Si agarramos la cabuyita de la ascendencia y la empezamos a tirar desde aquí, que en los tiempos de cadetes en formación profesional era una fastidiosa conferencia sancionadora de un brigadier para un nuevo de primer año pasando por todo eso contenido en…Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos; Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, y Esrom a Aram; Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón; Salmón engendró, de Rahab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, y Obed engendró a Isaí; Isaí engendró al rey David. Y David engendró a Salomón de la que había sido mujer de Urías. Salomón engendró a Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa; Asa engendró a Josafat, Josafat a Joram, y Joram a Uzías; Uzías engendró a Jotam, Jotam a Acaz, y Acaz a Ezequías; Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amón, y Amón a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos durante la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel; Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliaquim, y Eliaquim a Azor; Azor engendró a Sadoc, Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud; Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, y Matán a Jacob; Jacob engendró a José, el marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; y desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones más; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, otras catorce generaciones. En alguno de esos vericuetos del árbol genealógico hay puntos en común del cristianismo, del judaísmo y del Islam.
Cristianos, judíos y musulmanes cuando tiramos del guaral de nuestros ancestros llegamos hasta a Abraham, nuestro abuelo, en 42 generaciones arriba. En esa vía creacionista desde esas 42 generaciones hasta nuestros días se ha asestado más de un guaratarazo alevoso a los hermanos cercanos en nombre de la estrella de David (Recuerden a Sansón con su quijada de burro bíblica despachurrando más de mil filisteos), con varios mandarriazos de desalojo y conquista a nuestros vecinos históricos y geográficos con la cruz por bandera; y desde aquellos tiempos hasta estos últimos mucho ¡Alahu akbar! de degollinas y atentados levantando el estandarte de la media luna.
La guerra en nombre de la religión tiene un abultado score de muertos que al final se duda sobre a quién acreditárselos pero que en un ejercicio de honestidad intelectual hay que sumarse a los representantes de Dios según el grito de batalla religioso que pronuncien en el combate. Y le podemos agregar a la cuenta, dos bombazos nucleares en 1945 que arrasaron con más de 246.000 japoneses de Hiroshima y Nagasaki. Harry Truman antes de ordenar el vuelo del Enola Gay con Little Boy (la bomba atómica) abrió su Biblia en la fe bautista del sur, rezó y se fue a comer hamburguesas en el patio de su casa. Sin olvidar anteriormente las nueve cruzadas alentadas por la Iglesia Católica en la Edad Media para recuperar la región del Medio Oriente conocida en esa época como la Tierra Santa. Imperios a saltos de caballo, conquistas con asaltos en zafarranchos de combate desde navíos en alta mar, y en estos tiempos modernos raids aéreos y zumbidos de drones que avisan cuando ya has sido destrozado en el impacto. Esa es la realidad en el aquí y en el ahora de la guerra y del ejercicio del poder. Y no va a cambiar al menos en las próximas 42 generaciones que puedan tenerse por delante, salvo que los dedos temblorosos de Biden o los del KGB Putin, del gordito de Norcorea –o de cualquiera de los miembros del club nuclear– aprieten el botón start del maletín que carga alguno de sus ayudantes y ¡Pum! Adiós Biblia, chao Charles Darwin, arrivederci el Corán, à bientôt a la Torah y good bye a la civilización como la estamos conociendo. De allí la importancia del ahora y del aquí en el ejercicio de la guerra y de la política. Me refiero a llegar al poder con lo que hay y no con lo que hubo, y desde donde se está y no desde donde se estuvo.
Cuando Caín el agricultor le espernancó el matracazo homicida en la frente a Abel el ganadero, ya habían empezado a establecerse diferencias en los seres humanos. Tan igual como cuando uno de los primeros primates asentados en la actual África mordió a otro de sus congéneres por haberle tomado algún ñame o una mandioca de la plantación silvestre a la que le tenía la vista puesta o por haberle ejercido un derecho unilateral de pernada a su hembra.
