No ha sido ni será nunca santo de mi parroquia, nadie que atente contra los derechos humanos. Nadie. Al contrario, será y así será tratado, como un paria. Un hombre (o mujer) a quien los venezolanos consideren como el responsable de su desgracia personal o familiar, de su desempleo, de su hambre, de su destitución del cargo que ocupe en la Administración Pública, incluso de situaciones peores.
Y no se equivoca, pues otrora la confección e implantación de la macabra lista excluyente, inquisidora e infame no puede ser, sino obra de una persona con planes diabólicos e ideas perniciosas. Me refiero a la “Tascón”, cuya elaboración desde luego contó con la aprobación de aquel desquiciado milico golpista, ruin, mediocre, resentido y delirante.
Como buen seguidor del ch… abismo, el malogrado Luis Tascón diseñó la lista de ingrata recordación ¿Cómo olvidar? Prohibido olvidar. Ismael García elaboró otra de la misma perversa naturaleza, la llamada “Maisanta”, y por si fuera poco, también el recién fallecido Aristóbulo Isturiz (que en paz descanse) confeccionó la suya. Todas con el diabólico propósito de perseguir a la oposición, negándole el acceso a todos sus derechos a cualquiera que disintiera del régimen chavista.
No solo estoy plenamente convencido de haber sido tratado como un condenado a perpetuidad, víctima de una sentencia que, sin emanar de un tribunal, impidió entonces mi derecho al trabajo, por haber expresado mi opinión en algún proceso electoral venezolano. Sencillamente, en mi caso particular, por aparecer en la injusta e implacable lista de aquel conocido diputado oficialista.
Hoy la exclusión es evidente derivada de la ineficiencia, en la falta de implantación de un adecuado plan nacional de vacunación, de una firme y decidida política de atención a la pandemia que nos azota, nos lastima, nos mata.
La falta –insisto– de un plan organizado de vacunación contra la COVID-19, las muertes recurrentes del personal sanitario y no sanitario; de tanta gente que por falta de atención médica fallece, víctimas todas ellas de la pandemia, debe llamarnos necesariamente a la reflexión.
“Ya yo me vacuné”, ha dicho el señor presidente. Está bien. Él tiene derecho. Pero bueno sería implantar el aludido PLAN NACIONAL DE VACUNACIÓN (mayúsculas motu proprio).
También la ex primera dama y la ex primera bailarina venezolanas se exhibieron públicamente, muy orondas ellas, declarando felices haberse vacunado. Las felicito.
Mientras ello ocurre, siguen las farmacias siendo refugios de oración, los hospitales depósitos de muertos y de vivos en ese fatal camino y los cementerios esperando nuevos huéspedes. Esa es la triste realidad que no quiero escribir; la tragedia del país venezolano; el panorama desgraciado que hoy vive mi país. Un paisaje que debe cambiar.
¿Acaso no tenemos todos los venezolanos el mismo derecho a la protección de la salud como contenido fundamental del derecho a la vida?
La pandemia en Venezuela es inocultable, como lo es en el mundo. Pero mientras en otros países avanzan en la adopción de las medidas y decisiones necesarias para enfrentarle y disminuir sus infaustos resultados, en mi país –al parecer– reina la manipulación de la información, la falta del tan aludido plan de vacunación y los cementerios llenos.
El gobierno habla de pocos muertos, pero los cementerios no dan abasto. A la manipulación de la información sobre la pandemia, en Venezuela se suman los ataques a la oposición por alertar sobre sobre la dolorosa situación generada por el llamado virus chino.
Es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente.
Ya llegará el día del juicio, todos entrarán a la sala, la justicia terrena juzgará sus crímenes, se oirán gritos y consignas, otros callarán sus penas y sus culpas, los jueces harán su trabajo.
Quizá reos lloren o se burlen al escuchar la sentencia. Comenzará la reconstrucción.
Yo insisto en mi terco afán de querer mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio. Por ahora, ojalá haya algún sensato que le diga a los que están aposentados en Miraflores…
¡Diles que nos vacunen!