Tres actores con intereses diferentes están visualizando un terrible dilema en la política exterior de Estados Unidos relacionada con Venezuela, definitivamente un trabajo difícil para Antony Blinken, secretario de Estado.
El caso Venezuela pudiera resumirse en el abordaje y comprensión del comportamiento e intereses de dos actores, en principio las víctimas de Maduro, seguidamente la oposición partidista que incluye tanto al G4, los partidos de la órbita de María Corina, otros partidos satélites que giran en torno a Guaidó, los alacranes y los chavistas en disenso. Ambos grupos tienen un tratamiento diferenciado, los primeros constituyen un esquema de acciones legales en proceso que se llevan a cabo en la Corte penal internacional y diversos organismos internacionales y han sido la base fundamental para la imposición de sanciones, los segundos buscan ser el instrumento para canalizar formalmente las soluciones negociadas para un esfuerzo por devolver la democracia a Venezuela. Ambos actores son necesarios e importantes; sin embargo, la dinámica ha conllevado al desplazamiento de uno por la conveniencia de otro, en este caso, la oposición partidista busca un acuerdo con el régimen de Maduro para lograr elecciones creíbles, lo que significa dejar a un lado la reparación de víctimas y las búsqueda de la justicia de la víctimas de Maduro dada cuenta el régimen está pidiendo a cambio el levantamiento de las sanciones.
El grupo de partidos y las víctimas conforman lo que se conoce como oposición venezolana, pero el concepto cada vez se torna difuso en términos fácticos habida cuenta ambos grupos se han decantado al punto de que los intereses de las víctimas ya no son parte de la agenda de los partidos y por otro lado, la víctimas no se siente identificadas con el propósito de los partidos políticos opositores. Pudiera decirse que ambos se excluyen, lamentablemente esto no es aceptable para los gobiernos del mundo, en particular para los que sancionaron a Maduro. Esta gente no tiene ni el tiempo ni el dinero para atender este ambiente tóxico y confuso que presenta la oposición venezolana.
La narrativa sobre el gobierno de Maduro que se tejió a lo largo del gobierno interino de Guaidó e incluso años previos, que tuvo resultados logrando visualizar la realidad del régimen como un reino del terror parece encontrarse en la actualidad en un lugar vacío. Ciertamente que después de largos años de batalla legal, los organismos internacionales de derechos humanos lograron procesar miles de denuncias contra Maduro, ante la historia ha quedado como un régimen criminal. Se le adjudican denuncias de violaciones de derechos humanos que van desde los ajusticiamientos extrajudiciales hasta desapariciones forzosas.
Todas las causas penales han sido formalizadas en el sistema internacional de justicia, dando como resultado la apertura de investigaciones de la CPI, fiscales están apuntando su dedo acusador a funcionarios de Maduro con nombre y apellido, podría decirse que esto es lo más concreto que se ha logrado en la lucha contra el régimen para los efectos de logros tangibles en la oposición, se trata de ganancias en el marco de la búsqueda de la justicia.
El tema de derechos humanos ha sido un verdadero batacazo, hemos encontrado un rastro absolutamente diferencial en el gobierno de Maduro que le diferencia tanto de Chávez como incluso de los gobiernos democráticos que le precedieron al chavismo, Maduro ha resultado en un exterminador de ciudadanos.
Hablo de rastro diferencial en el sentido de que al igual que en el régimen de Chávez, sin duda hubo mucha corrupción y violaciones derechos humanos en los gobiernos precedentes, hay que hacer la distinción que con Chávez la corrupción fue increíblemente superior, pero volviendo con Maduro, la situación se hizo excepcional, por la crudeza, forma estructural y sistemática de la violencia política. En este sentido, en el escenario mundial de relaciones entre gobiernos, nadie querrá sacarse una foto con Maduro.
Otras debilidades de Maduro están en su modelo de gobierno, un totalitarismo militar que controla todos los poderes del estado, donde no hay elecciones transparentes, y está acusado de ser un narcoestado, en fin, todos estos elementos son parte del dossier que ha servido para generar y aplicar las sanciones contra sus funcionarios.
Recientemente, parte del sistema de sanciones contra Maduro fue relajado con el fin de permitir operar empresas como Chevron en Venezuela. Al mismo tiempo Maduro está construyendo su propia narrativa como ejemplo de lucha anticorrupción, haciendo una simulación de persecución contra uno de sus ministros, precisamente Tareck el Aissami, presidente de Pdvsa, casualidad que todo gira en el entorno petrolero, el hecho ha servido para alimentar la idea de que Maduro está cambiando, que ahora puede ser parte de una solución.