El Abraham creacionista es el equivalente al homo sapiens evolucionista. Adán el bíblico es cualquier gorila milenario según la teoría darwiniana, después de haber descendido a través del Neanderthal en los primeros posibles homínidos bípedos en el Australopitecos. Ya allí estamos empezando a tener diferencias. De manera que estas son discusiones interminables que sustraen hasta niveles de fanatismo y de locura, mientras la realidad del presente nos despierta con el primer bombazo sorpresivo de la artillería misilística o con el estallido inesperado del paquete encubierto del atentado en cualquier lugar del mundo. ¿La guerra entre Rusia y Ucrania continúa?
Aquel fue el camino creacionista. Y a lo largo de esa accidentada ruta hay cualquier cantidad de atajos, de rutas cortas y de trochas de la interpretación que no generan ningún dividendo, más allá del conocimiento, sobre el desenlace de la guerra entre judíos y palestinos, a pesar de que se llegará a un tronco común: Abraham. Judíos, cristianos y musulmanes comparten en el mismo abuelo bíblico de sus desventuras a través del pasaje terrenal hasta que dan el salto del tordito y dependiendo del inventario de pecados se va al infierno donde lo espera un diablo peludo de pezuñas de carey pulidas con Cherry Blosson y un tridente brillantemente pulcro con un pote de Brasso. Esa es la autopista creacionista. Y si empezamos a jalar la guaya por el lado evolucionista y nos olvidamos de los escritos contenidos en la palabra, dejamos de lado al señor de la túnica y las barbas patriarcales y nos remontamos a través de otra senda que nos llevará hasta los ascendientes que tenemos donde el primer homínido bípedo, la conclusión inevitable es que Dios ha muerto y lo matamos en nombre de… Dios.
Si usted pone simultáneamente a un judío, a un cristiano y a un musulmán a escalar hasta la copa del árbol genealógico de la civilización, al final coincidirán en una rama única donde de túnica y barba patriarcal estará su origen común presidido por Abraham. No les quedará más remedio que exclamar ¡Oh, somos hermanos! Pero como tales, ahora se darán más duro por aquello de que las guerras familiares son más cruentas y mucho más sanguinarias. Sobre todo cuando se trata de herencias. Y en este caso se trata del legado por la dominación de la tierra.
Es entonces que surge un chispazo que ilumina y pone cada cosa en su sitio antes de disparar definitivamente las alarmas por haber apelado a la metáfora de Frederick Nietzsche para ponerle punto final a un debate en el que se sumerge la civilización occidental y su modo de vida judeocristiana mientras los temas de las migraciones, el terrorismo, los choques de las civilizaciones y la vectorización en mixtura de las nuevos medios de la guerra se asientan en los principales focos de poder del hemisferio occidental: Europa y Estados Unidos.
Las religiones monoteístas o abrahámicas ocupan la mitad del globo. Las otras como el hinduismo, el budismo, las corrientes filosóficas, el ateísmo y la línea de pensamiento y actitudes progresistas hacen la otra mitad y empiezan a resquebrajar el histórico modo de vida que hacen las normas sociales, los valores éticos, las costumbres, las tradiciones, las creencias religiosas, las formas de Estado, los sistemas políticos, los artefactos o las tecnologías de Occidente que tienen su origen y están asociados a Europa y a Estados Unidos donde Dios está moribundo desde adentro hacia afuera por culpas atribuibles a los mismos occidentales.
La realidad en el aquí y en el ahora de la guerra y en el poder se conjuga en tiempo presente pero hay que mantenerse en el sistema de creencias que ha sustentado los dos milenios de vida terrenal fundados en la fe al oeste del meridiano de Greenwich y defenderlo arriba de las tres confesiones en las asambleas originales de las iglesias, las mezquitas y las sinagogas con el referente del patriarca bíblico que hace punto común en esa trinidad: Abraham.
Eso es un poco complicado desde los tiempos del pescozón fatal de Caín a Abel o de la dentellada letal del primer homínido bípedo y de postura erguida en África. ¿Se mantiene aún la guerra entre Rusia y Ucrania o ya la opacó la de Israel y Hamás?
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