Si el teniente Diosdado Cabello se hubiera dedicado al beisbol sería muy mal bateador. Le gustan los lanzamientos lentos y por el centro para darle con el bate, con el mazo, mejor dicho, que es más ancho y así tiene menos riesgo de abanicar la pelota. Un bate quebrado, en el argot peloteril. Así son sus ruedas de prensa en nombre del partido oficialista, que desde el 29 de julio comenzaron a hacer todos los lunes. Se permiten dos o tres preguntas que incluyan los términos ultraderecha, fascistas, terroristas, para referirse a la oposición. Cabello, entonces, se siente cómodo y trata de imitar a su compañero de partido Jorge Rodríguez, sentado a su derecha, ambos con la maltrecha Constitución en la mano.
En su conferencia de prensa (es un exceso llamarla así) del lunes, Cabello celebró los tres meses de la “victoria” alcanzada el 28 de julio. La del fraude, aunque de eso no se habló, ni de las actas, ni del Consejo Nacional Electoral, lo que cuenta es lo que dictaminó, tras un examen forense, el Tribunal Supremo de (In)Justicia. Y el partido, el dirigente, que no reconozca el resultado del 28J no se monta en el tren que lleva a las elecciones legislativas y regionales del año próximo. El dilema es muy simple: o aceptan jugar bajo las reglas de que la adulteración electoral suplanta la auditoría ciudadana o ustedes son la ultraderecha, el fascismo y conspiradores terroristas. Es decir, pasen esa página porque, como repite el teniente, “esto se acabó”.
Lo que se acabó en Venezuela, después de la destrucción de Pdvsa, de las escuelas y hospitales, del salario, del oro y los diamantes, es la institución del voto, que es nada menos que la mejor herencia de la democracia iniciada en 1958. En 1963, por ejemplo, votó 92,2% del padrón electoral; 25 años después, en 1988, 81,9%; en 2012, las últimas presidenciales aceptadas por las partes, votó 80,2%. En las de hace 3 meses, a falta de data estadística del CNE no se sabe cuál fue el porcentaje de participación, que no se puede calcular, además, a partir del número de votantes en el registro electoral porque se estima que cerca de 5 millones de electores en el exterior fueron impedidos de sufragar.
El 28 de julio la votación fue aun así de una magnitud apreciable y contundente, para establecer que el régimen de Nicolás Maduro es clara minoría. Venciendo todas las trampas habidas y por haber, la gente fue a votar. ¿En qué país del mundo se concurre a las urnas electorales con tanta convicción? En las elecciones de Estados Unidos de 2020, participó 66% del registro electoral, y competía ese imán, en apariencia, llamado Donald Trump. No es una cifra para desechar porque son decenas de millones de votantes, pero está lejos de los mejores datos venezolanos en la mayor parte de las elecciones presidenciales realizadas desde 1958. ¿Tienen tanto arraigo los candidatos de la “ultraderecha”, los “fascistas”, para atraer a los ciudadanos a los centros de votación? La gente sensata no suele votar por los violentos, por eso, entre otras cosas, perdió Maduro.
El plan puesto en marcha por el régimen tras la debacle electoral del 28J consiste en modificar las leyes electorales. A eso está dedicado Jorge Rodríguez, el presidente del parlamento a dedo. Es una nueva evidencia, por si hiciera falta alguna, de que la cúpula en el poder no se someterá jamás a una consulta popular en términos que se parezcan a una competencia equilibrada. Con todo lo que hicieron en la campaña electoral de este año no les bastó y se vieron obligados a proclamar a Maduro sin resultados, sin actas, sin escrutinio. En fin, sin votos.
El régimen tiene el poder, cierto, a punta de trampas desvergonzadas y represión. Pero nunca la aceptación popular. Maduro, Cabello y Rodríguez solo batean pelotas aliñadas y desvirtúan la Constitución al usarla como instrumento para justificar sus desmanes. La ley también se acabó. Le cayeron a mazazos.
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