No se alcanza la presidencia del gobierno de un país sin gozar de méritos suficientes para ello. Al menos eso dicen los libros. Para hacer honor a la historia, es preciso reconocer que José Luis Rodríguez Zapatero alcanzó la primera magistratura de España luego de desempeñarse como secretario del Partido Socialista Obrero Español al que condujo a la victoria en las elecciones de 2004 y 2008. Sin duda que tal hoja de servicio no es poca cosa.
Lo que este parlamentario, abogado, profesor universitario en la cátedra de Derecho Constitucional y político de talla haya alcanzado en su paso por el Palacio de La Moncloa no es motivo de este artículo. Tampoco es motivo de este escrito analizar cómo o por qué Zapatero ha sido el político extranjero más allegado al criminal y dictatorial régimen de Nicolas Maduro. Pero ello es un asunto tan visible y tan controvertido que no puede ser soslayado.
El caso es que su aparición en el escenario electoral colombiano ha provocado gran turbulencia política. Este hombre de izquierdas desde su tierna juventud no ha tenido mejor ocurrencia que irse a visitar a Gustavo Petro en la vecina capital neogranadina en la antesala de la comparecencia de la ciudadanía a las urnas para elegir a su presidente. La entrada en el país del líder socialista español se la facilitó el expresidente Ernesto Samper, individuo muy cuestionado en su propia tierra y quien, de manera abierta, apoya a Gustavo Petro, candidato del Pacto Histórico.
Zapatero llegó queriendo colocar la pica en Flandes. Puso el énfasis de su visita en dos protuberantes problemas colombianos: la desigualdad social y la violencia y desde sus primeras declaraciones se hizo solidario del lema de la campaña del fundador del del partido Colombia Humana: “Petro encarna la figura del cambio en Colombia”, dijo.
No es difícil inferir que el líder socialista es de los que cree ―y ahora pregona― que Colombia necesita imperativamente un cambio. La realidad es que este es el país con las mejores perspectivas de crecimiento y de progreso en la región, aun considerando la importante dosis de violencia y de inestabilidad que le inocula el narcoterrorismo que late en sus entrañas.
Es cierto que el país vecino requiere avanzar hacia una mejor distribución de los beneficios de su crecimiento económico hacia los menos favorecidos. Lo que es una quimera es pensar que Gustavo Petro lo haría posible. El programa de gobierno del candidato izquierdista es un galimatías monumental y contempla un rosario de incongruencias que difícilmente puede ser suscrito por el expresidente de los españoles.
También el líder socialista se pronunció ante la prensa sobre la paz colombiana – la suscrita en La Habana―, sugiriendo que el candidato Petro está bien ubicado para completar el proceso ideado por Juan Manuel Santos. Resulta posible que Zapatero tenga presente su propia gesta negociadora con la ETA, pero en el caso de Colombia canta otro gallo. Sus palabras denotan un craso desconocimiento de las razones que alimentan la inseguridad y la inestabilidad de ese país y cómo estos dos elementos configuran el ambiente ideal para atornillar el narcotráfico que es protagonizado por los grandes clanes de la droga, el ELN y el régimen madurista.
Zapatero no es miope. Es un estratega que ha decidido lavarle la cara al exguerrillero que se escuda en una propuesta ilusa de nuevo pacto social para Colombia y en una promesa de paz inalcanzable.
Cuando en la madre patria española se respiran vientos de cambio y los socialistas y sus colegas de coalición izquierdistas se están llevando la peor parte en las encuestas de opinión de la ciudadanía, no es un buen momento para mostrar solidaridades con quienes son los peores enemigos de la democracia, quienes han estado aupando el terrorismo y quienes se han financiado con recursos de turbios negocios.
Una vez más, como en el caso de Maduro, el expresidente español se equivoca.
Dime con quién andas, Zapatero…
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