Mientras se espera la invasión terrestre de la Franja de Gaza que está considerada la Línea Roja, por parte de muchos gobiernos árabes que afrontan la segura explosión de indignación de las masas populares a un nivel tal de peligrosidad, que a pesar de los intereses comerciales, financieros y políticos de muchos de ellos con Occidente, se van a ver obligados a asumir una serie de sanciones políticas y comerciales muy duras para evitar poner en peligro la estabilidad política de sus regímenes ante un descontento popular que va a exigir la ruptura de todo tipo de relación diplomática, el boicot económico, la entrada de turistas israelíes y empresas de dicho país y que de no ser suficientes para aplacar a la opinión pública, pueden terminar expandiéndose a otros países, sin llegar a la vía militar.
La utilización del conflicto palestino como herramienta política por parte de muchos países de mayorías religiosas musulmanas y movimientos políticos de izquierda en el resto del mundo como bandera de la lucha antiimperialista, se convierte en un verdadero problema de supervivencia ideológica e identidad cultural, cuando se presentan problemas que se precipitan hacia la aniquilación político-militar de un adversario, para la resolución política de un conflicto.
El mismo presidente John F. Kennedy, tanto en el libro como en la película del mismo nombre denominada 13 días, que trata sobre la crisis de la instalación de cohetes con cabezas nucleares en Cuba en 1962, señala la importancia del absoluto control político de las acciones militares, para evitar que ocurriese lo acontecido durante la Primera Guerra Mundial (1914-18), cuando la propaganda incontrolada, los medios de comunicación en extremo nacionalistas y agresivos, pidiendo guerra a sus gobiernos, convirtieron un hecho puntual, como fue el asesinato del archiduque heredero del Trono de Austria-Hungría en una guerra catastrófica que dio pie a la Segunda Guerra Mundial y todo ello, por no hacer un manejo político sensato de las realidades culturales y económicas, que deben ser administradas a través de políticas que le dan su significado final.
Esta sensatez política salvó al mundo en 1962; se aplicó al Japón en 1945 al evitar la muerte del emperador Hirohito, que era vital para el funcionamiento espiritual de la sociedad japonesa y su posterior recuperación; se mantuvo en 1951 cuando la Casa Blanca se impuso al poder militar que solicitaba usar armas atómicas contra China durante la Guerra de Corea; se perdió durante la Guerra de Vietnam, donde se demostró muy claramente el manejo político operacional fatal de operaciones y propaganda de guerra; y se recuperó durante la primera Guerra del Golfo (1990-91), cuando se detuvieron las fuerzas aliadas a las puertas de Bagdad para evitar la caída de Saddam Hussein por ser el único que garantizaba el control del país, en sus diferentes grupos religiosos y políticos; para luego volverse a perder durante las guerras de Afganistán e Irak, cuyo cúmulo de errores políticos amerita un artículo entero, pero lo importante es dejar estos antecedentes para volver al tema en cuestión.
La guerra de los grupos extremistas contra Israel requiere una victoria política y no militar, para ello es necesario que todos los países de la Liga Árabe, la Conferencia Musulmana y la mayor cantidad de países de la Unión Africana y la Comunidad de Latinoamérica y el Caribe (Celac), rompan relaciones con el Estado de Israel a nivel político y económico para convertirlo en un “Estado paria”, con unos términos de rechazo parecidos a los que sufría el gobierno de Suráfrica, antes de la llegada de Nelson Mandela y el fin del “apartheid”, como régimen que separaba a blancos y negros en esa época.
Es por ello, que el secretario general de la ONU ha asumido condenas tan contundentes sobre la situación en Gaza, en clara comprensión de que los países desarrollados pueden terminar pagando un precio político demasiado elevado si el apoyo al Estado de Israel precipita una ruptura comercial y política que lleve obviamente a una ruptura económica con decenas de países de todo el mundo, por las razones antes planteadas.
Estas consideraciones políticas son las causantes de las declaraciones del presidente de Turquía (Erdogán), quien afirmó que Hamás no es una organización terrorista, sino un grupo ultrapatriota y religioso (yihadista), que busca una solución desesperada al conflicto. Calculó el gobierno turco que los costes políticos y económicos de dicho pronunciamiento son tolerables en comparación con la ira de sus ciudadanos, de mantenerse neutral en el conflicto.
Igualmente, el gobierno de Irán corre el riesgo de ser destruido militarmente o ser desmontado ideológicamente si no participa activamente en la defensa de la Franja de Gaza a través de sus grupos subalternos en Siria, Líbano, Yemen o Irak, y en última instancia, podría verse obligado por una opinión publica descontrolada emocionalmente a ir a una guerra abierta con Israel, en vez de la guerra cuasiclandestina que libra desde hace varios años con atentados y sabotajes.
Dentro de este delicado equilibrio político y cultural se destaca el caso de la Unión Europea, donde hay países con grandes grupos de población de religión musulmana, que no dudan en protestar, así estén prohibidas las manifestaciones y existan severos castigos en forma de multas y hasta cárcel; por otra parte, los partidos políticos de izquierda en Europa son prácticamente todos de clara tendencia de apoyo hacia la causa palestina y en muchos casos abiertamente antiisraelíes.
La posición de casi rebelión política del partido Podemos en España responde no solamente a la solidaridad y la conciencia humanitaria frente a lo ocurrido en Gaza, sino a las exigencias de sus bases políticas, que desean una cosa en Palestina y otra muy diferente en Ucrania. Es evidente que este caso será la posición política de la inmensa mayoría de los partidos políticos del grupo G-77 + China, que plantearán la necesidad impostergable de sancionar al Estado de Israel, por lo cual se pueden entender las declaraciones de los presidentes de México, Colombia y Venezuela, que apuntan directamente en este sentido.
Incluso, la administración Biden teme una explosión dentro de los grupos de izquierda del Partido Demócrata, que tiene numerosos representantes y algunos senadores en el Congreso estadounidense.
Esperemos que la próxima semana ya se tenga una perspectiva más clara de este conflicto…