OPINIÓN

Dina Boluarte: los primeros 100 días de gobierno en el Perú

por Carlos Alberto Montaner Carlos Alberto Montaner
Boluarte dice que su gobierno se mantiene firme para defender la democracia

Foto EFE

Era la primera vicepresidenta. Es una mujer muy astuta. Dina Boluarte ha logrado mantenerse en la casa de Pizarro durante cien días. Ya eso es una proeza. Un peruanólogo me dijo “que, a mucho tirar, le doy una semana”. Duplicó la cifra, tras pensárselo 30 segundos: “a lo sumo, le doy dos”. Era el 7 de diciembre de 2022. El día en que el presidente Pedro Castillo (según la prensa española, le llaman “sombrero luminoso”) intentó dar un autogolpe de Estado, pero le falló porque ni siquiera había convocado secretamente a los militares. Le faltaba el excapitán Vladimiro Montesinos en la ecuación.

Montesinos está preso junto al expresidente Alberto Fujimori. Juntos, pero no revueltos. Había sido el asesor principal de don Alberto los dos periodos que fueron gobierno: de 1990 a 1995 y desde ese año al 2000. Los dos se han acusado mutuamente de actuar por su cuenta y riesgo. Probablemente tienen razón. Están en cárceles diferentes. El capitán Montesinos estuvo en la base naval de Callao, bajo la atenta mirada del jefe de la base, que con un ojo miraba al cabecilla terrorista Abimael Guzmán, hasta que murió de muerte natural, y con el otro a Montesinos, hasta que fue trasladado al penal común Ancón II, en las inmediaciones de Lima.

Ambos se mezclaron en asuntos delictivos, pero Fujimori lleva el mejor trato. (Al fin y al cabo es un expresidente). Está en el penal de Barbadillo, una rara dependencia policial donde también ha ido a parar Pedro Castillo, y donde se espera en los próximos días a Alejandro Toledo, producto de una extradición estadounidense. Lo peor que ha hecho Toledo no es robarle 1 millón a Soros con el argumento de que necesitaba dos para organizar la marcha de los cuatro destinos, sino creer en que el gobierno de Estados Unidos tendría algún tipo de favor especial por los favores prestados. Eso se terminó cuando John F. Kennedy le entregó a Marcos Pérez Jiménez al gobierno de Venezuela, pese a los favorazos hechos en el período de la Guerra Fría durante los dos gobiernos del general Dwight D. Eisenhower. (Fulgencio Batista, presintiendo estos inconvenientes, que podían costarle la vida, la madrugada del primero de enero de 1959, mientras huía de Cuba, hizo girar su avión a República Dominicana, aunque la primera orden fue enfilar hacia Estados Unidos).

No se puede seguir jugando con la presidencia de Perú. No tengo la menor duda de que Keiko Fujimori tiene un grupo parlamentario de acoso y derribo que puede destrozar a Dina Boluarte sin pagar por ello un precio excesivo, pero si le queda algo de patriotismo no debe hacer eso. Perú no resiste otra “vacancia moral” sin que a otro coronelito se le ocurra salvar a la patria “con el apoyo del pueblo”. El “pueblo”, claro, le prestará su apoyo en un primer momento, cansados todos de la anarquía que se ha vivido a ratos, pero con la sospecha confirmada veinte veces, de que esa luna de miel no será permanente.

Las democracias más consolidadas, como la francesa, pasan por momentos críticos. Pero no existe en ellas un aparato capaz de proporcionar golpes militares y reemplazar a los políticos. Están condenadas a reemplazar la fuerza con el diálogo. Están condenadas a entenderse “hablando”, que es mucho mejor que pelear. En dos de ellas han eliminado las Fuerzas Armadas: en Costa Rica y Panamá. He escuchado a dos estadistas de primer rango (a Óscar Arias de Costa Rica, expresidente de su nación y Premio Nobel de la Paz, y al vicepresidente de Panamá, Ricardo Arias Calderón, tras la invasión yanqui en 1989), argumentar apasionadamente sobre las ventajas de no contar con aviones o barcos de guerra, que me parece que recurrir al costo de esos equipos es suficiente para callar a los “militaristas”. Si Panamá está en el pelotón de avanzada de América Latina es porque carece del gasto militar.

Retomo el caso de Dina Boluarte: fue elegida como izquierdista y como indigenista porque domina el quechua. Recordé el aprieto en que se metió Víctor Raúl Haya de la Torre cuando se despidió en quechua de una charla dada en Berlín. Media docena de alemanes le respondieron en esa lengua. VRHT no sabía ese idioma misterioso. Se salió del aprieto culpando a los curas españoles por no haberle enseñado esa lengua. Dijo, más o menos: “a mis compatriotas los llevo en el corazón, no en el cerebro”. Dina Boluarte los lleva en el corazón y en el cerebro.