De esto se trata el dilema de la diplomacia norteamericana. En este punto de la historia entra la oposición partidista venezolana y el ala izquierda del Partido Demócrata.
Empezamos hablando del rol de la oposición partidista venezolana, al parecer la oposición partidista se ha distanciado de los intereses de las víctimas de Maduro, tanto es así que en las mesas de negociación que realizan con Maduro no mencionan ajuste para las víctimas de la represión, tampoco sanción para los responsables, no se apoya públicamente las acciones de la CPI en Venezuela, tampoco se acompañan institucionalmente las acciones de la misión de la ONU, pero en lo que sí tienen interés los miembros de esta oposición es en desbloquear los fondos financieros del régimen retenidos en la ONU para gastarlos en presuntos programas sociales.
Lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta qué significará ese gasto milmillonario de la ONU en Venezuela, ni cuáles organizaciones terminarán siendo adjudicadas para ejecutar los programas. Presumo que serán ONG ligadas a los mismos actores partidistas, pero además está por resolver toda la trama de la supuesta corrupción relacionada con la ayuda humanitaria vinculada con la gestión del gobierno interino, donde participaron además de Guaidó los 4 partidos del llamado G4: AD, Voluntad Popular, UNT y Primero Justicia y el resto de partidos satélites. Se habla de un manejo financiero superior a los mil millones de dólares. Pero no conforme con el escándalo de corrupción de la ayuda humanitaria, también se señala la falta de transparencia sobre los presuntos bienes rescatados de los cuales nada se sabe, es el caso de Citgo, el oro en Inglaterra, las oficinas y edificios embargados, en fin, también hay que agregar el rol de los influencers medios de comunicación de maletín al servicio del G4.
Se trata de que viendo todo esto en cámara lenta por las autoridades norteamericanas, entra en escena el ala izquierda del Partido Demócrata. Se sabe que senadores y congresistas demócratas han expresado su apoyo al levantamiento de algunas sanciones contra Maduro, en este punto del juego político, no hay dudas de que es irremediable el daño producido por la oposición partidista en términos de su propia reputación, lo que ha permitido que determinados actores pongan en duda su manejo de crisis, su legitimidad como representantes de la oposición real.
También ha entrado en escena la comparativa entre los ucranianos y los venezolanos. Se trata de que Zelensky y los ucranianos pese a enfrentar prácticamente el mismo enemigo ideológico que los venezolanos, han terminado combatiendo militarmente mientras que con Guaidó y los opositores lo que hubo fue un simulacro de acciones militares, que al final resultó en el exilio de miles de militares, y la huida de algunos comandantes. Pudiera decirse que le hicieron un favor a Maduro al depurarle sus fuerzas armadas, hoy muchos de estos militares en su mayoría caminan por las calles de Colombia, Ecuador y Perú. A esto hay que agregar las historias de la autoproclamada resistencia venezolana inflada con esteroides de chismografía digital, vendiendo el espejismo de un triunfo sobre Maduro desde el teclado.
Incluso, ni el mismo Trump con todo lo experto que puede ser en negocios salió ileso al matraqueo de la oposición venezolana. Es muy malo lo que se ha hecho y esa es la razón del porqué no nos quieren en algunos círculos de poder.
Pienso que la política exterior norteamericana está tomando decisiones dolorosas, podría estar cortando la cuerda más débil y posiblemente sacrificar a las víctimas de Maduro en favor de tolerar a los sujetos que van a representar a la oposición venezolana en la mesa de negociación en México. Los del G4 y resto de partidos parecen ser el mal menor, y es lo que objetivamente puede aportar la oposición venezolana en este momento, pues luce muy difícil que acepten un liderazgo unificado bajo la figura de María Corina, quien sí parece tener una posición más vertical con relación al régimen de Maduro en el sentido de que su política exterior luce aparentemente más coherente con la idea de mantener las sanciones, defender los intereses de las víctimas de Maduro y buscar de una solución electoral real mediante el uso de elecciones manuales.
Me gustaría ver a la política exterior estadounidense apoyando el conjunto de acciones que viene adelantando la Misión de la ONU en Venezuela, así como el trabajo de la CPI, quizás los tribunales americanos pudieran admitir causas vinculadas con desapariciones forzosas, o ejecuciones extrajudiciales en Venezuela. En fin, yo no soy jurista ni abogado, solo soy un politólogo, lo único a mi alcance es exponer la peligrosidad del régimen de Maduro conceptualmente, así como expresar la necesidad de diseñar una política de sanciones eficaz y cónsona con el no reconocimiento del régimen de Maduro.
Me quiero despedir desde mi trinchera en el debate de ideas hasta una próxima entrega en este espacio de El Nacional.
@estebanoria