto, momentos estelares en el ejercicio del antagonismo militante al castro chavismo que vale la pena recordar.

El primero de ellos, que devolvió las esperanzas al venezolano e hizo a la desaparecida MUD merecedora de su confianza, tuvo lugar el de 12 de febrero de 2012, cuando más de 3 millones de ciudadanos decidieron participar en las primeras elecciones primarias, abiertas y pluripartidistas realizadas en el país, un evento impecablemente conducido por Teresa Albanes del cual emergió como candidato de entendimiento nacional Henrique Capriles Radonski, quien no pudo neutralizar el sesgo de un ente arbitral, inútil como Ipostel, pero ducho en triquiñuelas. A objeto de cumplir con la última voluntad de Hugo Rafael, el CNE proclamó ganador, bajo sospecha de fraude, a Nicolás Maduro en los comicios presidenciales de 2013. Pero esto es harina de otro costal, porque lo relevante es la lección aparentemente olvidada: las primarias demostraron que la unidad era (y sigue siendo) el camino a transitar. Era indispensable, naturalmente, cambiar las reglas de juego, lo cual exigía hacerse con el control del Poder Legislativo, meta alcanzada, superando todas las expectativas, en diciembre de 2015; sin embargo, el capitán capilar jugó en posición adelantada e impidió la renovación del ente comicial.

El 12 de febrero de 2014 se conmemoró el bicentenario de la batalla de La Victoria. Por esos días estalló una masiva protesta nacional marcadamente juvenil, exigiendo «la salida» inmediata de Maduro, forzando su renuncia. Esa postura, abanderada por Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado, puso al gobierno en jaque, el cual enfrentó el descontento ordenando disparar contra indefensos manifestantes. Decenas de ultimados, centenares de heridos y miles de detenidos fue el atroz balance de la encarnizada ofensiva oficial, perpetrada con la participación de la fuerza armada nacional bolivariana en conchupancia con sanguinarios colectivos y gavillas paramilitares. Los centenares de presos políticos confinados en infames ergástulas pusieron de bulto por dónde se pasan Maduro y su comandita los derechos ciudadanos, y son inventario de una propuesta audaz, a ser repensada ahora, cuando se organizan nuevas primarias y se aboga por la unidad.

Las primarias y las protestas constituyen dos experiencias complementarias. Actuar en el marco institucional no implica renunciar a la calle; tampoco manifestar supone abandonar tribunas y oportunidades para el debate. Se trata entonces de conciliar dos modos de entender la resistencia y no de elegir, por ejemplo, entre elecciones y desobediencia civil. Con esta se pueden forzar aquellas. Ninguna posibilidad de acercarse a la ciudadanía debe descartarse, sobre todo si se tiene en cuenta la descomunal asimetría de recursos existente entre el poder y quienes lo adversan. Y aunque el circo no pueda suplantar al pan ni alcance para contentar y mantener a raya a la cada vez más numerosa población que no come con el recuerdo de Chávez y está harta de Maduro, es urgente e indispensable determinar en qué medida los comités locales de abastecimiento y producción (CLAP) y el racionamiento patrio carnetizado condicionan al votante resignado a sufragar obedeciendo a los impulsos del estómago y a la limpieza del bolsillo.

Si los opositores dispuestos a medirse en las primarias en ciernes no se ponen pilas, debemos prenderles velas a otros santos, porque ya esto no hay quién lo aguante, y de buenas a primeras se puede armar una de Padre y muy Señor Nuestro. El combo cívico militar apuesta a otro traspiés de la oposición; no obstante, por festejarse hoy domingo el Día de la Juventud, podemos bajar el telón, evocar a Rubén Darío y cantar su Canción de otoño en primavera —«Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar no lloro…/ y a veces lloro sin querer» — o ceder la palabra a los jóvenes… ¡y los fósforos!

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