Las nuevas camadas de dirigentes empresariales que han asumido la conducción de los distintos gremios y asociaciones en las que se organiza ese sector han establecido una clara línea de demarcación con la dirigencia protagonista de los sucesos del 11 de abril de 2002 y del paro cívico de 2002-2003. Esta última camada de líderes enfrentó sin ambigüedades los devaneos comunistas y autocráticos de Hugo Chávez. Fue la época en la que el país entendió que la “refundación” de la República a la cual el comandante se había referido durante la campaña electoral de 1998, no era otra cosa que conducir el país por el camino cubano y reproducir en Venezuela el mismo modelo totalitario impuesto por Fidel Castro en la isla antillana.
Es comprensible que los nuevos dirigentes empresariales se distancien de figuras como Pedro Carmona y Carlos Fernandes, entre otros líderes que intentaron cubrir, sin éxito, el vacío dejado, luego de su declinación, por Acción Democrática, Copei y, en mucho menor medida, por el Movimiento al Socialismo y otras agrupaciones de izquierda.
La sociedad venezolana de repente se encontró ante el proyecto hegemónico concebido por Fidel Castro y Hugo Chávez, en ese orden. Para encararlo, echó mano de los instrumentos más engranados disponibles: Fedecámaras y la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), las dos confederaciones más poderosas de la nación. Esas organizaciones pasaron a ser las guardianas de la democracia, de la propiedad privada –seriamente amenazada–, de la libre iniciativa y de la libertad en el más amplio sentido de la expresión. El fracaso de esa élite empresarial y sindical cuando desafió las pretensiones dictatoriales de Castro y Chávez, no se debió tanto a que cometió un error en el diagnóstico y el análisis de la situación, sino a que fue incapaz de medir con suficiente claridad los límites de sus propias fuerzas. Se dejó dominar por el pecado de la soberbia. Desechó los aportes que podían darle los dirigentes más curtidos de los partidos que, a pesar de atravesar una crisis severa, contaban con la suficiente experiencia y conocimiento para sortear las dificultades que entrañaba oponerse a dos enemigos letales como el comandante venezolano y el déspota cubano.
No niego, entonces, que los actuales dirigentes gremiales deban andar con cuidado cuando declaran o conceden entrevistas a los medios de comunicación. El terreno en el cual se mueven está minado. La cultura antiempresarial de muchos jerarcas del régimen sigue siendo arraigada. Se debaten entre el guevarismo y el pragmatismo chino, que entendió con claridad que la actividad económica mientras más libre sea, más riqueza crea. Al hablar en público, los empresarios están obligados, en primer lugar, a defender los intereses de sus agremiados. Ese espíritu realista es comprensible y plausible.
Lo que no comparto es la zalamería de algunos dirigentes con el Gobierno y, especialmente, su falta de compromiso con la democracia, la libertad en sentido amplio y el Estado de derecho. Parecieran tenerle un miedo cerval al régimen. No se atreven a hablar de las condiciones generales, contextuales, que requiere un país para crecer de forma integral, sostenida e inclusiva. El miedo se convierte en terror cuando se refieren al tema de las sanciones internacionales. Ya muy poca gente está de acuerdo con que Estados Unidos y la Unión Europea le apliquen penalizaciones al régimen, a pesar de todos los desafueros que ha cometido y sigue cometiendo.
Sin embargo, esos líderes deberían saber que siempre resulta útil acotar que las inversiones se dirigen de forma preferente y masiva hacia los países donde impera el Estado de derecho; los tribunales poseen autonomía; la sociedad, a través de los medios de comunicación privados e independientes y de las agrupaciones civiles, pueden denunciar los abusos del gobierno y fiscalizar su acción; se da la alternancia en el poder porque se convocan elecciones libres, sin presiones ni exclusiones, cuyos resultados son acatados y respetados. En esas naciones la actividad económica aumenta porque sus élites inspiran confianza, factor esencial para que las sociedades prosperen, según demuestran todos los indicadores e informaciones de los que se dispone en la actualidad.
A los dirigentes empresariales –estoy refiriéndome a los verdaderos emprendedores, no a los que han amasado su fortuna a la sombra del Estado chavista– no hay que exigirles que se comporten como líderes políticos. Esto sería repetir el error que hace dos décadas les costó muy caro a ellos y al país. Pero tampoco se les debe aceptar que actúen como si vivieran en Narnia y ellos fueran hobbits.
Venezuela está atravesada de desequilibrios, falencias y déficits en todos los sentidos. La claque que se empotró en Miraflores hace un cuarto de siglo, después de haber destruido la economía y las instituciones del país, pretende seguir gobernando eternamente en medio del deterioro generalizado. Los dirigentes empresariales no pueden aislarse ni ignorar este contexto. Sin enfrentarse abiertamente al Gobierno, sí deben abogar por cambios que conviertan a Venezuela en una nación más amigable, equitativa y libre. La democracia debemos defenderla todos.
@trinomarquezc